Durante el último lustro Venezuela ha sufrido un vertiginoso cambio de país receptor a expulsor de población. La emigración, en su mayoría de jóvenes, ha cambiado también la dinámica demográfica: ese grupo adicional de personas en edad productiva que conforma el bono demográfico se fue y dejó a un creciente número de personas económicamente dependientes, apuntan especialistas en el Día Internacional del Migrante
Por tierra, mar y aire se desplazan los venezolanos en busca de mejores condiciones de vida. Se les puede ver caminando por riesgosas rutas que en ocasiones superan 200 kilómetros. Muchos de ellos duermen en las calles; otros arriesgan su vida en el mar o se suben a un avión, decididos a huir, a cualquier precio, de la crisis humanitaria que amenaza su subsistencia. Esta es la realidad que observamos hoy en el Día Internacional del Migrante.
Se trata de un éxodo que, a diciembre de este año, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), registra en 4.769.498 personas desparramadas por el mundo. Eduardo Stein, representante especial para Venezuela de Acnur y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), lo imagina superior al fenómeno migratorio sirio. “Mientras no haya una solución política interna estable en Venezuela”, dice.
“Si los flujos siguen como van, podríamos llegar a finales de 2020 a cerca de 6,4 millones de personas. (…) Con dos diferencias importantes. La gente está saliendo de un país que no está en guerra y de un país que tiene las reservas probadas de petróleo más grandes del mundo”, subraya Stein.
Las cifras de la OIM y Acnur muestran que entre 2015 y 2019 el número de personas que ha dejado forzosamente el país saltó de 695.551 a 4.769.498, es decir, una cantidad que se multiplicó por siete en cuatro años.
El inusitado y masivo flujo migratorio de venezolanos ha despertado también miedos que alimentan posturas xenófobas y discriminatorias en algunas naciones receptoras, alentadas, incluso, por autoridades locales.
El caso más reciente sucedió en Colombia con la deportación de 58 venezolanos durante las protestas contra el gobierno de Iván Duque. El Centro de Derechos Humanos de la Universidad Católica Andrés Bello (Ucab) documentó entonces una serie de violaciones de los derechos de estas personas, entre ellos, el debido proceso, la presunción de inocencia y la integridad personal por parte de las autoridades migratorias.
Con todo, el Gobierno nacional sigue negando las dimensiones del éxodo. “Es una campaña contra el país”, clama Nicolás Maduro, cuya administración adelanta un plan de retorno denominado Vuelta a la Patria, al que estudiosos del fenómeno migratorio atribuyen finalidades publicitarias.
En cualquier caso, la migración forzada ha dejado huellas dentro y fuera de Venezuela, revelan investigadores. Acá registramos cinco de ellas:
El desaprovechado bono demográfico
Más del 80% de la población que ha salido de Venezuela tiene entre 15 y 49 años de edad, es decir, se encuentra en plena edad productiva. Y es el segmento de 15 a 29 años el que concentra 57% de los que se han ido, apunta Anitza Freitez, directora del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la Universidad Católica Andrés Bello (Ucab) y miembro del Observatorio Venezolano de Migración.
El hecho evidencia una brecha de siete puntos en la tasa de dependencia que el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) proyectó en 58 personas dependientes por cada 100.000 personas en edad productiva en 2020, pero que la Organización de Naciones Unidas (ONU) estima en 65, puntualiza Freitez en la investigación Venezuela: Transición de un proceso de emigración calificada a migración masiva.
“En apenas cinco años, la emigración venezolana cerró al país la ventana de oportunidades asociada al bono demográfico. Es decir, las ventajas de contar con una población en edad de trabajar mayor al número de personas económicamente dependientes (adultos mayores)”, explica la investigadora.
Si hurgamos más en la crisis nacional, ese panorama es aún más desolador: Venezuela encara un proceso de envejecimiento de su población en medio de grandes debilidades en políticas públicas orientadas a la atención de los adultos mayores, y en un contexto muy adverso por la elevada hiperinflación y la destrucción del tejido institucional, añade la docente.
El estudio da cuenta además de una pérdida de población en 2020, debido fundamentalmente a la diáspora. Y es que los datos del censo de 2011 estimaron una población total de 32,6 millones de personas el año próximo, pero ahora la Organización de las Naciones Unidas (ONU) calcula que serán 24,8 millones.
Niños abandonados por padres migrantes
El número de niños y adolescentes “dejados atrás” por sus padres migrantes asciende hasta octubre de este año a 943.117, revela el Centro Comunitario de Aprendizaje (Cecodap) en el tercer capítulo de su informe Somos Noticia 2018.
La cifra apunta a un incremento de 81.020 jóvenes respecto de octubre de 2018, lo que equivale a un aumento de 9,54%.
Abel Saraiba, psicólogo y coordinador de Cecodap, afirma que, de acuerdo con la investigación, 51% de los niños se quedan bajo la tutela de sus abuelos.
Son niños que tienden a manifestar sensación de abandono, cambio en el rendimiento escolar, llanto recurrente, desánimo y terrores nocturnos.
Niños que huyen solos
Entre el 1° de mayo y el 21 de noviembre de este año 529 niños venezolanos cruzaron la frontera hacia el estado brasileño de Roraima, sin la compañía de un adulto, según datos de la Defensoría Pública Federal de Brasil, que los entrevistó en la frontera, revela Human Rights Watch.
Peor aún: a pesar del esfuerzo para acoger a los venezolanos que cruzan hacia Brasil a diario, las autoridades de ese país no están brindando la protección adecuada a los niños que huyen, denuncia la ONG.
Casi 90% de ellos tiene entre 13 y 17 años. “Habían viajado solos o con un adulto que no era un familiar ni su tutor legal (…) La emergencia humanitaria está haciendo que niños y niñas abandonen solos Venezuela, en muchos casos para conseguir comida o recibir atención médica”, afirma César Muñoz, investigador de Human Rights Watch.
Cambios en la dinámica del hogar
El fenómeno de la migración ha cambiado también la composición del hogar venezolano. Ahora aumentan los hogares monoparentales, es decir, aquellos compuestos por un solo progenitor y uno o varios hijos, en la que el jefe de familia es, en su mayoría, la mujer, revela Ana Julia Allen, socióloga e investigadora del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la Universidad Católica Andrés Bello.
En el estudio Efectos de la migración: ¿cómo la emigración ha alterado la dinámica y composición de los hogares venezolanos?, Allen precisa que la jefatura en manos de la mujer pasa de 22,5% a 29,2% en los hogares donde al menos uno de sus miembros se estableció en otro país durante el periodo 2013-2018.
La investigación muestra además que los hogares con miembros que se fueron a otro país entre 2013 y 2018 también tienden a tener jefes de familia de mayor edad. “Esto, junto con una mayor presencia de adultos mayores dependientes (personas de 60 años o más) en los hogares con emigración reciente, enciende un alerta con respecto a los desafíos del envejecimiento”, alerta Allen en el documento.
Crecimiento económico de los países receptores
La presencia de una población adulta en etapa productiva, en su mayoría con un nivel alto y medio de calificación académica, es recurrente en los países de acogida. Y es un hecho que lleva al Fondo Monetario Internacional (FMI) a proyectar el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) de los países receptores de venezolanos entre 0,1 y 0,3 puntos porcentuales desde 2017 hasta 2030, si adoptan políticas de integración.
Si bien el FMI observa a corto plazo que la migración venezolana puede ejercer presión sobre el gasto fiscal y el mercado laboral de las economías receptoras, espera que con el tiempo también contribuya a un mayor crecimiento económico.
“La adopción de políticas, por ejemplo de apoyo a la educación y a la integración en la fuerza de trabajo, podría ayudar a los migrantes a encontrar empleos mejor remunerados y, en última instancia, a mejorar las perspectivas de crecimiento de los países que los reciben”, advierte el FMI.