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domingo, 5 mayo, 2024
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VIVIR EN LA MISERIA | Aunque plancha 1.000 sábanas diarias Lilian no puede dar de comer a su familia

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Ochenta y ocho mil bolívares semanales sirven para comprar un kilo de yuca, uno de mango y 10 caramelos o una galleta. Este es el salario que Lilian Villalba, de 48 años, se gana en una semana de trabajo por planchar hasta mil sabanas diarias.

Entra a las 9 de la mañana a su trabajo en una tintorería ubicada en La Campiña, por la avenida Libertador, y desde entonces y hasta pasadas las 5 de la tarde se dedica a planchar todas las sábanas que envían desde varios hoteles cercanos. Una, veinte, cien, trescientas, mil sábanas puede contar esta mujer desde que llega y hasta que se va de su lugar de trabajo. Siempre de pie y siempre por los mismos 88 mil bolívares semanales con los que intenta poder llevar algo de comida a casa.

Su voluntad para trabajar contrasta con su frágil fisonomía. Quien ve su baja estatura, la delgadez extrema, sus ojeras y su corto cabello, jamás pensaría que se trata de una mujer que labora prácticamente todo el día, unas 12 horas casi siempre de pie y, en la mayoría de las ocasiones, con el estómago vacío.

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Lilian aguanta, siempre aguanta para que sus hijos no se den cuenta de que también tiene hambre o de que se siente mal, pero no hay sino que verla a los ojos para adentrarse en su drama y entender que tener 48 años es solo un número para alguien que parece haber vivido y padecido unos 70.

Junto a sus cuatro hijos y sus tres nietos menores de edad, esta madre vive arrimada en la casa de la mujer que la crió y que ya murió. En las profundidades de Chapellín, un barrio de la zona este de Caracas, justo en la orilla de la calle principal, se encuentra la vivienda de la que siempre ha corrido el riesgo de ser echada pues, según cuenta, nunca ha tenido nada suyo. Su mamá, que no era su verdadera madre, tuvo hijos de sangre que amenazan constantemente con echarla a la calle.

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Y aunque sus cuatro muchachos –3 varones y una hembra– son mayores de edad, solo uno estudia tercer semestre de contaduría, dos ellos padecen retardo mental y la otra está dedicada a atender a uno de sus bebés recién nacido. En la casa solo Lilian trabaja, pues uno perdió el empleo hace poco y otro de los que tiene una condición especial tiene un retardo mucho más severo que le impide siquiera aprender a leer y a sus 21 años no consigue empleo por su situación.

La hija de Lilian tiene 3 niños sin ningún padre que responda por ellos. Por todo esto, Lilian es quien mantiene este hogar a punta de lavar y planchar en la tintorería en la que trabaja desde hace 25 años y en donde gana un sueldo que ni siquiera alcanza el 20% de un salario mínimo, incluso cuando le pagan algunos bonos de alimentación.

“Un día mío es estar en mi trabajo y cuando no tengo que comer, buscar, pedir. Siempre he estado en esta situación; a veces consigo y otras no. Pasamos bastante hambre y podemos estar todo el día sin comer, hasta los niños. Yo hago todo lo posible, pero si no consigo ellos también tienen que aguantar”, dice Lilian mientras acaricia a sus nietos de 8, 6 y un año, que se abrazan a ella como si temieran que se les fuera a escapar.

La casa de esta mujer, en el Barrio Chapellín perteneció a su madre de crianza y corre el riesgo de ser desalojada | Foto: Vanessa Tarantino

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Parece que ese temor que se ve en sus nietos, de que Lilian se escape de esa realidad algún día, lo tiene toda la familia. Ella misma cuenta que en ocasiones es su hija mayor la que le dice que “no sabe cómo no ha tirado la toalla” y ella responde: “será el amor de madre”. Ese mismo amor es el que la mueve a ocultar cualquier dolencia, cualquier malestar para consolar a toda su familia cuando el hambre los hace sentirse tan débiles que se desvanecen y solo pueden estar acostados. “Hemos pasado toda una semana sin comer. Los niños están en un comedor ahora, pero antes si no había no les dábamos nada”, relata.

“Mi hija que está amamantando, a veces se siente peor que todos y hasta se le duermen las piernas, yo creo que es por el hambre… A veces yo también me siento mal, pero tú sabes, yo aguanto e igual me voy a mi trabajo”, dice.

La hija de Lilian tiene 3 hijos y ninguno de los padres se hace responsable de los gastos de los pequeños | Foto: Vanessa Tarantino

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Aguantarlo todo

Lilian no tiene nevera, hace años que se dañó la suya y ha sido imposible para la familia pagar la reparación. El sueldo que gana le impide hacer cualquier plan para mejorar su condición y refiere que en ocasiones trabaja y piensa: “esta semana trabajaré para comprar una sal, la que viene lo haré para comprar fósforos. Y así”.

Ella no tiene dinero para gastar en desodorantes, jabones o productos de higiene personal, por eso este tipo de elementos quedan en segundo plano y “todo lo que entra a la casa se gasta en comida”. Cuando les llega la caja del Clap, les puede durar hasta semana y media comiendo “arroz con caraota, con lenteja, con mortadela, con plátano, arepa pelada y eso, hasta que ya no queda nada que hacer”.

En la vivienda de esta mujer se mezcla el olor corporal de los miembros del hogar con la creciente humedad que invade el inmueble. La familia parece estar acostumbrada, pero para cualquier nuevo visitante el hedor resulta penetrante. La vivienda solo dispone de un cuarto con tres camas en las que se dividen las ocho personas que duermen en la casa.

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Los 88 mil bolívares que gana esta mujer ni siquiera le alcanzan para pagar la caja del Clap | Foto: Vanessa Tarantino

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Lilian admite que actualmente vive de los bonos que le dan mediante el Carnet de la Patria, con ellos puede pagar la caja. “Antes podía comprar 150 bolívares de carne, pero ahora ya no venden eso… Cuando tenemos algún bono compramos un poco de costilla y las guisamos, o paticas de pollo, pero eso es a veces, porque todos tenemos el carnet, pero no a todos nos toca el dinero”, explica.

Y, aunque se muestra agradecida por el apoyo que recibe de los vecinos, Lilian sueña con un mejor futuro: “No me gustaría vivir como rica, o muy bien, pero sí al menos saber que puedo comer cada día, que vamos a tener algo”, apunta.

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