Hubo conspiración para desalojar a Donald Trump de la Casa Blanca, ¿y luego?

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Por: Sarita Chávez

En su número del 15 de febrero de 2021, la revista Time publicó lo que es una real bomba informativa: hubo una coalición que se impuso para incidir en el panorama electoral de los Estados Unidos y evitar así que Donald Trump llegara por segunda vez a la Presidencia de ese país. 

El reportaje de Time es una bomba, aunque muchos no quieran reparar en ella porque se cansaron de repetir exactamente lo contrario de lo dicho por la revista en cuestión: que los paranoicos veían conspiraciones por todas partes. Lo difundido por el referido medio es un explosivo, pero no una sorpresa porque las evidencias de la conjura eran muy convincentes para un numeroso público que buscó refugio informativo en los espacios de algunos respetables periodistas y analistas y en algunos portales que elaboraron notas y artículos, antes y después de las elecciones, muy diferenciadas de las que difundían las agencias de noticias, los grandes medios estadounidenses y algunos europeos.

En su reportaje denominado La historia secreta de la campaña en la sombra que salvó las elecciones de 2020, Time revela que se fraguó una conspiración tras bastidores en la que participaron activistas de izquierda y empresarios. La alianza quedó formalizada mediante una nota conjunta de la Cámara de Comercio de Estados Unidos y el mayor grupo sindical de Estados Unidos (AFL-CIO), publicada el 3 de noviembre, día de las elecciones. Como “arquitecto de la conspiración”, Time da el nombre de Mike Podhorzer, asesor principal del ya mencionado AFL-CIO y estratega político. ¿Fue el único arquitecto de la conspiración? Pues según Time, sí, porque no hay ningún otro nombre detrás de la arquitectura conspirativa.


El reportaje de Time es una bomba, aunque muchos no quieran reparar en ella porque se cansaron de repetir exactamente lo contrario de lo dicho por la revista en cuestión: que los paranoicos veían conspiraciones por todas partes

Sarita Chávez

Este superhombre, que seguramente en alguna mala noche vislumbró a algún genio maligno que le habló de la posibilidad de que Trump ganara las elecciones, desde el año 2019 comenzó a planificar la conspiración. Debido a esta tarea, atrajo a todo el “universo progresista”: movimiento sindical, izquierda institucional (Greenpeace incluido), grupos de resistencia, representantes de donantes y fundaciones, organizadores populares de los estados, activistas de la justicia racial, los CEO (directores ejecutivos) de las redes sociales y gente de los llamados medios de comunicación.

La conjura, que tocó todos los aspectos de las elecciones, logró que los estados cambiaran las leyes y los sistemas de votos y aseguró centenares de millones provenientes de fondos públicos y privados. Fue así como el Congreso les envió 400 millones de dólares del fondo de ayuda del COVID-19 a los administradores electorales estatales. Además, el grupo de la conspiración presionó a las compañías de medios y a los directores ejecutivos de las redes sociales para que adoptaran una línea más dura contra lo que denominaron “desinformación”. Por eso muchos vimos notas editorializadas y artículos de opinión ocupando los lugares de las notas informativas, u opinión abierta colada en el cuerpo de una noticia. Y esto ocurrió a diario y sin ningún pudor por parte de redactores y medios de difusión.

Pero como la dialéctica existe, hubo periodistas y analistas independientes que nadaron a contracorriente (y fueron buenos nadadores para sortear la censura en algunos espacios de Internet) para poder difundir la realidad de unos hechos que casi sin disimulo ocultaron o deformaron grandes cadenas de televisión y poderosos medios de la palabra escrita. 

Así, esta grande y poderosa prensa ofreció, durante la campaña electoral y durante los días posteriores, los del conteo de votos, pocos datos reales sobre el Donald Trump político y mucha, pero mucha opinión sobre un Donald Trump al que se presentó como temperamental y descarnado. ¿Que este hombre adolece terriblemente de estos defectos? Pues no es el primero que rompe el molde donde se configuran los poderosos “químicamente puros”.  


La conjura, que tocó todos los aspectos de las elecciones, logró que los estados cambiaran las leyes y los sistemas de votos y aseguró centenares de millones provenientes de fondos públicos y privados. Fue así como el Congreso les envió 400 millones de dólares del fondo de ayuda del COVID-19 a los administradores electorales estatales

Sarita Chávez

Como resultado de esa narrativa mediática, Trump terminó convertido en un personaje casi teatral, al estilo del Ricardo III de Shakespeare: alguien con una abultada carga de perversidad debido a serios problemas mentales. Se supone que los medios deben estar al servicio de los lectores (de los gobernados, en este caso concreto de las elecciones) y que existe el derecho a la información. A un periodista y a un medio les está prohibido, éticamente hablando, apartarse de la rigurosidad informativa y construir realidades con el fin de manipular y servir a intereses ajenos a los de la gran mayoría de lectores. 

Lo que nos ofrece la revista Time es una bomba que nos habla abiertamente de lo que es un tipo de ejercicio periodístico y el verdadero ejercicio del poder, el que se oculta tras bastidores. Sin embargo, Time no ofrece este recuento del complot a manera de un mea culpa, sino como “modelo” de lo que puede hacerse, y se hace, para “salvar la democracia”. ¿Salvar la democracia con prácticas antidemocráticas? Según la revista, “las fuerzas laborales se unieron con las fuerzas del capital para mantener la paz y oponerse al asalto de Trump a la democracia”, pero no dice en qué consiste este asalto de Trump ni por qué es un antidemocrático.

 “Mantener la paz” es una frase que forma parte de la disertación almibarada de los positivistas, a quienes les gusta hablar de “paz, orden y progreso”. Tales eran las palabras de los venezolanos Gil Fortoul, Pedro Manuel Arcaya, César Zumeta y Laureano Vallenilla Lanz, los intelectuales positivistas del dictador Juan Vicente Gómez, para quien elaboraban sesudas teorías que justificaban lo injustificable: la dictadura del señor. Por eso Vallenilla Lanz escribió Cesarismo democrático, en el que explica que Gómez es el hombre que vino a poner orden en el territorio, en el alma y la psique del país, tocados por la barbarie hasta que el ungido por los dioses lograra sembrar el progreso y la evolución en los ámbitos psicológicos y geográficos.

¿Pero cómo ocultar lo inocultable? Estos cuatro teóricos positivistas, dispuestos a conciliar el progreso y la evolución con la sangre que Gómez iba derramando por aquí y por allá, eran realmente los mandaderos de Gómez —al decir del historiador Elías Pino Iturrieta. El dictador no les jerarquizaba las tareas, porque igual los nombraba directores de periódicos y embajadores, como los mandaba a comprar vacunas para el ganado. A cambio recibían, entre otras prebendas, concesiones para explotaciones petroleras, que ellos podían comercializar a su antojo. A partir de este ejemplo podríamos suponer que el “arquitecto” Mike Podhorzer y su enorme grupo son los mandaderos de otros que, por lo pronto, han hecho mutis por el foro. 

Volviendo a Time y su narración de una supuesta filantropía política, resulta palpable que la conspiración implica una verdadera fractura democrática, que más tarde o más temprano repercutirá en Estados Unidos e incluso fuera de este país. El complot es una terrible lección de cómo los poderes legítimos y las fuerzas activas de una sociedad pueden violentar el Estado de Derecho, justamente el que garantiza un contrato social, que a su vez es el canal para el entendimiento entre las partes. Finalmente, la conspiración es, nada más y nada menos, que una burla al ciudadano.

Sería valiosísimo que Time terminara de echar su cuento y nos dijera ¿por qué quisieron, verdaderamente, acabar con Trump y qué está pasando en este momento en los Estados Unidos? ¿Por qué el Capitolio y la Casa Blanca continúan militarizados y rodeados con vallas?


SARITA CHÁVEZ |

Periodista / Estudios de pregrado y posgrado en filosofía.