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lunes, 6 mayo, 2024
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Individualidades tóxicas

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Por: Moisés Chocrón

La búsqueda obsesiva de una identidad única (e insuperable) representa el origen de muchas discusiones alrededor de lo que somos y lo que no somos como personas, no solo en nuestros gustos personales, sino también en nuestro lugar en la sociedad, es decir, no solo buscamos demarcar bien la música que escuchamos, la red social que preferimos, la forma de vestir que más nos representa, sino que dejamos muy en claro las ideas políticas que compartimos, nuestra opinión sobre economía y hasta nos atrevemos a decir cómo debería funcionar la sociedad en la que vivimos. Todo esto lo hacemos a través del lenguaje y lo hacemos constantemente.

El uso del lenguaje es mucho más que la ortografía, la prosodia y la sintaxis. Las palabras que usamos constantemente están sujetas a ideas que primero existieron en nuestras mentes (significado) y que, precisamente por querer compartir con otros seres humanos, relacionamos con un sonido específico y, más adelante, con una forma de escribirlo (significante). Pero incluso podríamos decir que el lenguaje tiene la capacidad de modificar la percepción que tenemos sobre un fenómeno en atención con las palabras que escogemos para expresarlo.

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Uniendo estas últimas ideas es que podemos entender la importancia que algunos grupos sociales dan al uso del lenguaje inclusivo o lenguaje no-sexista. Producto de trabajos recientes de sociólogos y antropólogos, algunas personas sostienen que el sexo y el género no son lo mismo; mientras el sexo está determinado por la biología, el género es un constructo social, una especie de acuerdo tácito entre lo que se es y lo que le corresponde ser dentro de la sociedad.

Si eres niño tus juguetes deben ser carros y figuras de acción, pero si naciste hembra pues lo más probable es que te regalen un set de manualidades o una cocina a escala. Esto es precisamente lo que saca de quicio a muchas feministas y, hasta cierto punto, es entendible.

Por tanto, estos grupos se han propuesto modificar el lenguaje con el fin de cambiar la relación entre sexo y género, hasta el punto de extender la lista de géneros a 27 diferentes (a veces más), basta con revisar las opciones que dan algunas redes sociales de citas como Tinder, para darse cuenta lo extendida que está esta idea.

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Lo que no advierten los defensores de la “hiperindividualidad” es que en realidad estas diferencias poco tienen que ver con nuestro rol en la sociedad, sino casi exclusivamente con nuestras preferencias sexuales, que obviamente es apenas una característica del ser dentro del extenso mar bravío que es la complejidad humana.

En atención a esto, algunos han creado todo un catálogo de nuevas formas de expresarse, no solo cambiando los pronombres singulares de tercera persona clásicos, él y ella, adicionando el “elle” para referirse a esos géneros que no se identifican como masculino o femenino (que en la lista de géneros son la mayoría), sino que además intentan cambiar los adjetivos adaptándolos al nuevo pronombre, por tanto una persona que prefiera el pronombre “elle” no será tranquila o tranquilo, sino “tranquile”, no será licenciado sino “licenciade” y si compartes una clase con “elle” no será tu compañera o compañero sino tu “compañere”. Pero ¿por qué?

La intención es ideológica. El objetivo es usar el lenguaje como un mecanismo de cambio social que permita a las mujeres y demás géneros “no-binarios” sentirse más “incluides”. Y como es de suponerse, todas las ideologías son susceptibles de usarse en la política, por lo que el salto de estos grupos a los partidos de masas ha sido casi instantáneo, debido a que es una forma bastante efectiva de dividir a los votantes en pequeños grupos de desvalidos por los cuales los políticos se comprometen a luchar.

Es hora de hacer una aclaratoria importante: hasta el momento solo nos hemos referido al español, pero las diferencias lingüísticas y políticas cambian de acuerdo al idioma en que se manifiesten. Precisamente es aquí donde se encuentra una gran debilidad del lenguaje de género. Idiomas como el chino o el turco tienen muy poco marcado el género en su estructura, se podría decir que sus adjetivos son asexuados, pero precisamente se tratan de sociedades dominadas por hombres y donde el rol de la mujer se ve disminuido, por tanto, no parece que la conexión entre el lenguaje y el cambio social sea tan fuerte como en principio se pensaba.

Basta con dar un vistazo para percatarse del dominio político exclusivo del hombre en la sociedad china y turca, en su historia reciente y antigua, mientras que en sociedades de habla inglesa o castellana la mujer ha visto en aumento su influencia en los más diversos campos y oficios, incluso en el siglo XX antes de la llegada del lenguaje y la ideología de género.

De forma general parece que es necesario retroceder en esta ideología y replantear sus bases. La búsqueda de la identidad individual es absurda pues la tenemos a partir del mismo momento del nacimiento, el esfuerzo por diferenciarnos es inútil no solo porque en efecto todos somos diferentes sino porque además al fin de cuentas todos pertenecemos a una rara especie que se agrupa en sociedades gigantescas.

A fin de cuentas, las diferencias marcadas alientan el conflicto en las cabezas de los menos tolerantes y resaltar constantemente nuestras individualidades solo tiene la capacidad de alejarnos.

Parece mucho más importante trabajar en nuestra tolerancia a lo que es diferente a nosotros y procurar sociedades donde el sexo con el que nacemos o nuestras preferencias, incluso las más íntimas, no sean para nada relevantes a la hora de acceder al estudio, hacer vida social o encontrar un empleo. Construir minorías para luego imponer reglas paritarias es en definitiva el reflejo de una individualidad tóxica.

Moisés Chocrón Fernández | Twitter: @chocterapia
Internacionalista y oficial retirado de la Armada

El Pitazo no se hace responsable por este artículo ni suscribe necesariamente las opiniones expresadas en él

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