La obsolescencia de los equipos de diagnóstico y tratamiento, el desmantelamiento progresivo de las áreas funcionales y la insuficiencia de personal calificado hacen de la emergencia del Hospital Clínico Universitario un tranvía a la muerte. Así la describen pacientes y familiares que padecen las largas horas de espera en el centro de salud, desprovisto de la tecnología de avanzada que marcó su inauguración hace 63 años

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Las noches en el Hospital Clínico Universitario (HCU) de Caracas no son aptas para cardíacos. La frase, aunque parezca cliché, resume lo que se ha convertido en una norma en el centro de salud, que por su ubicación, en una de las principales desembocaduras de la vibrante autopista Francisco Fajardo, recibe a pacientes de todo tipo.

Allí llegan víctimas de accidentes; baleados en tiroteos: los famosos enfrentamientos con funcionarios de los cuerpos de seguridad en barriadas capitalinas; y residentes de los suburbios caraqueños, transferidos de las localidades de Valles del Tuy y Altos mirandinos, que ante el colapso de la red de atención de la vecina entidad se desplazan hasta más de 37 kilómetros para recibir la primera atención por una crisis hipertensiva, un politraumatismo, consecuencia de un choque en la carretera Panamericana o Autopista Regional del Centro, y hasta por una intoxicación.

Entre el silencio y la adrenalina. Así transcurren las horas en la contrastante sala de espera que sirve de recibidor de la emergencia. Flanqueada por seis chaguaramos, el acceso que da al estacionamiento recibe a casi 40 pacientes por hora. Ni el aspecto, la lejanía de la procedencia ni la gravedad dictan el orden en que será despachada la urgencia. La agonizante espera puede ser un conducto directo a la muerte, a menos que el agraviado tenga la fuerza para dirigirse a otro hospital para ser atendido.


La escasa posibilidad de realizar un diagnóstico a tiempo dificulta aún más las probabilidades de salvar vidas en esa emergencia


Que se cargue con los suministros tampoco es garantía de una atención inmediata, mucho menos adecuada. El sangrado constante, la palidez, el llanto por un dolor o los signos inequívocos de una asfixia en desarrollo tampoco son muestra suficiente de la necesidad de ser priorizado. La escasez de personal, suministros y equipamiento de todo tipo aletargan el tiempo de consulta. Hasta dos horas y media puede esperar solo para ser revisado un paciente con cuadro severo de hipertensión, mientras que un asmático pasa entre una hora y hora media para lograr un turno y ser nebulizado.

La estancia en el lugar, proyectado para atender a la población de las décadas de los sesenta, setenta y ochenta, es en muchos casos una antesala a la muerte. Para cientos de heridos con traumas por accidentes viales o heridas por arma de fuego, el Clínico Universitario es la primera escala en una espiral de ruleteo que familiares y pacientes emprenden en busca de la atención mínima. Parar un sangrado, que puede devenir en un shock fatal por la masiva pérdida de sangre, o controlar los síntomas de un ataque epiléptico, resulta casi imposible en el centro asistencial que integra el campus de la Universidad Central de Venezuela (UCV), la máxima casa de estudios del país, con una de las facultades de Medicina que posee más especialidades del continente.

Como una estación de la muerte también es descrita el área por los familiares de los pacientes a las afueras de la colapsada unidad. Sin sillas suficientes que sirvan para atenuar la prolongada demora en el servicio. Adentro, camilleros, enfermeros, médicos especialistas y residentes sortean para las múltiples necesidades cada segundo de atención entre los pacientes, a los que es imposible separar por gravedad o cuadro de síntomas presentados.


Para cientos de heridos con traumas por accidentes viales o heridas por arma de fuego, el Clínico Universitario es la primera escala en una espiral de ruleteo


La escasa posibilidad de realizar un diagnóstico a tiempo con el sentido de oportunidad que se requiere, dificulta aún más las probabilidades de salvar vidas en esa emergencia. Los tomógrafos no funcionan y los laboratorios no cuentan con todos los reactivos para la variedad de patologías que se presentan por segundo en la desvencijada estructura, que muestra signos claros de poco mantenimiento.

Los equipos, algunos de los cuales aún conservan el grado de tecnología de avanzada de la que llegó a gozar la población que acudía a ese centro asistencial, están apilados en uno de los corredores y en al menos dos de los cuartos que antes fungían como espacio para la consulta. La obsolescencia, indolencia y la desidia mantiene al área casi al nivel de un ambulatorio rural en cuanto a lo que a tecnología se refiere. Ni los tensiómetros son electrónicos, «y menos mal», murmura uno de los pacientes, pues debido a las constantes fluctuaciones en el fluido eléctrico varios de los aparatos, como el de los de rayos X, quedaron con daños tan severos que hasta la fecha no han sido reparados.

Urgencia y emergencia son dos conceptos clínicos que dentro del HCU pierden todo significado. Al lado de una persona con signos claros de una arritmia cardíaca puede estar un paciente con un fuerte dolor abdominal o un cuadro de diarrea aguda, sin que se les establezca un orden para ser atendidos. Todos comparten los pocos asientos disponibles, la angustia y la agonía. Cada uno sabe que de no ser el próximo atendido, puede llegar a ser el próximo fallecido.