Cuchi Mogollón se fue a rumbear a la cima de un tepuy

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Cuando nos enteramos de que un grupo se fue a pernoctar a la cima de un tepuy en el Parque Nacional Canaima para celebrar el cumpleaños de un funcionario del gobierno de Maduro, lo primero que recordamos fue el personaje Cuchi Mogollón y sus amigas de Las Muñoz Marín salen de compras, obra teatral en la que el humorista venezolano Aquiles Nazoa retrata a ese “selecto grupo” que son los nuevos ricos, llamados “enchufados” en el chavismo-madurismo.

Sorprende, claro que sorprende, ese viaje a las alturas geográficas por todas las implicaciones ecológicas, jurídicas y morales. Sin embargo, no hay que dejar de tomar en cuenta que los rumbeadores tepuyeros han hecho lo que es tradición en este país: los que tienen el poder lo ejercen de una manera muy peculiar, y lo propio hacen los arrimados a los poderosos. Por supuesto, parece que a medida que ha pasado el tiempo los hechos retorcidos han ido in crescendo, y para bien de nosotros mismos, no hemos perdido la capacidad de asombro.

Aquiles Nazoa retrató el espíritu de lo que él llamó la generación del 5 y 6 de la Venezuela de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, de los nuevos ricos de entonces, y esa imagen alcanzó para cubrir a esos nuevos ricos de la democracia y a quienes vinieron después, esos que proliferaron con el chavismo-madurismo.

En cuanto a carácter, visiones y aspiraciones, es la misma élite, porque hay una continuidad psicológica e ideológica en los distintos períodos históricos: solo cambian el contexto y algunos nombres. De resto, es la misma élite que quiere que se le reconozca diferente, distinguida, no importa cómo llegaron a convertirse en ese grupo arrimado al gobernante de turno ni lo que hacen tras bastidores, porque lo que verdaderamente interesa es estar en el mero centro del poder. La élite aspira a la distinción, decíamos, aunque esté permeada por la más estricta superficialidad y respire indiferencia por el malestar de su contexto. Hay en todo esto un desconocimiento ético que resulta grave en cada etapa, pero más aún en la actualidad, cuando lo que tenemos son migajas de un país.

A esa élite nueva rica le gusta saberse muy arriba, quizás en la cima del Olimpo (bueno, un tepuy también vale) y hablar de aquello que, según cree, la enaltece. A esta gente nos la presentó Aquiles Nazoa:

—Guás, niña, óuh, ¿tú por aquí? Yo te hacía en la vieja.
—¿Cuál vieja?
—La vieja Uropas.
—Pues no. A última hora resolvimos dejar el viaje para el año retropróximo
venidero. ¿Y tus, qué haces por aquís?
—Ay niña, loca buscando un fulano papel tualé de Navidad que no se
consigue. ¡No sé cómo van a hacer pupú esos niños este año!

(…)

—Niña, pero entonces ustedes tienen una discoteca completa.
—Y eso que tú no has visto la billoteca. ¡Tenemos una billoteca!… Todas
las noches me pongo mis anteojos jazzband, abro una caja de manzanas y
me acuesto a leer don Cipote de la Mancha en inglés. ¡A mí me encanta don
Pipote!
—Tendrán muy buenos libros, ¿verdad?
—Naturalmente. Todos están forrados en cuero.

(…)

—Son fantásticos. Bueno, yo también me voy. Freddicito debe estar esperándome para ir a la piccina a practicar un poco de nutrición. Mañana damos un almuerzo criollo en casa. No dejes de ir por allá para que te tomes aunque sea una copita de mondongo.

Al lado de estos personajes están quienes detentan el poder. Son los que deciden quiénes son sus arrimados enchufados y no pocas veces se creen con el derecho a disponer de la vida de los demás. Sea en dictadura o en democracia, esta historia se ha vivido y se sigue viviendo en Venezuela.

Históricamente no están muy lejos los años ochenta del siglo XX, por lo que  seguramente son muchos los que tienen en la memoria las particularidades de la gestión gubernamental de Jaime Lusinchi. Este “gordo bonachón” —como lo llamó el periodista colombiano Antonio Caballero— ocupó la Presidencia entre 1984 y 1989, y su quinquenio sobresale entre todos los del período democrático en el país por la falta de escrúpulos, especialmente por otorgarle un poder prácticamente absoluto a su pareja, Blanca Ibáñez, a quien le creó el cargo de secretaria privada de la Presidencia.

Ibáñez, mejor conocida como “la barragana” —bautizada así por Luis Piñerúa Ordaz, dirigente de Acción Democrática en aquellos años—, no tuvo límites en el ejercicio del poder durante un gobierno caracterizado de manera desmedida por la corrupción, los sobornos y la discrecionalidad.

A “la barragana” se le acusó de haber tenido responsabilidades que no le correspondían. Las más altas funciones públicas estaban en manos de esta secretaria privada, quien apeló a tradicionales prácticas antidemocráticas para imponer su voluntad: miedo, chantaje, terror y dádivas formaban parte de los recursos del método de esta mujer. Tan “ilustre y democrático proceder” fue reconocido por el presidente de la República, quien le otorgó una de las más altas distinciones: la Orden del Libertador. Poco tiempo después, por cierto, el diputado y periodista Óscar Yanes denunció este hecho ante la Fiscalía General de la República, alegando que había sido ilegal porque no se le había consultado al Consejo de la Orden.

A Ibáñez le rendían pleitesía jerarcas de la Iglesia, empresarios (¿cómo olvidar a Beto Finol?, a quien en la época se le acusó por presuntas negociaciones irregulares con la importación de leche), dirigentes de Acción Democrática (Simón Alberto Consalvi y Octavio Lepage fueron de los más allegados) y sindicalistas. No pueden faltar en esta lista los “ilustres apellidos” de la sociedad venezolana que la acompañaban cuando era necesario, como cuando pronunció un discurso en la Gobernación de Caracas a propósito de un Día de la Mujer.

En la actualidad este tipo de acciones se sigue repitiendo. La discrecionalidad y el abuso de poder campean desconociendo a la ciudadanía, a quienes se empeñan en seguir siéndolo, pese a todo. Si no que le pregunten al exgobernador del Zulia Omar Prieto, quien en febrero de 2021 les cerró el puente sobre el lago de Maracaibo a los usuarios a petición de uno de sus amigos, el empresario chavista Danilo Nammour. Este solicitó el cierre de la estratégica vía para que su hija, la artista infantil Anabella Queen, grabara un concierto, también en las alturas, arrullada por la tradicional y archiconocida brisa del lago.

SARITA CHÁVEZ | @Lago80Sara

Periodista (LUZ), licenciada y magíster en filosofía (LUZ)

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