Indigencia, compasión, solidaridad

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Por: Gloria Cuenca

En mi larga vida, jamás pensé que me tocaría vivir una situación como la actual. Ni en los momentos de mayor tristeza y pesadumbre pude imaginar que llegaría a ver a Venezuela en este estado y a mí, además de mis colegas docentes, en la situación actual.

Nosotros, inconscientes, no nos dimos cuenta de lo que teníamos; como niños malcriados, nos fijamos solo en lo negativo. Decía una querida amiga, la buena vida emborracha. Había que profundizar la democracia, ampliarla y mejorarla.

Enfrentamos una tragedia: la miseria alcanzó a buena parte del sector docente. Sean de la escuela primaria, del bachillerato o de la universidad. Observamos ―con tristeza― la circunstancia en la que fueron encontrados una pareja de docentes de la Universidad de Los Andes. Ambos de gran prestigio, titulares en la ULA. Ella muerta; él, deshidratado y con un accidente cerebrovascular en curso.

Circula en redes una sentida carta del gran chef venezolano Sumito Esteves, donde explica, con dolor y preocupación, que su madre, profesora universitaria, había muerto como indigente. Ella nunca no lo supo. Sumito, desde el exterior, ayudaba a su mantenimiento. No es noticia, así estamos la gran mayoría de los profesores, sean del nivel que sean, y también los investigadores. Es uno de los grandes méritos que se le pueden adjudicar al socialismo del siglo XXI, y a la revolución de pacotilla de Chávez-Maduro.

Por cierto, sobre esto no se habla. Tampoco se divulga, ni se hace propaganda sobre circunstancia tan dramática. Sería una verdad, dentro del montón de mentiras, con que se nos quiere engañar en las insoportables cadenas de medios. Si, somos indigentes, no hay duda. Esto produce compasión, en la familia, hijos especialmente, sobrinos, nietos y demás allegados. Los más cercanos y responsables, se dan cuenta de una vez: el hambre y la miseria rodean a los, anteriormente, ilustres profesores.

Se ayudan con las remesas, los regalos desde el exterior, en el mejor de los casos. Se trasladan afuera, a vivir con los hijos. Mientras, un número importante, permanece aquí, esperando esa ayuda maravillosa; bendiciendo a los hijos por lo que hacen por nosotros, y agradeciendo a Dios por tener familiares solidarios, bondadosos. Por otra parte, ellos comprenden: esto fue sin aviso, ni protesto. De la normalidad a la miseria.

¿Por qué pasó esto? ¿Cómo explicarlo? No sé si los contradictorios lectores sabrán que, en la China Imperial, antes de Mao, intelectuales y profesores eran considerados de gran importancia y trascendencia para el país. Al punto, de que eran de los pocos  ―docentes, intelectuales, enseñantes― que usaban unas ropas, tipo batas largas, para no tener que inclinarse demasiado ante el Emperador, tal era la trascendencia que se les daba. Se les apodaba los mandarines. Un sector lleno de privilegios, dados sus conocimientos y cultura, odiados y repudiados, especialmente martirizados, durante la Revolución Cultural.  En los países del llamado socialismo real o del siglo XXI, ocurrió la misma situación.

Lo primero que hay que decir es que, para estos en el poder. toda la cultura es burguesa y, como tal, hay que eliminarla. La educación y la cultura son un valor en las sociedades democráticas y libres, (valor, expresión latina que significa lo estimado) y es apreciado. Quien posee educación y cultura, para los socialistas, no tiene ningún significado. No importa que no estudies, no hace falta esforzarse para ser dirigente o cuadro del partido. La ideología lo puede y controla todo. Si se tiene ideología revolucionaria, no hace falta estudiar. Dirigirás un colegio, una empresa, haces una operación, todo a través de la ideología.

Es el terrible resultado del socialismo real: fracasan y fracasan; no aprenden. Fue así en la Unión Soviética, también en Vietnam y China, en Cuba y en todos los países de la Europa del Este (democracias populares, los llamaron). Deng Xiao Pin, al recuperar el poder, lanzó la consigna: No importa de qué color es el gato, lo que importa es que cace ratón.

Se trata de la minusvalía, la descalificación de la educación y la especialización, que conduce al desastre. Un día se empiezan a dar cuenta del desastre y pretenden que todo vuelva a la normalidad (sin dejar de robar). Hemos sido ingenuos en algún momento; no más. Ejercen control absoluto sobre la comida, con lo que someten al pueblo. Repiten el mismo guion en todos los países: corrupción, hambre y miseria.


GLORIA CUENCA | @editorialgloria

Escritora, periodista y profesora titular jubilada de la Universidad Central de Venezuela

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