Ya los niños no piden nada. Ellos entienden que no tenemos y aprenden a comer menos o se van a dormir cuando no hay, que es casi siempre”. Este es el testimonio de Adriana Lamadrid sobre la forma en que sus hijos enfrentan la falta de alimentos en su casa, un ranchito en el barrio San Blas de Petare, que alquilan por mil bolívares y en el que viven 15 personas, 12 de ellas menores de edad.
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Para entrar a esa casa que ocupa Adriana, junto a sus dos hermanas y todos sus hijos, se deben subir unas escaleras muy empinadas que siempre están mojadas, pues al final de éstas lo primero que se encuentra es un baño, de allí que en todo el inmueble reine un olor penetrante a orine, de esos con los que te puedes encontrar en los espacios en donde falta el agua por largo tiempo.
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Dentro de la vivienda solo hay tres habitaciones, la primera sirve de sala y cocina y no hay luz allí, esa puede ser la razón por la que los colores se vean más opacos de lo normal dentro de la casa; es fácil tropezar con los objetos o los tumultos de ropa o basura tirados en el piso. En otro espacio, hay dos camas grandes y algunos colchones, allí duermen los 15 residentes de este hogar en el que ninguno de los niños supera los nueve años.
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Un pequeño balcón es punto de luz del hogar, el refugio de los niños y el área donde se cuelga la ropa para secarse. Allí también se para Adriana a pensar cuando se siente “demasiado estresada” por el día que la agobia. “Es difícil el día porque uno se estresa todo el tiempo pensando si hay o si no hay y que se le va a dar a esos niños”, dijo.
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A sus 30 años, Adriana cuenta entre risas nerviosas y de resignación que nunca ha tenido nada. “Yo creo que incluso cuando yo estaba pequeña era peor porque no había tanta gente que nos ayudara. Nosotros nunca teníamos nada para comer y éramos los más pobres del barrio; todos tenían sus juguetes y nosotros no, entonces mi abuela compraba una sola muñeca para todas las niñas y un solo carrito para los dos varones”, relata.
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Ella y su familia han tenido que cargar con la pobreza y con la inseguridad que le arrebató a uno de sus hermanos —asesinado en el barrio, delante de su mamá—. Pero, a pesar de las circunstancias Adriana es una mujer de risa fácil, de esas que lo hacen por cualquier cosa y te invitan a pensar que nada de su terrible historia es tan terrible en realidad.
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Acostumbrados al hambre
“En la casa comemos yuca que es lo más barato. Cuando hay, compramos una cebolla o un tomate y huevo… A veces el Clap dura dos semanas y después estamos sobreviviendo”, dice Adriana. Para ella lo más conveniente es alimentar a todos los niños con pasta o agua de bollos de maíz mezclada con algo de leche o azúcar.
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Eso sirve de tetero para el desayuno y cuando no hay nada para comer en la mañana, los niños deben esperar hasta el mediodía para que les toque el turno en el comedor popular del barrio, un espacio que hace algunos meses provee el único alimento que los 5 hijos de Adriana pueden consumir en todo el día.
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“Ellos ya saben que no hay y no piden, entonces se acuestan a dormir o buscan qué hacer, pero ya no piden nada”, explica esta mujer, mientras intenta repartir un huevo revuelto y un poco de ensalada con tomate y cebolla entre los 10 niños más grandes de la casa, porque los pequeños tienen que tomar la leche del Clap con algún licuado de pasta, arroz o yuca que ella misma les prepara.
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Esta misma situación es la que ocasiona que los pequeños no vayan a la escuela, pues cada vez que no tienen desayuno se quedan en la casa y Adriana los manda a dormir de nuevo para “que se les olvide el hambre”. Actualmente solo dos de los 5 hijos de Adriana están estudiando, el resto no pudieron ser incorporados a la escuela o fueron expulsados por faltar a clases en muchas ocasiones.
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Los hijos y sobrinos de Lamadrid muestran signos de desnutrición | Foto: Vanessa Tarantino
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De los 5 hijos de una de sus hermanas solo uno va a la escuela y la propia Adriana alcanzó solamente el 1er año de bachillerato; lo dejó cuando perdió la primera materia.
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Esta mujer calcula que al menos 3 veces a la semana se acuestan sin comer en su casa, incluso en este último mes que su padre se fue a Colombia y logró enviarles unos 3 millones de bolívares para toda la familia. “A veces comemos arroz pelado, a veces yuca y a veces nada”, dice.
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Los problemas de salud tampoco faltan en la casa. Iverson, el hijo más pequeño de Adriana, con un año y 4 meses, fue diagnosticado con un cuadro de desnutrición severa y una desviación vertebral que le impiden crecer, gatear, sentarse o caminar como el resto de los bebés de su edad.
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En la casa ninguno trabaja, así que a Adriana le toca “sudarse la plata” que logra encontrar para el tratamiento del niño. Con favores de sus amigos y ayuda de su padre ha logrado hacerle alguno de los exámenes a Iverson, pero el descontrol en el tratamiento por falta de medicinas de alto costo o los pocos nutrientes de los alimentos que consumen impiden que el pequeño se cure completamente.
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“Si me permitieran pedir algo sería el bien para mis hijos porque yo ya no importo, pero ya no aguanto y estoy cansada de verlos pasar el mismo trabajo que pasé yo”, concluye Adriana.
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Lamadrid asegura que ya sus hijos no le piden comida «ellos saben que no hay» | Foto: Vanessa Tarantino