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lunes, 6 mayo, 2024
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Jóvenes labran con esfuerzo y corazón su futuro en Venezuela

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Franz Kafka dijo una vez que la juventud es feliz porque tiene la capacidad de ver la belleza. Muchos jóvenes venezolanos desarrollaron esa capacidad. En medio de la crisis, varios se atreven a salirse de lo tradicional y emprender para mejorar su entorno y sus condiciones de vida; encontraron oportunidades para crecer y generar cambios.

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Para el año 2013, 73 % de los venezolanos con edades entre 15 y 29 años no sentía deseos de irse del país, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Juventud (Enjuve) realizada por el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la Universidad Católica Andrés Bello (Ucab). Pero para 2017, la cifra se invirtió. Según la Cámara Venezolano-Americana de Comercio e Industria (Venamcham), 77 % de los jóvenes emigraría si tuviera la oportunidad.

En El Pitazo contamos la historia de seis jóvenes emprendedores que decidieron quedarse a pesar de tener oportunidad de irse y utilizan sus habilidades como una herramienta a favor de sus comunidades. Un dicho popular reza que los jóvenes son el futuro del país, pero ellos decidieron ser el presente.

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Irving Briceño: “Tenemos que romper paradigmas para poder innovar”

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Irving Briceño cree que hay que romper paradigmas para poder innovar. Él es la prueba de que es así. A sus 24 años reúne en su hoja de vida la fundación del Voluntariado de Comunicación Social (Volcos) de la Ucab, institución de la que egresó, y la realización de un sueño:1001 ideas para mi país.

1001 ideas para mi país nació durante el Diplomado de Gobernabilidad, Gerencia Política y Gestión Pública de su casa de estudios, cuando él y Carlos Vargas, de la Facultad de Derecho, se encontraron con la Encuesta Nacional de Juventud (Enjuve) en el año 2013, cuyos resultados indicaron que ocho de cada diez jóvenes no tienen interés por el devenir político o social del país. Él atribuye esa cifra a la concepción que se tiene de los asuntos públicos: son aburridos y les competen a los adultos.

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El emprendimiento 1001 ideas para mi país es una incubadora que crea ecosistemas para sociedades innovadoras a través de tres procesos: conexión, experiencia e invención de proyectos de innovación social. El objetivo es formar y orientar a jóvenes que quieran crear sus propias empresas o iniciativas sociales.

Irving, Carlos y Rolando Antiveros, este último economista de la Universidad Santa María, lograron materializar la idea de su emprendimiento tres años después y ahora dirigen una organización de jóvenes para jóvenes.

Para Irving, su vocación social es innata. Incluso antes de 1001 ideas para mi país, sabía de su amor por el servicio: “Yo siempre he querido cambiar el mundo”. Proveniente de la parroquia Antímano, al suroeste de Caracas, durante su paso por la Ucab decidió crear Volcos, el voluntariado de la escuela de Comunicación Social, que funciona como una suerte de puente entre su comunidad y la universidad.

Le interesan el conocimiento y la información; por eso en 2014, cuando aún era estudiante universitario y junto a los demás voluntarios, dictó un seminario de infociudadanía en sectores populares con los que la Ucab mantiene relación desde hace varios años.

Su inconformidad con las condiciones de vida de los venezolanos, sobre todo de los jóvenes, lo motiva a trabajar por un cambio. Profesa fielmente que las crisis dan muchísimas oportunidades para crear, inventar y reinventar.

Irving es el director de conocimientos de 1001 ideas para mi país y una de las tareas que ha asumido es demostrar que los emprendimientos sociales pueden ser sostenibles y son posibles pese a la coyuntura económica y social que atraviesa el país.

La ONG es un reto permanente para él. Está feliz de ser parte de esa idea, que ya cumplió dos años. Agradece las oportunidades y las utiliza para ser agente de cambio. “Soy un privilegiado”, asegura.

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Joyce Delgado Zerpa: “Llevamos un mensaje de esperanza
puede ayudar a enfrentar los problemas”

Joyce Delgado Zerpa es misionera desde los 15 años. Mientras cursaba el bachillerato tuvo la oportunidad de viajar al estado Guárico para compartir su fe con los habitantes de zonas rurales. La experiencia la ayudó a valorar y a agradecer todo lo que tiene. Ahora, con 23 años y a punto de terminar su carrera de Ingeniería Civil en la Universidad Central de Venezuela (UCV), siente que su vocación es cada día más fuerte. “Aunque no podemos satisfacer sus necesidades materiales, les llevamos un mensaje de esperanza”, afirma.

Admite que la gente se sorprende cuando cuenta que es misionera, pero ella lo dice con orgullo. Aunque su impulso siempre ha sido la fe en Dios, cuando entendió que la ingeniería es una herramienta para mejorar las condiciones de vida de quienes habitan los pueblos que ha visitado, Joyce sintió que había armonía entre sus pasiones. “Vialidad, servicios públicos, infraestructura, tener casas confortables, todo eso es ingeniería”, asegura.

Su objetivo es compartir un mensaje de amor. Sabe que los problemas no estarán resueltos al amanecer, pero sí insiste en acompañar a los más vulnerables y ayudarlos a enfrentar las dificultades con la mejor actitud.

Para ella, cada viaje de misiones significa un nuevo reto y una oportunidad para aprender. Nunca dejan de impactarla las diferentes realidades que se viven en el interior del país. Conoce gente de Cubiro, en Lara; La Hoyadita y El Naranjal, en Miranda; Boca de Uchire, en Anzoátegui y varias zonas rurales del estado Guárico. “Ellos no tienen tantas oportunidades como las que tenemos acá en Caracas”, afirma. Sin embargo, se maravilla con sus tradiciones, sus formas de vivir el día a día, las comidas típicas y la cordialidad; pero lo que más le asombra es la fortaleza de la gente.

Aunque las misiones son una vez al año y suceden solo durante la Semana Santa, Joyce está en constante preparación durante meses. Además, es catequista y participa del grupo juvenil de la Parroquia Santa María Madre de Dios, ubicada en Prados del Este. También lleva comida a personas en situación de calle algunos fines de semana con sus amigos de la iglesia. “Lo más lindo es que siempre vemos a otros grupos ayudando a más gente”, cuenta con la complicidad de quien revela un secreto.

El servicio para ella es una vocación, una tarea para la vida. “Me mueve la fe y sé que desde la iglesia puedo aportar mi granito de arena. Al final, Dios es amor”.

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Luis Alvarado: “Sigo eligiendo quedarme para trabajar por el país”

Luis Alejandro Alvarado viajó hace dos años a Estados Unidos para participar en un programa de liderazgo progresista y se dio cuenta de todo lo que podía hacer en Venezuela con lo que aprendió. Notó que desde afuera es más fácil percibir lo que se está haciendo en materia de desarrollo sostenible a nivel mundial y que el país no ha comenzado a transitar.

Tiene 20 años y está por terminar la carrera de Estudios Internacionales en la UCV. Es de Zaraza, una población ubicada en el estado Guárico, pero vive en Caracas desde 2014. Al llegar pudo notar las deficiencias y falta de oportunidades que tienen los habitantes del interior del país con respecto a la capital: fallas más graves y con mayor frecuencia en los servicios públicos, el transporte y el acceso a la información. Sobre todo, según Luis, los temas de género, pensamiento crítico y educación igualitaria siguen siendo tabúes.

El contraste entre su lugar natal y Caracas más el aprendizaje obtenido durante el viaje lo motivaron, en 2016, a crear ¡Váyalo!, una organización que busca el empoderamiento ciudadano a través de charlas de formación, cine foros, actividades deportivas y culturales. Su base son los Objetivos de Desarrollo Sostenible, 17 propuestas que forman parte de la agenda 2030 de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para lograr la igualdad y mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos del mundo.

Para poder cumplir con las actividades de ¡Váyalo! debe viajar mensualmente a Zaraza. La organización ahora cuenta con 20 voluntarios. Entre sus logros está la creación de una biblioteca pública fija que instaló gracias a donaciones de libros y de financiamiento para el alquiler del local.

Además, Luis fundó el Club Woodrow Wilson en su casa de estudios, en honor al expresidente de Estados Unidos, impulsor del conocimiento y la ciencia. El grupo es un espacio para el análisis y debate político de futuros internacionalistas como él.

Participó en el programa Lidera, que es llevado por la Fundación Futuro Presente en alianza con el Instituto de Estudios Superiores en Administración (Iesa), la Universidad Católica Andrés Bello y la Universidad Metropolitana. Ahora está estudiando un diplomado sobre energía y petróleo.

Cree que la gente necesita oportunidades y acceso al conocimiento para poder ser ciudadanos defensores de los derechos humanos.

Luis tiene muy clara su vocación social. Habla con determinación de sus planes y cuando se le pregunta si piensa emigrar, es categórico: “No. Sigo eligiendo quedarme y trabajar aquí; Aquí es donde hay cosas por hacer y lo que quiero hacer lo visualizo realizado aquí”.

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Emilhy Arias: “El arte convierte tiempo de ocio en algo productivo”

Para Emilhy Arias el arte es un agente de cambio. Comenzó hace dos años a dar talleres con la Fundación Medatia —organización que utiliza el teatro como medio de aprendizaje— porque era un requisito para formar parte de la agrupación Teatro Ucab.

Luego de conocer sectores de La Vega, Carapita, Antímano y Catuche decidió ser facilitadora voluntaria. Le entusiasmó la idea de ofrecer un espacio de aprendizaje y entretenimiento a niños y adolescentes vulnerables que viven en hogares donde faltan los recursos y, en muchos casos, impera la violencia.

“Cuando les transmites a otros lo que sabes, entiendes realmente lo que has aprendido”, cuenta esta joven de 22 años que en dos meses recibirá el título de licenciada en Comunicación Social de la Ucab. Aunque los talleres de la Fundación Medatia son, en la mayoría de los casos, para universitarios, a Emilhy le gustaría seguir aportando de alguna forma luego de graduarse.

Ella insiste en el impacto positivo de esta iniciativa cultural: convertir tiempo de ocio en piezas teatrales. “Ese espacio que muchos niños disfrutan significa menos tiempo para involucrarse con la violencia”.

La primera vez que dio un taller fue en La Creación Colegio, ubicado en la parroquia Antímano, y en él participaron 25 niños de la zona. Pero desde hace tres semestres está dedicada a un grupo de 15 adolescentes de la Escuela Técnica Industrial San José Obrero, de la misma parroquia.

El aprendizaje teatral va más allá de la puesta en escena; implica trabajo en equipo, respeto y confianza, conciencia del espacio, del grupo y de ellos mismos.

Emilhy cree que en medio de las crisis se vuelve imperativo crear y mantener espacios que permitan a la gente expresarse y desarrollar empatía. Insiste en evitar sumirse en la inacción. “Estos talleres son valiosos porque los muchachos sienten que son útiles y, más allá del amor por el teatro, saben que no están solos y que pueden encontrar otros con muchas cosas en común”.

Este año, Emilhy asumió la coordinación de un grupo de adolescentes de la parroquia Antímano y confía en sus talentos y capacidades para aprender y enfrentar los problemas. “Si decimos que ellos son el futuro del país, hay que creer en ellos y darles las herramientas para que crezcan”.

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Roberto Rodrigues “Sentirme útil cubre los costos de la crisis”

Cuando Roberto terminó el bachillerato estaba seguro de que quería continuar cultivando su amor por el servicio. Luego de ser misionero en su colegio, se unió al Voluntariado de Ciencias Sociales, Vocs, de la Ucab, donde estudia dos carreras de forma simultánea: Relaciones Industriales y Sociología.

Cuando se le pregunta sobre emigrar, afirma sin titubear: “No tendría la misma utilidad en otro país. Aquí siento que genero un impacto y sentirme útil cubre los costos de la crisis”.

Su público objetivo son los niños y adolescentes. Temas como el trabajo infantil y la deserción escolar lo inquietan y lo han motivado a involucrarse en comunidades de La Vega, Antímano, Las Mayas y Canaima para realizar debates relacionados con la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y donar libros que son recolectados por el centro de estudiantes de Ciencias Sociales.

“Lo mío son las personas”, admite. Le interesó la carrera de Relaciones Industriales porque, en su opinión, permite mejorar las condiciones laborales. Cuando cursaba el segundo semestre la materia de sociología le gustó tanto que decidió convertirla en su segunda carrera. Asegura que esta última le ayuda a tener una perspectiva más profunda de la vida. Quiere formarse, especialmente, en el área de la responsabilidad social empresarial.

Roberto también hace política universitaria: es consejero de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales (Faces). Desde esa plataforma logra hacer del servicio algo institucional. Los estudiantes se agrupan para entregar algo de comer a personas que viven en las calles. Roberto sabe que eso no acabará con el hambre, pero es un respiro, una esperanza: “Por lo menos sienten que alguien se preocupa por ellos”.

Confía en su casa de estudios y reconoce el esfuerzo que hace para que la comunidad universitaria se involucre en el trabajo social.

Está consciente de que el rechazo hacia lo político y lo público comienza en la universidad; por eso su labor es brindar un acompañamiento genuino a las personas: en la Ucab, a los estudiantes; en las comunidades, a los más vulnerables.

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Incursiones, una iniciativa creativa que construye espacios de encuentro ciudadano

ncursiones nació como una oficina de arquitectura, pero la necesidad de proyectarse en el espacio público para promover el encuentro llevó a María Valentina González, a Josymar Rodríguez y a Yanfe Pedroza, arquitectas de la Universidad Simón Bolívar (USB), a convertirla en un laboratorio de ideas.

Se encontraron con dos datos determinantes para su proyecto: 97 % de los venezolanos desconfía de los demás en la calle y las alcaldías y gobernaciones no estaban interesadas en utilizar parte del presupuesto para mejorar el espacio público.

A partir de esto, decidieron realizar una primera intervención en las calles de Caracas, que consistió en reparar lugares deteriorados con piezas de Lego. Al final del día, habían logrado mejorar seis lugares. María Valentina cuenta que esa actividad incentivó la curiosidad y el juego para muchos caraqueños. Además, lograron establecer alianza con el Goethe-Institut.

El objetivo de Incursiones es romper paradigmas y lograr que la gente entienda que un espacio es seguro porque es habitado y utilizado, no porque haya patrullaje policial ni porque esté enrejado. “Caracas es una ciudad dinámica y diversa y con las intervenciones queremos invitar al caraqueño a vivirla”.

Han intervenido espacios en lugares como el Centro de Arte Los Galpones y el Casco Histórico de Petare. Las actividades consisten en instalaciones que involucran arte y naturaleza e invitan a los ciudadanos a involucrarse en su construcción.

Al principio, la duración de las actividades era de un día, pero ahora buscan programas con mayor alcance. Uno de esos proyectos es Paradiso, una alianza con Caracas Mi Convive que comenzó en julio de 2017 como un homenaje a los jóvenes asesinados durante los Operativos de Liberación del Pueblo (OLP) ejecutados por los cuerpos de seguridad del Estado en la cota 905. Lo que comenzó con un mural, ahora suma varias intervenciones creativas que obligan a los habitantes a redescubrir la zona y sentirse identificados.

María Valentina, Josymar y Yanfe apuestan a la confianza entre los caraqueños, a la conciencia ciudadana y a la recuperación de espacios. “No podemos abandonar los valores por creer que la crisis económica es más importante”, aseguran.

Utilizan sus habilidades a favor de una ciudad que, insisten, es maravillosa y puede ser redescubierta a diario. Visualizan Incursiones a largo plazo; para ellas esas intervenciones son necesarias, las disfrutan y quieren seguir trabajando. “Somos gente joven que ama lo que hace”.

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