Los docentes universitarios luchan contra la crisis general que atraviesa el país y hoy, más que nunca, se han convertido en los pilares del sistema. Motivados por educar y por la satisfacción que eso les genera alzan su voz para contar, en primera persona, lo que significa ser académico frente a un Estado que no reconoce su valor. En sus testimonios se puede observar que luchan para poner “su grano de arena”

“La educación o lo que queda de ella descansa sobre los hombros de los profesores”, con esta frase de Keta Stephany, representante de la Federación de Asociaciones de Profesores Universitarios de Venezuela (Fapuv), se dibuja la responsabilidad que tiene un gremio que ahora mismo ya no pide aumento de salario, sino más bien un salario, uno que justifique la labor de formar la conciencia civil de Venezuela.

Las protestas, paros, advertencias e incluso la declaración de una Emergencia Humanitaria Compleja, que incluye al sector educativo, no ha sido suficiente para que el país entienda que la formación dejó de ser una garantía en Venezuela. Los académicos transitaron 2020 con las dificultades generadas por un presupuesto que ni siquiera superó el 10 % solicitado por las universidades, incluso las autoridades universitarias estiman que para 2021 no alcance el dinero para la cobertura de los gastos de los primeros 15 días de enero, con los 1,3 millones de dólares aprobados por el Gobierno de Nicolás Maduro para las instituciones.

Con esta realidad en mente, Stephany destaca que el de los profesores universitarios, los académicos del país, es un sector absolutamente indefenso. “La brecha de inequidad se ha ampliado mucho y en ese espacio tienen a los profesores sin salario, porque no estamos pidiendo que se aumente, estamos pidiendo que se remunere la labor… Es un sector que trata de mantener las universidades, de mantener el semillero de la civilidad; no queremos que eso se pierda, pero en Venezuela no hay derecho a la educación”, sostiene la también profesora de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad Central de Venezuela (UCV) y representante del gremio docente.

A los docentes universitarios, como a todos los educadores del país, los agobia el bajo salario, que no supera los seis dólares en las instituciones públicas. Además, deben lidiar con las infraestructuras abandonadas, la falta de mobiliario y ahora de herramientas para dictar clases a distancia.

Stephany destaca también que se trata de una población débil, que envejece en las aulas por la falta de relevo y que asume responsabilidades más allá de sus posibilidades para seguir educando a los profesionales del país.

“Somos población en situación de emergencia y en 2018 se aprobó la Emergencia Humanitaria Compleja y eso se quedó hasta allí. El tema de la emergencia no es solo conseguir comida y medicinas, la educación está también en una situación límite y eso no se ha logrado que lo entiendan en Venezuela y fuera de ella”, acota la profesora.

Así se dibuja la realidad para los moldeadores de las mentes que se espera lleven a Venezuela a puerto seguro y que cada vez son menos y con menores posibilidades, pues para la representante del gremio, la elitización de la educación ya es un hecho y algunas cifras le dan la razón.

De acuerdo con datos manejados por la docente, para 2016, 91 % de los estudiantes universitarios eran atendidos por las 18 universidades públicas suscritas a Fapuv y, hoy día, la mitad de este grupo lo asumen las universidades privadas, siendo estas, con sus costos, una opción más viable que la que debería ofrecer el Estado.

Para entenderlo solo hace falta escuchar los testimonios de docentes que desde sus espacios intentan sobreponerse a la crisis y educar desde la satisfacción que ello les genera. En estos tres testimonios, tan diferentes entre sí, es posible encontrar a esos hombres y mujeres que mantienen su fe puesta en la educación como una herramienta de cambio:

El profesor Douglas tiene 20 años ejerciendo la docencia dentro y fuera de Venezuela | Foto cortesía

DOUGLAS RAMÍREZ
es profesor para formar conciencia civil

Soy Douglas Ramírez y desde 2007 doy clases de economía y macroeconomía en la Universidad de los Andes (ULA), en los postgrados de la UCV y la propia ULA.

Desde antes de 1994 he estado mezclado entre el mundo académico y el político, porque mi apuesta es crear una sociedad de emprendedores en la que la menor intromisión del Estado garantice la libertad. Ese soy yo como docente universitario, un profesor que busca crear espacios de libertad, más que espacios de reclusión en las aulas.

Tengo claridad de que en este momento la docencia en el país es una labor misionera. Yo desde 1994 y hasta 2007 fui profesor en la Universidad Católica de Chile y también en la de Santiago y me vine por una crisis familiar dejando un sueldo de cerca de los 2.000 dólares. Ahora, en Mérida, en mi nación, gano ocho dólares al mes.

Las primas por experiencia y posgrado me ayudan, y además las clases en varias universidades a la vez, pero puedo redondear unos 20 dólares al mes, con buena suerte, o menos. Todo esto con una maestría en economía y una tesis doctoral que estoy por terminar.

Aun así, en casa, una casa de profesores universitarios, mi papá, jubilado de educador, y yo hacemos un pote común para los gastos con mi sueldo y su pensión, porque mamá, que era profesora, falleció. Aquí tienes dos opciones: o te pones a llorar o vendes los pañuelos y creo que en este momento como formador, uno tiene que ayudar a fomentar valores y consciencia.

Creo que la educación es una puerta que debemos mantener abierta. Cuando tienen un sistema socialista que al final resulta en corrupción, inexperiencia y control, la educación es la tabla de salvación de la que debemos agarrarnos todos.

Volverme a ir es una posibilidad. Pero no lo sé, a veces lo pienso, con cada cosa que vivo. A mí me agarró la pandemia en Maracay y llegué a Mérida en junio pidiendo cola, porque no tenía los 100 dólares que me pedían para regresarme a casa en un viaje por tierra. Me tocó pasar tres días y tres noches en colas para llegar a mi casa.

Esas cosas desalientan, pero a mis 60 años y con casi 20 en la docencia creo que hay que apostar a formar la conciencia civil y ciudadana, generar ese concepto en los jóvenes, porque lo contrario es renunciar a la vida. ¿Cómo podemos nosotros los ciudadanos? Pues tenemos que ingeniar el emprendimiento y la innovación como mecanismos de supervivencia.

A pesar de todo, creo que hay una vocación y una labor misionera. Por eso, hasta el momento en que aquí haya ciudadanos, yo estaré como docente. Mientras tenga aliento voy a cambiar conciencia desde los actos. Es mi responsabilidad como ciudadano, educar es la responsabilidad que me toca asumir como ciudadano.

Cuando tienen un sistema socialista que al final resulta en corrupción, inexperiencia y control, la educación es la tabla de salvación de la que debemos agarrarnos todos

Douglas Ramírez

El profesor Ibarra ha tenido que hacer campañas en redes sociales para comprarse zapatos ante la imposibilidad de costearlos con su salario | Foto cortesía

JOSÉ IBARRA
forma por menos de seis dólares al mes en la UCV


Soy docente de la UCV desde el año 2008. Llegué a la docencia por casualidad cuando volví a la UCV para hacer un postgrado y la universidad ofreció pagarlo a cambio de que diera clases en mi escuela: Trabajo Social.

Acepté, aunque no estaba convencido y si algo agradezco es haberme encontrado este camino, porque, además, me preparé como docente en pleno ejercicio.
¿Qué si me sigue gustando la docencia hoy? Yo amo la docencia, las horas que trabajo extra no representan sacrificio, sino ganas de mantener la calidad y de que tengamos profesionales comprometidos con el país. Ha sido bien enriquecedor, lamentablemente tenemos todas las debilidades como país.
Trabajo también para un hospital público, coordinando un departamento, porque la docencia sola no alcanza. Pero es igual que estar en la universidad, porque ¿cuánto podría ganarme?, seis dólares como profesional y seis dólares como docente, o menos de seis dólares. Yo no llego ni a 10 dólares al mes con estos dos trabajos.
Entonces, me gano algo más con organizaciones sociales, creando proyectos, dictando clases y asesorías. Además, desde la pandemia tengo mi propio emprendimiento también, porque en un país donde la hiperinflación te come los cinco dólares que ganas al mes, tú tienes necesidades que suplir, familias que atender y decidí vender productos de limpieza.
Cerca de donde vivo están las fábricas de productos, así que los compro y los ofrezco a profesores universitarios, los ofrezco en el hospital y hago servicios de entrega. Esto lo hago para mantenerme, pero mi vida sigue siendo educar a universitarios.
A la universidad entera he entregado mis días, incluso en pandemia. La pandemia me dio más trabajo, porque casi que las 24 horas del día estás conectado a Internet para poder trabajar con tus estudiantes. Incluso, en algunos momentos aquellos estudiantes que no cuentan con conectividad, que en su comunidad se fue la luz, que no tienen teléfono inteligente o computadora, pues los atiendo con algunas estrategias para que ellos puedan entregar sus asignaciones y poder aplicarles pruebas.
No ha sido fácil, porque de repente tenemos cortes de luz y el Internet es intermitente. Tuve que mandar a arreglar la laptop, porque con un apagón se quemó el disco duro y gracias a Dios que quien me la reparó no me cobró nada, porque sabe que soy docente universitario.
Pero es un suplicio y no tengo dinero para comprar nuevos equipos, así que diseño clases por Zoom, WhatsApp, Classrom, por donde se me ocurra para poder estar con los estudiantes.
Pero sigo porque me gusta lo que hago y busco la forma de que mis estudiantes puedan ver las clases y aprender. Amo la educación, amo la docencia y creo que es parte de lo que nos toca como venezolanos: salir adelante y buscar que el país salga adelante. Qué exigimos una buena remuneración, claro. Porque vamos al mismo mercado que todos los venezolanos, pero tenemos claro que la única forma de que esto se dé es cambiando el sistema por el que se rige el país.

¿Qué si me sigue gustando la docencia hoy? Yo amo la docencia, las horas que trabajo de más no han sido sacrificio, sino ganas de mantener la calidad y de que tengamos profesionales

José Ibarra

Vanessa Peña tiene 37 años de edad y 11 siendo docente en una universidad privada que explica, intenta reconocer la labor del profesor universitario | Foto cortesía

VANESSA PEÑA
sabe que la docencia es un apostolado, no un sustento


Mi nombre es Vanessa Peña, soy comunicadora social y llegué a la docencia por casualidad. El amor por la educación lo descubrí después y ahora creo que estar aquí es un acto de amor por la educación, de satisfacción por dar a la universidad todo lo que me dio en su momento.

Estoy en la Universidad Católica Andrés Bello (Ucab) como profesora desde 2009. Acabo de cumplir 11 años dando clases en la Católica, de donde egresé en el año 2007.

Al principio tenía un cargo de dedicación a tiempo convencional, porque no estaba completamente dedicada a la docencia, una tarea que he llevado siempre a la par de mi ejercicio profesional como periodista. Eso deja ver que quienes hacemos esto lo hacemos por amor a la profesión y no porque vamos a vivir de esto, aunque le inviertes tu tiempo y tu esfuerzo.

Desde hace tres años estoy a tiempo completo en la universidad, no es solamente en horas de clases que son solo cuatro a la semana. Asumí responsabilidades administrativas y además de dar cuatro horas de clases estoy a cargo del Departamento de Periodismo de la Escuela de Comunicación Social y luego me ocupo del Departamento de Comunicación.

En algún momento tuve 20 horas de clase en la semana y, aunque la Universidad Católica hace un gran esfuerzo por recompensar y remunerar a sus profesores en esta época de crisis, en Venezuela nunca se ha reconocido la educación; es un asunto cultural. Además, está la crisis general de la que no estamos distantes.
En el caso de las universidades privadas, en particular la Ucab, se ha intentado remunerar y acompañar al profesor un poco más. Ese esfuerzo no se traduce en unas grandes ganancias o una remuneración increíble. Es un asunto de la crisis.

Mi ingreso grueso y significativo viene por el ejercicio profesional periodístico. Aquí no vivimos de la docencia. Es increíble que alguien viva de la educación. Yo siempre he visto la educación no como un empleo que me va a sostener, sino como un trabajo que me da esperanza.

Creo que a eso nos aferramos porque, aunque en las universidades privadas estamos mejor, es un chiste cruel que un docente universitario cobre seis dólares, es una burla, por decir lo menos. La docencia es un apostolado. Es el grano de arena, es la contribución a la sociedad, la satisfacción de formar gente, de heredar el conocimiento y con eso me quedo.

Enseñar es el grano de arena, es la contribución a la sociedad, la satisfacción de formar gente, de heredar el conocimiento y con eso me quedo

Vanessa Peña