Con los ojos y oídos muy abiertos es mucho lo que se puede ver y oír en una semana de trabajo en un límite fronterizo como el colombo-venezolano, escenario del intento de ingreso de ayuda humanitaria, de la lucha de manifestantes con piedras contra guardias nacionales apertrechados con lacrimógenas y perdigones que disparaban a la altura de la cara; de conversaciones entre políticos y militares para lograr el cese de la usurpación y de hasta del debate en la escogencia entre lo más malo y menos malo para una nación, como la intervención militar extranjera.
Para llegar a Cúcuta, ciudad colombiana ubicada al Norte de Santander, el recorrido desde Caracas tardó 33 horas y media, cuando en realidad debió efectuarte en 16 horas continuas de carretera. La razón de la diferencia de horas recae sobre Nicolás Maduro y sus aliados civiles y militares, quienes, el 21 de febrero, ordenaron a la Policía Nacional, policías estadales (sobre todo en Cojedes) y a la Guardia Nacional, impedir el tránsito de Juan Guaidó, de los tres autobuses con diputados de la Asamblea Nacional y de ciudadanos y periodistas que, por tierra, trataban de llegar a San Antonio para pasar la frontera y participar en el concierto preparado por Sir Richard Branson y en el paso de la primera ayuda humanitaria.
Durante esas 33 horas y media de carretera se observó la lucha entre la voluntad y la esperanza de un sector de la población, frente al uso de la fuerza militar y de grupos paramilitares que aplican el terror para controlar las protestas en ciudades fronterizas de Táchira y Bolívar. Esa misma dicotomía persistió en los días siguientes.
También se vio el empeño de una mujer como Rebeca Cuello, en San Carlos de Cojedes, que reclamó su libertad de tránsito, lo que le valió una golpiza y la detención por parte de la Guardia Nacional. Además, se presenció que, pese a las diferencias entre gobiernos, a los conflictos internos, esa delgada línea llamada frontera vive y se sobrepone a las decisiones centralistas de los altos gobiernos, y que sus habitantes siempre encontrarán trochas para seguir en una dinámica de vida donde, por ejemplo, unos jóvenes migrantes deben salir a trabajar todos los días para redondear los 4.000 pesos diarios del alquiler o arriendo, como dicen en ese lado de la frontera, que deben pagar para tener derecho a dormir sobre una colchoneta junto a un grupo de personas desconocidas, pero bajo un techo seguro.
Sin embargo, aunque quiera rendir un homenaje a las pequeñas luchas cotidianas, el foco de este artículo es detallar esas historias alrededor de los esfuerzos de un sector de la población por sacar a Nicolás Maduro del Palacio de Miraflores.
- No podía iniciar este recuento sin destacar la solidaridad de los cucuteños con los venezolanos. Ellos también están afectados, impactados, por las malas políticas de Maduro y sus acólitos. No solo se trata de la migración que desborda a la ciudad —por ejemplo, en una escuela de La Parada, de 280 estudiantes, 180 son venezolanos—, sino también de la caída del comercio binacional. Por eso, en Cúcuta todos hablan a favor de la salida del inquilino del Palacio de Miraflores.
- La mañana del sábado 23 de febrero, cuando se hablaba de la posibilidad de que no pasara la ayuda humanitaria, se advertía que era una carnada para ver qué haría Maduro. Todos los consultados apostaban a que la actuación del oficialismo sería violenta. Nadie estaba preparado para que Maduro dejara pasar los camiones y les diera permiso para distribuir los alimentos, los pocos medicamentos anunciados y los insumos médicos. Aunque el no ingreso de las gandolas fue interpretado como un fracaso, algunos negaban la derrota, pues lograron demostrar una vez más de qué está hecho el oficialismo, lo que obligará a países del mundo a responder en defensa de la mayoría de los venezolanos. ¿Cómo será esa defensa? Eso está por verse.
- Desde el 22 de febrero, ciudadanos venezolanos de distintos estratos sociales se prepararon para ayudar al ingreso de la ayuda humanitaria. Primero fueron al concierto, durmieron un campamento y en la mañana siguiente desayunaron y fueron al puente de Tienditas, con el fervor de quienes inician una cruzada por rescatar una reliquia sagrada. Bajo el sol, con poca agua, esperaron las indicaciones de políticos que asumieron el liderazgo en los puentes de Santander, Tienditas y Simón Bolívar, pero que no acompañaron en los momentos más apremiantes. Algunos inclusos prefirieron hablar de estrategias en bares. Fueron esas personas que se montaron en las gandolas con la intención de rebasar la frontera. No llevaban armas. Solo sus voces y sus cuerpos que recibieron, en el puente Santander, tras pasar cuatro gandolas la línea fronteriza, los perdigones y el baño de gas lacrimógeno. En ese paso fronterizo, ese intento dejó un saldo de más de 40 heridos; un camión robado con toda su carga por la Policía Nacional Bolivariana, según los manifestantes; una unidad quemada completamente; y otra incendiada parcialmente. Del fuego, el madurismo culpa a la oposición, pero quienes estuvimos allí vimos otra versión.
- Lo que quedó claro es que la propuesta de amnistía a militares de Juan Guaidó y las amenazas de gobierno de EEUU a los efectivos no tuvo el resultado. El quiebre no ocurrió, entre otras razones porque en una sociedad de cómplices, no hubo incentivos suficientemente fuertes para provocar el cambio de bando. Que 410 militares y policías hayan pasado al lado colombiano hasta la mañana de este jueves 28, no significa un descalabro a la Fuerza Armada Nacional, aunque puede ser un ejemplo a seguir por muchos más. Para algunos, lo que ocurrió el sábado en los dos puentes, lleva necesariamente a una sola salida, la misma que ha ganado adeptos en todos los estratos de la población venezolana por parecer la más eficiente: la intervención militar, sin valorar todos los demonios que vienen con las balas y cañones extranjeros.
En los próximos días observaremos un aumento de la presión económica y diplomática contra Maduro. Algunos todavía apuestan a esta ruta para lograr el quiebre. Pero no se sorprenda de lo que pueda ocurrir. El regreso de Guaidó a Venezuela puede ser el catalizador de acontecimientos que se desarrollarían a un ritmo más rápido del visto hasta ahora. Todas las opciones están sobre la mesa, dice el presidente de EEUU, Donald Trump, y repite su vicepresidente, Mike Pence. Del lado del oficialismo eso también lo saben.