“No sumisa ni obediente
Mujer fuerte, insurgente
Independiente y valiente
Romper las cadenas de lo indiferente”
Ana Tijoux
Por: Angeyeimar Gil
Cualquier persona que lea noticias, conoce lo que vivió una joven venezolana en Argentina, víctima de abuso sexual durante su primer día de trabajo, por quien era su jefe. Es una mujer, sí, pero de 18 años, recién adulta. Una situación indignante para venezolanos y argentinos, pero principalmente para las mujeres del mundo.
Aunque el abuso sexual es una forma de violencia contra las mujeres y su prevalencia es bastante alta, siempre es indignante. En este caso, la forma, las condiciones y el hecho noticioso hace que nos indignemos con más fuerza y colectivamente. Pero más allá de la indignación la situación requiere ser analizada. No se trata solo del abuso sexual, que ya es bastante, sino de las cosas relacionadas, que vistas de forma separada pueden generar dudas, falta de apoyo e incluso empatía o antipatía con víctima y victimario. Pero hacer un zoom out permite clarificar nuestra mirada.
La violencia sexual, una cruz que cargamos todas
La violencia contra las mujeres es un hecho social. Su práctica forma parte de una cultura arraigada históricamente, relacionada con el poder de los hombres: el patriarcado. Esto niega la idea de que sea una cuestión natural, que ha existido siempre o de la cual es imposible desprenderse. Al ser un patrón producto de estereotipos y relaciones de dominación y desigualdad entre hombres, y entre hombres y mujeres, significa que, modificando esos patrones y las formas de relaciones sociales, la realidad puede ser transformada.
Aunque parece sencillo cuando se lee, resulta complicado hacerlo tangible y vivible. Las condiciones sociales y el sistema de producción vigente son la base de la desigualdad. El sistema capitalista, de forma natural, establece una brecha muy marcada entre quienes tienen medios de producción y quienes solo tienen para vender su fuerza de trabajo. Todo, en términos generales, puede ser convertido en mercancía, por ende, la humanidad entera es transable.
En la sociedad, el espacio público ha sido establecido como el espacio generalmente masculino. Además, el espacio de desarrollo de la economía. Las mujeres, relegadas al espacio privado considerado “no económico”; del cuidado doméstico entre otros, evidencia la fractura que separa a hombres y mujeres. Desigualdad de roles de género, trabajo asalariado para hombres y no asalariado para mujeres. Además, dentro de las tareas de cuidados se asigna a las mujeres la responsabilidad de la satisfacción sexual de los hombres, por lo que no solo debemos quedarnos en las casas, sino que debemos satisfacer sexualmente a nuestras parejas.
La violencia contra las mujeres es un hecho social. Su práctica forma parte de una cultura arraigada históricamente, relacionada con el poder de los hombres: el patriarcado. Esto niega la idea de que sea una cuestión natural, que ha existido siempre o de la cual es imposible desprenderse
Angeyeimar Gil
La lucha femenina ha tenido como objetivo la conquista de espacios públicos, del reconocimiento de las capacidades de las mujeres para el trabajo remunerado, para la política, para lo social y colectivo, para las artes y la cultura, para salir del espacio privado del cuidado e incorporarse al mercado laboral, lo que supondría varias cosas. Primero, hacer conciencia de que el cuidado doméstico es un trabajo no remunerado que debe ser compartido por los integrantes de la familia. Segundo, demostrar capacidades iguales a la de los hombres para el trabajo remunerado. Solo así es posible para la mujer lograr niveles de independencia económica para sí y para su familia, lo que aportaría, como resultado, la libertad de una relación amorosa y/o de placer sexual por decisión y no como resultado de dependencia, obligación o deber.
Aunque han sido muchos los logros de la lucha de las mujeres, la estructura social de desigualdad se mantiene vigente. Las ideas dominantes que colocan al cuerpo de la mujer y su sexualidad como objeto-mercancía, lo afianza la idea dominante de la apropiación. En el sistema capitalista, la apropiación sobre el trabajo asalariado se extiende hacia la dominación sobre el cuerpo en general, que ensalzado con una idea patriarcal dominante, queda la apropiación sobre la mujer sobre entendida.
Adicionalmente, el ejercicio de fuerza para los hombres supone “virilidad”. Educados para ser “fuertes” también en el ámbito de la sexualidad, se forman bajo la idea de que para ser exitosos deben tener mujeres. La cultura de que su satisfacción es principal y es incontrolable, esta idea de “fuerza igual virilidad” y la cultura de apropiación capitalista sobre los cuerpos, conduce a la legitimación psicológica de que pueden hacerse del cuerpo de la mujer a la fuerza.
La mujer es transformada toda en mercancía. El negocio sexual se lucra bajo este principio de apropiación por la fuerza (dinero y mercancía). El hombre, que tiene poder (dinero-fuerza), se apropia de la mujer “legítimamente”. De allí que la trata y el tráfico de personas para la prostitución sea un negocio tan lucrativo. Las mujeres son esclavizadas. No es una decisión voluntaria, no importan como personas, pierden su condición de humanas, son el objeto apropiado para la satisfacción del hombre.
Migración, pobreza y mujer
Las formas de violencia son resultado de las desigualdades de base del sistema imperante. El patriarcado, como hecho cultural, es una alianza perfecta para el capitalismo. La mujer es víctima en momentos de estabilidad económica, pero en crisis, la vulnerabilidad se intensifica.
Venezuela y su crisis humanitaria compleja es el escenario de las peores formas de violencia. Las mujeres son una población especialmente vulnerable para las violencias estructurales como la pobreza, por la brecha que las mantiene al margen del “progreso”; y de las violencias sexuales por ser su cuerpo el que satisface los deseos de los dominadores: los hombres.
El incremento de bandas organizadas y redes de trata de personas como el caso de Güiria y Trinidad y Tobago son vox populi. No parece existir una acción coherente para su freno. Las mujeres pobres y migrantes calzan perfecto con las exigencias de estas redes. Las rutas de migrantes a países de la región están llenas de historias de explotación sexual, prostitución e intercambio sexual. Todas formas de violencias sexuales, están sustentadas en la necesidad, la pobreza, la vulnerabilidad y la sexualidad femenina. En estos casos, aunque haya “aceptación” de la mujer para ese “intercambio”, es violencia.
Aunque han sido muchos los logros de la lucha de las mujeres, la estructura social de desigualdad se mantiene vigente. Las ideas dominantes que colocan al cuerpo de la mujer y su sexualidad como objeto-mercancía, lo afianza la idea dominante de la apropiación
Angeyeimar Gil
Es violencia creer que una mujer venezolana migrante puede ser objeto de propuesta de vender su cuerpo para la satisfacción sexual de alguien. Las historias de agresiones sexuales de todo tipo contra las venezolanas en la región, son imparables, incluso por parte de las mujeres nacionales de los países de acogida, porque la cultura patriarcal también se hace cultura entre las mujeres y las fragmenta. La duda de otras mujeres ante la denuncia de que una mujer fue víctima de abuso sexual, está justificada en la forma de vestir o de actuar de las venezolanas. Esa también es violencia, pero intragénero.
El caso de Argentina, todo mal
La joven venezolana abusada sexualmente en Argentina recoge todas las formas de violencia antes descritas. La crisis la llevó a emigrar por trabajo con apenas 18 años. Recién salía de la adolescencia. Su pobreza, su situación económica, su condición de migrante y de mujer le dieron a Irineo Garzón los elementos para considerarla una presa fácil para ejercer su fuerza y su poder. Como hombre y como empleador. Una práctica que tal como indica el abogado defensor de la venezolana, es recurrente.
Otras tres mujeres, todas migrantes, han sido víctimas de acoso y trato inadecuado por Garzón en su condición de empleador. Las entrevistas a la víctima y a su madre ofrecen elementos que permiten corroborar una premeditación de la acción violenta, desde la oferta de una cena para confirmar la contratación como vendedora en su tienda, hasta el haber cerrado la tienda antes de la hora acostumbrada y que le fuese decomisado un blíster de pastillas.
Luego, denuncia y detención en flagrancia del victimario mediante, las imágenes del momento muestran a una joven indefensa, dopada y en shock, nos hace pensar que la libertad condicional al victimario no fue la actuación adecuada del sistema de justicia. La estrategia de defensa de Garzón es realmente detestable. El abogado en todo su discurso hace uso de frases comunes de la lógica patriarcal: “fue consensuado”; “ella le pidió plata”; “fue una estrategia de la joven y la madre para dañar a Garzón”, como si hubiese existido una relación previa. Todos argumentos básicos de cualquier abusador sexual. El colmo del abogado de Garzón fue hablar, en tono jocoso y con risa incluida, del tamaño del pene del abusador, para desmeritar los resultados de la prueba física médico-legal. Revictimización y agresión simbólica para la joven.
La justicia de las redes sociales
El abuso sexual en flagrancia, el intento de escapar al momento de la detención y las otras denunciantes son, para cualquier ciudadano, elementos suficientes para que el Estado proteja a la víctima y haya justicia, que se resume (no lo es todo) en la prisión y sanción del victimario. Pero la jueza decidió la libertad condicionada porque “no tiene antecedentes penales”. Desde nuestra mirada extranjera es inconcebible, supone un riesgo para la víctima, para su familia y para el proceso judicial. Es una situación gravísima.
Esto generó una respuesta masiva de venezolanos en Argentina, en Venezuela, de los movimientos feministas, traducida en campaña con el #GarzónViolador. La campaña también incluye la denuncia a la jueza que otorgó la libertad condicional en el proceso.
Una amiga periodista me preguntaba si me parece correcto el “linchamiento mediático” hacia el agresor y hacia la jueza. La respuesta es dirigir la mirada al sistema de justicia, a las garantías para las víctimas, a los niveles de corrupción, a la brecha en la búsqueda de justicia para quienes no tienen poder económico y sobre todo, a la condición de víctima de la justicia y víctima como mujer. Si no lo hace el Sistema de Justicia, la ciudadanía le impone al delincuente-violador una sanción ejemplarizante de rechazo. Eso que llaman “linchamiento mediático”, es inevitable frente a tanta violencia junta.
La jueza es responsable directa de que el victimario estuviese en libertad y que otros hombres puedan repetir la acción contra otras mujeres ante una falta de sanción. La responsabilidad individual en representación del Estado, no es poca cosa. En manos de ella, mujer, recae la posibilidad de la justicia. Cada decisión de la jueza puede favorecer o entorpecer el proceso. Es necesario mirar con perspectiva de género y de derechos humanos, con conciencia de lo que este caso significa para millones de mujeres víctimas de violencia sexual en ámbitos laborales, para todas las mujeres migrantes que están en Argentina o en la región y que han padecido las violencias del hombre… y para ella misma y sus familiares mujeres que pueden ser víctimas también.
La denuncia masiva, estruendosa, directa y agresiva contra un asesino o un violador, es la respuesta social ante la inoperancia de un sistema superestructural que mantiene, promueve y genera desigualdades, por cultura o poder económico, por alianzas afectivas o por dinero. De allí que, para la gente común, para las pobres, las desposeídas, la protesta y el uso de las redes sociales con mayor libertad y acceso que los medios tradicionales, es la única alternativa para exigir justicia al Estado. Es la opción para que una historia sea conocida y ejemplarizante. Eso es un respiro, inevitablemente.
De ese estruendo salen varias cosas. La solidaridad entre mujeres, el apoyo de los movimientos feministas, el apoyo personal para atender y superar los daños emocionales, la fortaleza para soportar un juicio que, en busca de justicia, agota, cansa, revictimiza, te enfrenta por un buen tiempo con tu victimario, te somete al escarnio, te humilla en la voz de quienes dudan de tu historia.
Así, ante las falencias del sistema, la protesta social es una alternativa. Es el mejor inicio de terapia para la víctima-sobreviviente, porque la obliga a elevar su conciencia y mirar el origen de esa violencia sexual, al entender que no es contra ella sino contra todas las mujeres. Ante una mujer víctima, toda la confianza y la sororidad. Exigimos justicia y reparación del daño.
ANGEYEIMAR GIL | @angeyeimar_gil
Docente de la Escuela de Trabajo Social de la UCV. Trabaja como investigadora en la Red por los Derechos Humanos de los Niños, Niñas y Adolescentes (Redhnna).