Para tratar de darle una mejor calidad de vida a su familia, la venezolana salió hacia Colombia en diciembre de 2019 acompañada solamente por su hija de ocho meses de edad. Su vida en Cúcuta fue tan dura como su regreso a Venezuela, cuando en el vecino país se decretó la cuarentena por la llegada del COVID-19

Salió de Venezuela en diciembre de 2019. Dos meses atrás su esposo había sido asesinado en Los Teques, estado Miranda, para robarlo. Él era el sustento familiar, por lo que Wilmari Suárez, de 22 años de edad, dejó a su hijo de tres años con su suegra y se fue con su pequeña de ocho meses de nacida a la ciudad de Cúcuta, departamento Norte de Santander, Colombia.

Se alojó en una habitación compartida, por la que pagaba a diario 5.000 pesos colombianos (1,5 dólar). Compró chucherías, agua mineral y refresco para vender en las calles de Villa del Rosario y en el lado colombiano del Puente Internacional Simón Bolívar. Para ganar los 5.000 pesos tenía que vender al menos cinco aguas minerales, en medio de una dura competencia con decenas de venezolanos radicados allá.


LA VENTA DE CHUCHERÍAS Y AGUA MINERAL LE PERMITIÓ A WILMARI SUÁREZ SOBREVIVIR EN CÚCUTA HASTA EL 14 DE MARZO, CUANDO COLOMBIA CERRÓ LA FRONTERA CON VENEZUELA


Pasaba los días bajo el sol de 40 grados, característico de la zona, ofreciendo su mercancía con la niña en brazos. Las ventas le permitieron sobrevivir hasta que el 14 de marzo de 2020 el presidente de Colombia, Iván Duque, anunció el cierre de la frontera con Venezuela por la llegada del COVID-19.

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Wilmari intentó seguir con su venta informal, pero cuando se intensificó la cuarentena la policía no se lo permitió. Con lo poco que tenía pagó unos días de habitación, que no fueron suficientes para evitar el desalojo el 14 de marzo. Pasó la noche en las calles de Villa del Rosario y retornó a Venezuela al día siguiente.

Poco apoyo

Wilmari y su hija llegaron al Terminal de Pasajeros de San Antonio del Táchira el 15 de marzo. Al menos unas 1.000 personas la acompañaban en el confinamiento supervisado por funcionarios policiales y algunos civiles armados.

Tres días después fue trasladada al Punto de Asistencia Social Integral (Pasi), ubicado en el galpón del Puente Internacional de Tienditas, en el municipio Pedro María Ureña, donde compartía con otras 27 personas.

Con pocos recursos, la madre se las arregló para atender a su pequeña, quien se alimentaba solo con leche materna. “A la niña me le daban un solo pañal en el día. Bueno, como ella gracias a Dios hace pupú una sola vez al día, le rendía el pañal. Comía teta, es lo único que comía”, expresó.


Nos daban en el desayuno una arepita chiquitica para cada uno y en el almuerzo nos daban arroz con sardina o pasta con sardina, igual la cena. La arepa llevaba huevo con sardina o caraotas solas. Nos daban una perolita de agua al día, que no era suficiente

Wilmari Suárez, venezolana retornada de Colombia

El desayuno era a las 9 de la mañana, el almuerzo a la 1 de la tarde y la cena a las 7 de la noche. A las 5 de la tarde hacían cola para bañarse. La comida era poca. “Nos daban en el desayuno una arepita chiquitica para cada uno y en el almuerzo nos daban arroz con sardina o pasta con sardina, igual la cena. La arepa llevaba huevo con sardina o caraotas solas. Nos daban una perolita de agua al día, que no era suficiente”, relató.

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Los espacios donde dormían eran aseados por ellos mismos, bajo la custodia de efectivos de la Guardia Nacional, quienes les recalcaban que pasaban trabajo al regresar por haberse atrevido a salir de Venezuela.

El 30 de abril, Wilmari salió con su hija y sus 27 compañeros en un autobús Yutong hacia el estado Miranda. Esa mañana no les habían dado desayuno, ni una botella de agua para su hija, mucho menos el pañal diario. “Nosotros aguantamos, pero los niños no”, afirmó.