Esta historia se llama hambre

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ENTRE VOS Y YO


Por: Marlene Nava Oquendo

Pito se desempeña como obrero de mantenimiento. Forma parte de los sobrevivientes de aquellas cuadrillas que plenaban las calles de Maracaibo desde temprano en la mañana para barrer, recoger y acomodar aceras, brocales, plazas, avenidas, islas…

Aquel pequeño salario semanal le bastaba a Pito. Ahora recibe 400.000 bolívares mensuales, cifra que responde al último decreto salarial del 27 de abril de este año, pero se lo han fraccionado en cuatro entregas: 100.000 bolívares semanales.

En estos días, Pito se antojó de un pan campesino. Fue a la panadería. Y averiguó que costaba 200.000 bolívares. Guardó su tarjeta y se dispuso a ahorrarlo para la próxima semana.

El viernes a las 4:00 pm de la semana siguiente llegó a buscar su pan con los 200.000 bolívares. Y entonces supo que ese pan nunca sería para él. Ahora costaba 250.000.

Esto ocurre a diario. Como ocurre la creciente desilusión manifiesta en las largas y cansonas colas de los abastos, donde la gente cuenta las puyas, pasa tres y cuatro tarjetas por los puntos para completar un kilito de harina y tres huevos; y llora sin rubor cuando se entera de que no puede llevar el arrocito para el almuerzo de los nietos. Porque hoy está más caro. Esto ocurre en Maracaibo, como en todo el resto del país.

Pero los maracuchos han encontrado formas de sentarse a la mesa con otro paisaje distinto de la harina de maíz, harina de yuca, harina de arroz. Y ante la situación, muchos comen lo que sea y donde sea. Literalmente hablando. Eso incluye elementos vinculados a sus orillas: animales silvestres, como la tonina costera, varias especies amenazadas de tortugas marinas, pescados contaminados que recogen en las riberas de la Vereda del Lago o en las costas de Los Haticos y Santa Rosa de Agua, burros salvajes y hasta el flamenco rosado del Caribe, de la cuenca del lago Maracaibo, una vez centro de la producción petrolera nacional.

Esta situación se inició hace años. Investigadores de la Universidad del Zulia detectaron una denuncia, publicada en el año 2017 en el Miami Herald, según la cual en los vertederos municipales se cazaban perros, gatos y palomas, especie que, curiosamente, ha desaparecido de plazas e iglesias.


Y ante la situación, muchos comen lo que sea y donde sea. Literalmente hablando. Eso incluye elementos vinculados a sus orillas: animales silvestres, como la tonina costera, varias especies amenazadas de tortugas marinas, pescados contaminados que recogen en las riberas de la Vereda del Lago

Marlene Nava Oquendo

Ya se ha hecho habitual la presencia de niños, adultos y ancianos en los basureros y containers. Y el peregrinaje de calle en calle, de casa en casa, con críos y bártulos al ristre, de limosneros por estas rutas.

Mientras, la huella del hambre se sigue tatuando en rostros y pisadas de un número cada vez mayor de sobrevivientes en un país en el que —desde la llegada de Chávez al poder— se han producido 50 aumentos salariales.

Pero irónicamente, los beneficiarios lamentan dichos aumentos porque con cada uno de ellos se empobrecen en mayor grado. Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), una persona que gane menos de un dólar al día está en pobreza extrema; sin embargo, en el país no se llega ni a un dólar. De hecho, analistas internacionales han señalado que Venezuela es el país con el sueldo más bajo en América Latina.

Así las cosas y mientras en el Zulia se cerraban todas las fuentes de trabajo, algunos vivitos se dedicaron a “inventar” formas de subsistencia o modos de estirar los escasos ingresos. Y entre estos modos destaca la cacería de animales silvestres, como osos hormigueros gigantes o mansos y hermosos flamencos del Caribe. Hace días se repitió  la escena de dos o tres años atrás: la carne recién desplumada y la alfombra de fucsias derramada por el suelo ensangrentado. Y pendiente de ganchos de carnicería, restos de sus cuerpos lánguidos, sus alas caídas, rota su majestad.

Un indígena de nombre José Eutimio daba la voz de alarma. En la Guajira reaparecieron cazadores y traficantes de flamencos. Que, tomando provecho de la escasez y carestía de alimentos, acosan y matan indiscriminadamente individuos adultos de esta hermosa especie.


Así las cosas y mientras en el Zulia se cerraban todas las fuentes de trabajo, algunos vivitos se dedicaron a “inventar” formas de subsistencia o modos de estirar los escasos ingresos. Y entre estos modos destaca la cacería de animales silvestres, como osos hormigueros gigantes o mansos y hermosos flamencos del Caribe

Marlene Nava Oquendo

Lo mismo —cuenta Ender, un pescador del Lago de Maracaibo—, está pasando en los remansos del estuario zuliano. Desde la laguna de Las Peonías hasta el parque de Los Olivitos.

Tan es así —asegura Ender mientras desenreda los hilos de su anzuelo a las orillas de la Vereda del Lago— que han llegado al colmo de robarse y poner en venta huevos y crías. Y han establecido criaderos.

Las especies silvestres de Venezuela, uno de los 17 países que cuentan con el 70% de la biodiversidad mundial, se han visto sometidas a un nuevo desafío además de la deforestación, los derrames tóxicos de petróleo y el tráfico ilegal: el hambre de los humanos. Esto planteaba Nubardo Coy, artista y ecologista zuliano.

Coy, profesor de la Universidad de Zulia (LUZ), cuenta que los lugareños tienen la tradición de cazar y comer aves exóticas, como camungos (Anhima cornuta) y chicagüires (Chauna chavaria). Pero la macabra matanza de los flamencos fue inusual.


MARLENE NAVA OQUENDO | @marlenava

Individuo Número de la Academia de la Historia del Estado Zulia, fue directora de Cultura de la región, profesora de LUZ y ha realizado un denso trabajo en pro del rescate de la cultura e historia mínima de la ciudad.