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sábado, 18 mayo, 2024
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SOLIDARIOS DESDE PEQUEÑOS

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Por Valentina Betancourt

En ocasiones podemos sentir que por la situación en la que vivimos, no estamos dándoles a nuestros hijos todo lo que quisiéramos para ellos. No es poca cosa tener que sortear las dificultades de escasez, inflación, inseguridad y, como si fuera poco, hacerles el ambiente más armónico posible para darles la seguridad emocional de que siempre estaremos a su lado queriéndolos y protegiéndolos.

Por el agobio de querer darles siempre “lo mejor” desperdiciamos las oportunidades de formarlos y hacerlos mejores personas. No nos damos cuenta de que es un buen momento para formar el carácter de cada uno y su sensibilidad.

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En un momento como el actual, cuando todos necesitamos más que nunca a los que tenemos más cerca —y a los que están lejos también—, es un momento para ir sembrando en ellos ese ponerse en el lugar del otro, querer ayudar a los demás solo por el simple hecho de que son personas que valen igual que yo.

Desde que son muy pequeños les decimos a nuestros hijos que compartan sus juguetes con otros, y eso está muy bien, pero hay que hacerles ver que compartir les hace tan felices a ellos como a los niños con los cuales comparten. Aunque parece abstracto enseñar solidaridad a niños pequeños, podemos ir sentando bases para que esta virtud se vaya consolidando en la medida en que van creciendo y madurando.

Lo primero y más importante es nuestro ejemplo. La demostración de nuestra sana preocupación por los demás, comenzando en primer lugar por ellos mismos y familiares mayores, siguiendo por enfermos, empleados del hogar, personas que vienen regularmente a hacer trabajos de mantenimiento a nuestra casa o edificio, niños y adultos de la calle. Que presencien que compartimos lo nuestro con otros, que dedicamos tiempo a saludarlos y preguntarles por sus cosas, que se den cuenta de que nos interesan genuinamente los demás.

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Con estas acciones los ayudamos a ser empáticos, a ponerse en el lugar del otro, a saber que hay personas con menos oportunidades a los que podemos apoyar desde lo más pequeño, comenzando por nuestro trato amable, por interesarnos por saber sobre ellos, su familia, su salud.

Algo concreto y sencillo: desde que son muy pequeños les decimos a nuestros hijos que compartan sus juguetes con otros, y eso está muy bien, pero hay que hacerles ver que compartir les hace tan felices a ellos como a los niños con los cuales comparten. Abracémoslos y digámosles: ¿Te das cuenta de la alegría que sientes cuando tu amigo o tu primo juega con tus cosas? ¡Qué feliz eres cuando compartes!

Otra acción sencilla es hacer selección de los objetos que ya no se usan
—ropa, zapatos, juguetes, etcétera— para regalarlas a alguien que tiene menos. Mucho mejor si ven la cara de alegría de los que reciben estos bienes.

Mejor aún si hay algo de lo que logramos que se desprendan, aunque todavía lo pudieran estar usando. Por ejemplo, si tienen varias muñecas y todavía se utilizan para jugar, puede invitar a su hija a que se decida a regalar una a alguna niña que no tiene ninguna.

Otra buena costumbre pudiera ser que, cuando se reciben regalos en fechas como Navidad o cumpleaños, los niños tengan la costumbre de regalar algo de sus juguetes a otros niños que tienen menos.

Podemos también tener siempre comida con nosotros, en el carro o en nuestra cartera, por ejemplo, para que cuando veamos a algunas personas pidiendo dinero en las calles o escarbando en la basura, la compartamos con ellos en presencia de nuestros hijos.

La solidaridad, aunque se ve de manera mucho más concreta cuando se comparten bienes materiales, también tiene manifestaciones en otro tipo de acciones como: dedicar tiempo a personas enfermas, visitar o invitar a pasear a personas mayores, llamar a un compañero que no fue a clases para saber si está bien y si necesita que se le ayude a ponerse al día con lo visto en clases.

Dentro de la familia, en el hogar, que es la primera escuela, allí podemos hacer mucho. Lo primero es buscar que todos cooperen con todos. Si alguno está enfermo, pues hay que promover que los demás le hagan compañía, le lleven algo de comer que le guste o la medicina.

También podemos promover que entre hermanos se ayuden cuando están en un aprieto, cuando tienen una tarea que terminar, a ordenar algún desastre que le haya ocurrido a otro. También podemos involucrar a nuestros hijos en eventos u ocasiones en las que nosotros estamos siendo solidarios y generosos. Eso me hace recordar que una persona cercana que quiso donar su cabello para la confección de pelucas para personas que lo pierden por el tratamiento de quimioterapia, invitó a su hija de cinco años a que la acompañara al momento de entregar su donación en una institución que se encarga de esas gestiones. Tuvo ocasión de explicarle a su hija que su cabello ahora lo iba a poder utilizar una persona que no tiene, porque está enferma. Fue un momento aprovechado para sembrar la sensibilidad de preocuparse por los otros.

​No dejemos que estos días difíciles que vivimos pasen y no dejen una huella positiva en nuestras familias; crezcamos juntos en solidaridad. Cuando experimentamos la alegría de ayudar a otro y de aliviarle sus dolores y angustias nos hacemos mejores personas y, por lo tanto, somos más felices. Demos la oportunidad a nuestros hijos de descubrirlo.

Nota del editor: Este artículo fue publicado por primera vez el 15 de abril de 2018

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