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sábado, 18 mayo, 2024
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AUDIO | El sueño no es “bajar del cerro”, sino que “suban las soluciones”

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Mientras mejor es la vista, mayores son los problemas en los cerros de Vargas, a donde no suben las soluciones | Foto: Nadeska Noriega

La Guaira.- 894. Milena Rojas sabe que esta es la cantidad de escalones irregulares que sube y baja a diario. Pueden ser dos o cinco veces en un día. Depende de si en la línea de rústicos o de los mototaxis hay servicio y de si en el bolsillo hay para pagar el pasaje. 894 escalones que equivalen a vivir en un piso 47 de un edificio sin ascensor. 894 escalones que le permiten llegar a su casa, en uno de los cerros más poblados de la parroquia Maiquetía en el estado Vargas: el cerro Cervecería. 894 escalones que la separan de la vía principal del estado Vargas, donde se concentran los servicios y la posibilidad de movilidad.

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“Los conté hace como tres años. Se me hizo tarde en una fiesta y cuando llegué a la parada no había un jeep, ni un mototaxis y tenía que llegar a la casa. Así que me persigné y comencé a subir. Yo nací aquí y conozco a los mala conducta, pero uno nunca sabe cuándo se meten una vaina mala y la agarran con uno. Entonces me fui rezando y contando los escalones para distraerme y espantar cualquier pensamiento negativo. Y me funcionó, porque llegué bien. Y el número nunca más se me olvidó: 894”.
Rojas es una de los miles de varguenses que habitan en los cerros de Vargas. De acuerdo con el último censo realizado por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), el 72% de los residentes de la entidad costera vive en un cerro. Esto no significa que lo hagan en ranchos o viviendas en precarias condiciones, sino que como la entidad costera es un territorio estrecho, su desarrollo se fue dando teniendo como centro las avenidas principales en una suerte de autopista, y desde ese núcleo se fue urbanizando el estado.
Ante la imposibilidad de construir en el mar las laderas del cerro El Ávila, en algunas parroquias hasta la llamada Cota 400, ya ingresando al Parque Nacional Wuaraira Repano, fueron pobladas, aunque la ley dice que sólo se permite la construcción de viviendas hasta la Cota 120. Así hay barriadas consolidadas, con mansiones de seis y siete habitaciones y con estacionamiento propio, como barriadas con construcciones de cartón y zinc.
Entre la divergencia, hay coincidencias. El sueño de “bajar del cerro”, se fue transformando. Ahora la esperanza se concentra en que quienes tienen el poder volteen a la cara norte de El Ávila y las soluciones comiencen a subir por esos mismos 894 escalones.

Esperar una bombona de gas es un suplicio viviendo en plena avenida, quienes viven en los cerros deben recorrer trechos con ella encima hasta tocar con suerte | Foto: Nadeska Noriega

“La gente de abajo cree que uno se conforma, pero no es así. Uno quiere vivir mejor, pero no cuenta con apoyo. Hace diez años muchos salieron del cerro. Pudieron comprar casas más abajo. Pero ahora es imposible. Entonces lo poco que tienes se lo inviertes a tu casa, para estar cómoda, así sepas que afuera sigue el caos. Un desorden que uno mismo promueve, porque cuando alguien de la familia necesita casa, pues va cerro arriba y va construyendo. Lo que urge en los cerros de Vargas es que las soluciones suban, no a cuenta gotas o como oferta electoral, sino de verdad”, recalca Rojas, y señala la ocupación de espacios que ya bordean el ingreso al Camino de Los Españoles entre Quenepe y Cervecería, en Maiquetía.

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La escasez desplazó a la inseguridad

“Mientras mejor es la vista, peor son los servicios. Mientras más escaleras subes, más abandonado estás. Ni en campaña te visitan. Yo he optado porque tampoco bajo a votar. Si yo no les importo a ellos, ¿Por qué me va a importar a mí si los eligen o no? Total, si no salgo a buscar chamba, no como”, dice desde El Corozo, en Carlos Soublette, Juan Morales.
Lo dicho por Morales se confirma al comenzar a subir cerros. Desde Cerro Caído en La Guaira o desde La Línea en Maiquetía, la visual es digna de una foto. Lo mismo desde la parte alta de Nuevo Mundo en Macuto o en Cerro Colorado en Naiguatá.
Los problemas suelen ser parecidos: fallas en transporte, nulo servicio de agua potable y las maromas para conseguir una bombona de gas. Pero el problema más grave es la escasez de alimentos. Atrás quedaron las bodegas surtidas, que vendían un poco más caro, pero que se pagaba ante la comodidad de no bajar del cerro. Donde hay, el costo es alto y la costumbre de vender a crédito, aunque sea al vecino inmediato, fue desterrada.
“Cuando se consigue harina, mantequilla, arroz, pasta o café, pues vendemos hasta dos kilos por persona para evitar que acaparen. Por lo general la mayoría resuelve con la bolsa del Clap, pero eso no llega ni para cubrir 15 días, así que se compran otras cosas. Ahora hay una modalidad y es vender por unidad y las llamadas “tetas” de café y leche, que resuelven cuando no se tiene plata”, explica Douglas Gutiérrez, entre las rejas que cubren su casa–local en el cerro Los Claveles, en Maiquetía.

Las caminerías y escaleras son cubiertas por una maraña de tuberías y llaves de paso. Es la forma de garantizar el agua en los cerros de Vargas, desde Catia La Mar hasta Naiguatá | Foto: Nadeska Noriega

La inseguridad sigue allí

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Más peligrosa y cada vez reclutando a integrantes más jóvenes. Con armas cada vez más elaboradas. Pero no parece importante. “Otro cerro es peligroso para mí. Pero este donde vivo no. Ya nos conocemos. Una ley es respetar a los antiguos. Uno no se mete con ellos, ellos no se meten contigo”, analiza el mototaxista Jhonny Rivas, desde la parte alta de El Cojo, en Macuto.

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Sin embargo, otro problema que deben afrontar es el prejuicio. Por ello, cada vez son menos las personas que suben al cerro. Ni las fundaciones, ni los activistas, ni los grupos religiosos. Ni siquiera los médicos cubanos de Barrio Adentro. “Se nos sataniza. Claro que hay peligro, pero igual te roban en la plaza El Cónsul en la avenida Soublette, que acá arriba”, cuenta Alberto Gómez, vecino de Cerro de Jesús. Ese mismo prejuicio, conjugado con las fallas en servicios, hace que las grandes casas que levantaron muchos obreros portuarios en la bonanza importadora, hoy no valgan lo que se invirtió en ellas.
“A la hora de vender, hay que hacerlo barato y con eso no te compras nada mejor. Entonces te quedas con tu casa. El tema no es la casa, sino el enredo de tubos que la rodean para garantizar que nos llegue agua y llenen los tanques. El rollo es que a la hora de una emergencia debes esperar que amanezca, porque no hay un ambulatorio cerca. El rollo es que ni las escuelas quedan en el cerro. Parece que a quien hay que construirle servicios es a quienes están en la vía y no a los que estamos cerro arriba”, reflexiona Rivas.
“En el cerro se vive con nuestra ley, porque justamente no hay quien le ponga el cascabel al gato. Yo en ocasiones pienso cómo nos ven los que están allá abajo. Pero después entiendo que nadie nos ve”, advierte con impotencia Oriana Marcano, quien reside en la vía hacia El Cambural, en la parte alta de Maiquetía.

Un huevo, una teta de café y una de azúcar, pueden salvar el día de comida en un cerro de Vargas | Foto: Nadeska Noriega

“Uno tiene un sistema y vivir en el barrio no es malo. Lo malo es que pensemos que no nos merecemos algo mejor. Un amigo me mandó un video de un barrio en Colombia con bibliotecas y escaleras eléctricas. Y nosotros somos más tapados que no podemos aspirar a eso. Yo creo que sí podemos soñar en transformar y mejorar lo que vivimos”, reflexiona Marcano, quien estudia en la Unefa de Catia La Mar.
Al caer la tarde, una cansada Milena Rojas se dispone a descender los 894 escalones. En el Mercado de Maiquetía van a vender harina de maíz a precio regulado. Bien vale la pena bajar del cerro, aunque las soluciones necesarias se tarden una eternidad en subir.
Más que bajar del cerro, los vecinos de Las Lluvias, en Pariata, quieren que suban las soluciones | Foto: Nadeska Noriega

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