Venezuela entró en un laberinto, en un callejón sin salida. El Tribunal Supremo de Justicia con una sentencia pretende anular a la directiva de la Asamblea Nacional que preside Juan Guaidó. El gobierno interino de Guaidó y el del cuestionado Nicolás Maduro se disputan los lingotes de oro que están resguardados en un banco de Londres, y una corte de Inglaterra no decide porque no sabe quién es en realidad el mandatario. La posibilidad de una salida negociada a través de elecciones libres quedó en el limbo, ya que con dos directivas de un parlamento no se puede escoger un nuevo CNE.
Mientras tanto Maduro caotiza lo que queda de país. Ante el implacable avance del COVID-19, con el pretexto de reactivar la economía toma medidas que deja atónitos a los especialistas en esta materia: flexibilización de 5×10, una extraña combinación de cinco días de trabajo y diez de cuarentena. Al mismo tiempo aumenta la gasolina a 5.000 bolívares soberanos el litro por un mes y pone a disposición 200 estaciones que cobrarán el litro a 0,50 dólares con pago en esa moneda extranjera.
Pero ante estas locuras no hay una respuesta contundente. Pareciera que los venezolanos estamos sufriendo una fuga disociativa. Hemos perdido nuestra identidad, nuestros recuerdos gloriosos del pasado de una sociedad combativa que dio al traste con dictadura más poderosa que la de Maduro.
No puede ser que nuestra esperanza sea la fuerza élite de Estados Unidos que viene a Colombia para apoyar la lucha contra el narcotráfico en ese país. Que Donald Trump detenga los cargueros iraníes que llegan con gasolina para oxigenar al tirano.
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Debemos tener claro y con conocimiento de causa se los digo. Maduro y su cúpula corrupta siempre manejaron como escenario principal para su sobrevivencia caotizar al país. Llevar a una Venezuela a una situación parecida a la de Siria. Ellos estaban claros desde que Chávez, en su lecho de moribundo, le preguntó a Rafael Ramírez cuánto era la producción petrolera y Ramírez le dijo que menos de tres millones y Chávez respondió: “nos jodimos”, que no podían sacar al país adelante.
Entonces se dedicaron a saquear a Venezuela, destruir todas sus instituciones y preparar a su gente para someter a la sociedad a través de las armas. Para ellos el guion hasta el momento le ha salido perfecto: una diáspora más grande que la de Siria. Los recursos del país entregados a las potencias que lo mantienen. Un caos institucional con dos presidentes, dos Fiscalías, dos Parlamentos, dos TSJ.
El reto, y la única solución que tenemos, es salir de nuestra fuga disociativa. Entender que la construcción de una mayoría tiene que ser dentro de Venezuela. Dejar a un lado la simbología de los hechos: gobierno Interino y gobierno de Emergencia. No, la sociedad y el conjunto de las organizaciones son las llamadas a reorientar la lucha contra la dictadura.
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Hay que nombrar de inmediato una Junta Patriótica de Gobierno que agrupe a los sindicatos, gremios, estudiantes, empresarios, militares y sociedad civil, sin exclusión de ningún tipo y que oriente la lucha con acciones concretas y participativas.
Tenemos que aprender de los errores: entrada ayuda humanitaria, rebelión en el distribuidor Altamira de la autopista Francisco Fajardo, Operación Gedeón. Todas estas acciones, aunque buscaban la salida de Maduro, finalmente terminaron consolidando su precario gobierno, ya que no tenían ninguna base política que las sustentaran.
Por donde miremos a Venezuela impera la caotización: ninguno de los servicios públicos funciona. Hay hasta tres monedas. Estamos en medio de un conflicto que se globaliza cada días más y cada día se pierde la esperanza de salir de esta situación.
Por ello no hay tiempo que perder. Hay que reorientar la lucha desde la organización de la mayoría interna, que sin lugar a dudas se tiene.
Marco Hernández es periodista y fundador de la ONG Periodistas por la Verdad. @hmarcovalor
