*Desde hace siete meses, Melisa, una migrante venezolana radicada en la ciudad de Las Vegas, camina con un grillete electrónico en su tobillo. Más allá de las cicatrices físicas que le ha dejado el localizador satelital, el daño emocional parece irreparable. Aquí te contamos su historia 

Melisa* camina despacio. Dos lesiones en su tobillo derecho condicionan su andar. Si acelera el paso, el ruedo de su pantalón roza con su carne viva. Se trata de dos heridas que, además de marcarle la piel, dejaron una cicatriz en su corazón.

Desde hace siete meses esta migrante venezolana, de 28 años, vive en la ciudad de Las Vegas en Estados Unidos (EEUU). Está libre, pero el Gobierno vigila sus pasos, las 24 horas del día, a través de un grillete electrónico que le colocaron en su tobillo. El impacto mental y físico que le ha causado este aparato tambalea a diario su autoestima.

Melisa emigró de Venezuela en 2016 con su hijo de 3 años. Estuvo cuatro años en Panamá, pero la xenofobia la espantó del país centroamericano y decidió irse a EE. UU.  por los caminos verdes. En ese momento, un gran número de latinoamericanos intentaba cumplir el sueño americano, y Melisa aprovechó esa oleada para cruzar hacia el país del Norte. 

En su periplo llegó a las ciudades de Cancún y Tijuana, en México, para luego pisar el estado de California (EE. UU.) y entregarse a la Patrulla Fronteriza. Eso ocurrió el 27 de junio de 2021. Los tres días siguientes estuvo privada de libertad.


En el centro donde estuve detenida no me trataron mal, pero solo comía manzana y tomaba agua

Melisa

“No me trataron mal, pero solo comía manzana y tomaba agua. Uno no espera una atención VIP, los adultos podemos aguantar, pero ¿cómo le explicas a un niño que eso es lo único que hay para comer?, señaló Melisa a El Pitazo, el 29 de enero.

Más allá de lidiar con el hambre, Melisa se enfrentó al frío. La venezolana estuvo presa en las cuestionadas “hieleras”, un lugar de bajas temperaturas, sin camas ni servicios adecuados, donde los ciudadanos no deben permanecer más de 72 horas, según las órdenes del Gobierno, aunque este tiempo a veces se excede.

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“Mi hijo y yo pasamos frío. No teníamos cómo cubrirnos.  Yo lo abrazaba para darle calor, pero el ambiente era helado. Fueron dos noches duras, casi no pude dormir; tampoco ducharme. Estábamos detenidas 200 personas y sólo contábamos con dos baños para hacer nuestras necesidades”, contó.


En mi caso no me puedo alejar más de 76 millas (122,31 km) de mi casa y si quiero salir de Las Vegas por cuestiones de mudanza, debo solicitar un traslado 

Melisa

La mañana del 30 de junio, Melisa vio una luz a final del túnel. Un funcionario de la Patrulla Fronteriza se le acercó para preguntarle:

—¿Tienes miedo de regresar a tu país? 

—Sí, respondió.

El oficial comenzó a llenar una planilla con los datos de la venezolana y de su hijo. Luego, a ella le hicieron la prueba del COVID-19. Estaba negativa. Ese resultado fue un alivio, pues durante su travesía estuvo expuesta al virus. Pero no todo lo malo había pasado, una indicación dada por el oficial le produjo un bajón emocional: 

 —Te colocaremos un grillete, le anunció.

“Nunca me indicaron por qué. Mucha gente dice que eso depende de lo que declares en la entrevista de miedo creíble (un filtro para determinar si existe un caso de persecución y si es comprobable), pero a mí nunca me hicieron ese cuestionario y cuando me preguntaron por qué había emigrado ahora de Panamá, argumenté los incidentes de rechazo que viví en ese país”.


Cada 15 días me llaman para monitorearme

Melisa

Cuando Melisa habla del grillete se le quiebra la voz. Sus frases entrecortadas y su ruidosa respiración revelan que por su rostro corren lágrimas. Mientras nos cuenta su historia, hace pausas, toma aire y se disculpa, para continuar.

“Emocionalmente lo del grillete te pega mucho. Los primeros días lloraba a cada momento, mi amor propio estaba por el piso. A los cuatro meses de usarlo, se me hicieron dos heridas en mi tobillo derecho, así que las autoridades me lo cambiaron al izquierdo y actualmente tengo rosetones. Llevar grillete es una experiencia traumática que afecta tu salud mental y física”.

El grillete es un localizador satelital que indica a una central de monitoreo la posición geográfica de la persona que lo usa. Es una tobillera de caucho negro, de cuatro centímetros de ancho, 5,5 onzas de peso (155 gramos aproximadamente), resistente al agua, sellada con una cerradura que solo pueden abrir las autoridades. Su uso está enmarcado en el Programa de Supervisión Intensiva (ISAP) diseñado por EE. UU. 

Mediante este brazalete, el gobierno supervisa a las personas que están en proceso de deportación sin tener que encarcelarlas, y se asegura de que se presenten a las audiencias previstas en la corte. A los inmigrantes monitoreados por el ISAP se les exige que permanezcan dentro de las 70 millas (112,7 km) alrededor de su hogar y no se les permite cruzar las fronteras entre estados. 

“En mi caso no me puedo alejar más de 76 millas (122,31 km) de mi casa y si quiero salir de Las Vegas, por cuestiones de mudanza, debo solicitar un traslado. Aunque yo entré y me dieron una orden de deportación, solicité asilo y eso me ampara. Ahora queda esperar si me lo aprueban. Mientras tanto, cada 15 días me llaman para monitorearme. Las autoridades me preguntan: ¿Estás bien?, ¿Con quién estás en casa?, ¿Tienes síntomas de COVID?, ¿Necesitas ayuda de alguna institución del Estado?, ¿Estás trabajando?  A esto último les respondo que no”, explicó Melisa.

De acuerdo con los datos que maneja el Transactional Records Access Clearinghouse (Trac), un centro de la Universidad de Syracuse, en Nueva York, el Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE) tiene bajo vigilancia electrónica a más de 157.000 inmigrantes dentro del programa de «alternativas a la detención». La información, actualizada en enero de 2022, indica que además del uso de monitores electrónicos de tobillo con GPS, existe una aplicación para teléfonos inteligentes. La colocación de uno u otro dispositivo queda a discreción de los funcionarios.  

Aunque Melisa está consciente que ingresó ilegalmente a Estado Unidos, considera que el método del grillete no es adecuado. “Me parece que la opción de tener una aplicación en el teléfono es mejor, porque sumado a la depresión que ocasionan estos dispositivos en el tobillo, causan dificultades para dormir, ardor en la piel y limitan el tipo de ropa que puedes usar, como, por ejemplo, los pantalones tipo tubitos”.

Enfrentarse a la sociedad 

Melisa no trabajó sus primeros cuatro meses en suelo americano. Las miradas acusadoras de algunas personas la intimidaban en la calle. Un día, antes de pasar por un detector de metales, alertó al agente de seguridad sobre su dispositivo, pero la pregunta del funcionario le causó indignación.

—¿A quién mataste?  

La migrante respiró profundo y antes de responder, pensó en el buen humor que caracteriza a los venezolanos y contestó: 

—A mi marido, por preguntón.

Al hijo de Melisa también le dio curiosidad la tobillera. “Los primeros días me decía: ‘Mami quiero un reloj igual al tuyo’, hasta que una noche mientras dormíamos el aparato comentó a pitar, porque se estaba descargando, y eso le causó pánico”.


Emocionalmente lo del grillete pega mucho. Los primeros días lloraba a cada momento, mi amor propio estaba por el piso

Melisa

Durante el tiempo que estuvo inactiva, una prima de Melisa le brindó apoyo económico. Luego, se armó de valor y comenzó a buscar empleo. Sabe que no es legal, pero la necesidad la obliga. Actualmente trabaja limpiando casas, aunque su prima aún la ayuda, porque sola no puede costear los gastos. 

Melisa desconoce cuándo le quitarán el grillete. Hasta ahora ha cumplido con todos los requerimientos de las autoridades. Cada ocho horas está pendiente de cargar la batería de su dispositivo —tiene una de repuesto— para evitar cualquier desconexión que implique una llamada o una visita de las autoridades. 

La posibilidad de una deportación es un tema que le causa miedo, y si bien sueña con regresar algún día a Venezuela, considera que aún no es el momento, ya que a su juicio el país está en las mismas condiciones por las que escapó hace siete años. Estar lejos de su tierra y de sus afectos tanto tiempo es otra herida por sanar. 

*Por solicitud de la entrevistada, su nombre fue cambiado.