Mezclar cemento se volvió algo habitual los fines de semana en el sector Las Quintas de la Cota 905. Hombres de la comunidad lo hacen con esmero. Es la forma más discreta que tienen para celebrar la huida de delincuentes que por casi tres años los mantuvieron presos dentro de sus propias casas.
Dedican, más que cualquier otro día, los sábados en la mañana a esta práctica. Se empeñaron en tapar todos los agujeros de bala regados por la violencia. No fue algo planeado. Simplemente un día consiguieron consuelo en aplicar la pasta a sus fachadas como si con esto marcaran un ante y un después de la fatídica temporada en la que «Koki», «Vampi» y «Garbis» sostenían su dominio criminal en ese sector.
Las Quintas es uno de los sectores más altos de la Cota 905 y hasta julio estuvo dominado por Carlos Luis Revette, alias «el Koki». Este fue el lugar que lo vio crecer y en sus calles se estrenó como delincuente cuando un día, siendo todavía un niño, decidió salir de su casa a robar un par de zapatos.
Las Quintas es la cuna de un criminal común que gozó de una enorme popularidad nacional gracias a las redes sociales. No era un Robin Hood, tampoco un líder vecinal, como se dijo en un principio. Revette aplicó una estrategia muy popular en Venezuela, que es usar el miedo de la gente para mantener el control.
Se dijo que el nido de «el Koki» era una zona de casas acomodadas, donde algunos vecinos eran prósperos gracias al diezmo que él entregaba. Lo describieron como organizador de eventos, reparador de lumbreras y pintor de canchas. Nada más lejos de la verdad.
Las Quintas es una zona pobre, donde abundan ranchos de latón y madera. Muchas de las veredas son de tierra y el piso se hace insuficiente para la cantidad de huecos. Desde hace años solo funcionan dos autobuses y unos cuantos taxis por puesto.
La gente no quiere hablar del «Koki», no por respeto, sino porque el miedo no los deja. Hace días hubo un encuentro deportivo entre funcionarios de las Fuerzas de Acciones Especiales (Faes) y vecinos de la zona. Hubo disfrute y hasta camaradería, pero hay habitantes que aprietan la sonrisa nuevamente porque aún no creen que el hampa ya no controla el lugar.
A las 11:00 am de este sábado 2 de octubre, un grupo de al menos 15 niños se preparaba para iniciar un torneo de futbolito. Minutos antes el padre de uno de ellos le hacía unos retoques con pintura al aro de baloncesto. Ese sería el próximo partido.
Simultáneamente otros 8 infantes, menores todos de 10 años, se tiraron al piso en la misma calle a jugar metras. Uno que otro grupo de hombres dejó ver la botella de licor que consumían.
Nada novedoso en sectores populares, pero verdaderos acontecimientos entre vecinos de Las Quintas, donde toda reunión pública era prohibida por los delincuentes. De ser permitida, debían estar presente vigilantes de los cabecillas, también conocidos como gariteros, quienes, sin excepción, siempre lucían sus pistolas y armas largas.
Un joven se apropió de un rancho que era una de las garitas desde donde los criminales vigilaban El Paraíso. Allí montó una bodega que funciona con punto de venta, pago móvil y también recibe dólares. Su dueño, quien se abstuvo de dar su nombre, dijo que ya no quiere ser etiquetado como un delincuente por vivir en la Cota 905, que desea trabajar y beneficiar a su sector.
La buena nueva de esta semana fue la reapertura de las bodegas, una que otra surtida con chucherías importadas, que intentan flotar nuevamente luego de la huida de sus mejores clientes.
Los delincuentes eran de gustos exigentes, por eso lo de las golosinas americanas. El litro de detergente que compraban costaba 20 dólares y esperaban ansiosos que los comerciantes exhibieran alguna exquisitez en sus estantes para arrasar con ellas. El único problema que manifestaban los hampones es que no disponían de sencillo, por lo que la mayoría de las veces cancelaban con billetes de 100 dólares y pedían que se les redondeara la compra.
Representantes de la Misión Barrio Nuevo Tricolor encuestaban casa por casa a familias que recibirán cemento y pintura, para que así se puedan unir al ritual de tapar heridas que nació en Las Quintas.
Mientras esto ocurre, los niños se desbocan con los juegos de pelota. Los equipos de sonido ya se escuchan a full volumen y también los vecinos se relajan a la hora de celebrar cumpleaños o reuniones familiares. Se acostumbran a la libertad de festejar sin pedir permiso o estar constantemente vigilados.