A Franklin Acosta Silva le diagnosticaron insuficiencia renal crónica a los cuatro años, por lo que depende de una máquina de diálisis para sobrevivir. Ha tenido que luchar por su vida y a pesar de las adversidades siempre ha encontrado la solidaridad en su camino

A sus cinco años, la mayor ilusión de Franklin Acosta Silva era poder recorrer las sabanas donde vivía, montar a caballo, correr, bañarse en el río, perderse en las veredas del poblado de Macuaya, en el municipio Pao de San Juan Bautista, entre los estados Cojedes y Guárico, donde reside, y jugar con sus hermanos. Pero la vida le enseñó que hay situaciones a las que debe adaptarse o, de lo contrario, no podría sobrevivir. 

Franklin es el tercer hijo de un matrimonio consolidado en el afecto; tiene dos hermanos mayores y dos menores. A los cinco años le diagnosticaron una hidronefrosis glomerular que impedía que sus riñones trabajen de manera normal. Tuvo que comenzar a dializarse. 

La glomerulonefritis, como también se conoce a esta enfermedad, es la inflamación de los pequeños filtros de los riñones (glomérulos). Los glomérulos eliminan el exceso de líquido, los electrolitos y los desechos del torrente sanguíneo, y los hacen pasar a la orina. La glomerulonefritis puede aparecer de manera repentina (aguda) o gradual (crónica) y ocasiona que los riñones no realicen su función y la persona tenga que dializarse, refiere la literatura médica.

El pequeño niño llegó al servicio de diálisis del hospital de San Carlos, la capital de Cojedes. Era llevado por su papá, un hombre con la piel curtida por el sol, de manos ásperas, lento al hablar y preocupado por su hijo. Dos veces a la semana debían salir de Macuaya. 

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Macuaya es una localidad del municipio Pao de San Juan Bautista, en el estado Cojedes, ubicada a aproximadamente 22,22 Km de El Pao (municipio Pao de San Juan Bautista) y 30,27 Km de Tinaquillo. 

Una moto o un caballo eran el medio de transporte utilizado para poder llegar a El Pao, de allí seguir hasta Tinaco y luego a San Carlos. Casi siempre debían hacerlo un día antes, para que el niño no perdiera el turno de la diálisis en el Hospital Dr. Egor Nucete. Franklin y su padre dormían en los pasillos de los servicios para esperar el siguiente día y que se le pudiera realizar la hemoterapia. 

Llegó el día en que el papá de Franklin debía dedicarse a las labores del campo para poder mantener a la familia y ya no podía acompañarlo. Así que desde hace cerca de cuatro años, el niño debe acudir solo a su cita con la máquina de hemodiálisis. La contextura de Franklin hace que parezca un niño, pero ya tiene 18 años, de los cuales ha vivido 15 en tratamiento. 

«Hace cerca de tres años lo recibimos aquí en el servicio, proveniente del hospital de San Carlos. Aquí va a mejorar su calidad de vida porque recibe tres días de tratamiento, que allá sólo recibía dos», cuenta Belkis de Bareño, trabajadora social del Centro Nefrológico Cojedes.

«Él es el consentido del centro. Llegó aquí muy tímido, asustadizo, pero ya eso quedó atrás. Aquí junto con la psicóloga Flor Rivas lo hemos enseñado a desenvolverse con las tarjetas bancarias y el mundo de la tecnología. Aunque es de poco hablar, con nosotros aquí mantiene una muy buena comunicación. Todos aquí en el centro nos esmeramos para brindarle una mejor estadía a Franklin». 

Bareño fue una de las que lo recibieron cuando Franklin llegó al hospital de San Carlos, porque cuando eso se desempeñaba como trabajadora social allá. «Era un niño extremadamente tímido y recuerdo que me lo gané con un balón de fútbol; de allí en adelante todo fue más fácil», señala.

Franklin duerme en los pasillos del hospital de San Carlos. Antes se quedaba en el área de atención a la familia, pero por la pandemia del coronavirus esta fue cerrada. Tiene que salir un día antes y recorrer casi 100 kilómetros para poder hacerse tratamiento. Ya lo conocen y se queda en el cuarto de los médicos residentes o de los porteros.

«Aquí en el centro no puede quedarse; no tenemos condiciones para eso y lo lamentamos: Franklin se ha ganado el cariño de todo el personal y de los pacientes».

Franklin sabe que su vida depende de una máquina y es por eso que se cambió a recibir diálisis tres veces a la semana. Su niñez y adolescencia las ha pasado en salas de diálisis. También ayuda en la casa y ha buscado oro en las riberas del río La Guama. Conoce todo el proceso de una diálisis, aunque confiesa que le da fastidio explicarlo. 

María Alejandra, la especialista del Centro Nefrológico Cojedes, explica que quienes conocen a Franklin preguntan si puede resolver su situación. Habría que estudiar, dice, si es susceptible a trasplante de riñón, pues son exámenes muy costosos.  “Las posibilidades de supervivencia de un paciente renal en las actuales condiciones que se viven en Venezuela son muy pocas. El principal problema que presenta este tipo de pacientes es la nutrición, porque deben tener una balanceada rica en proteínas y, hoy día, no pueden hacerlo”. 

El 1° de junio de 2020 se cumplieron tres años de la suspensión formal del programa nacional de trasplante y procura de órganos por parte de la Fundación Venezolana de Donaciones y Trasplantes de Órganos, Tejidos y Células (Fundave), un organismo que depende del Ministerio de Salud.

Desde esa fecha, al menos 3.500 venezolanos siguen a la espera de un trasplante en el país, cuyos centros especializados para tal fin han ido cerrando sus unidades debido a la falta de inversión por parte del Gobierno nacional, además de la escasez de medicinas e insumos médicos que garanticen la recuperación del paciente.

Hasta hace dos años, había 15.000 personas en diálisis. En la actualidad, 10.200 aún están tratamiento; el resto falleció como resultado de la escasez de insumos, materiales y medicamentos en medio de la emergencia humanitaria que enfrentan los venezolanos, de acuerdo a un estudio de la ONG venezolana Codevida. 

«A Franklin lo conoce todo el mundo y lo ayuda todo el mundo», cuenta la doctora. 

El joven ha tenido que luchar para sobrevivir. Comerciantes, panaderos y familias de buen corazón lo ayudan. No le falta la comida. Incluso, a veces consigue hasta colas que lo buscan en el Centro Nefrológico y lo llevan hasta Tinaco. 

A su edad no recibió una educación formal; su condición de vida lo ha empujado a salir adelante. 

Con la pandemia las cosas no le han sido fáciles. Pese a su enfermedad, le ha tocado montarse en camiones o agarrar cualquier cola que lo lleve de regreso a su casa. 

Su caminar, un poco distorsionado porque la falta de calcio le ha ocasionado problemas en las caderas, no es impedimento para que continúe adelante, desafiando todas las adversidades que se ha encontrado en el camino.