Caracas.- Una infancia difícil la llevó a transitar una adultez complicada. Adriana Desiree Rivero Osorio, de 36 años, vivió en carne propia el asesinato de su madre, el abuso de su cuerpo por parte de su padre, el asesinato de este y una vida marcada por el consumo de drogas, que la llevó a robar y hurtar para complacer su adicción.
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El 20 de junio la mujer fue linchada, a golpes le quitaron un ojo y a disparos la dejaron sin vida en una acera. Los homicidas fueron varios vecinos del sector San Andrés, parroquia El Valle, municipio Libertador. Junto a ella mataron a su pareja, del cual se desconoce su nombre.
Vecinos de la comunidad refieren que Adriana y su novio fueron capturados in fraganti, mientras robaban bombillos en unas residencias cercanas a la estación de Metro de Los Jardines del Valle.
«Ellos vivían robando y los teníamos cazados. Ya habían sido advertidos, pero se tuvo que llegar a los extremos», le dijo una mujer a un pastor evangélico que conocía a la víctima, quien la atendió en varias oportunidades en la iglesia Nosotros Unidos, la cual brinda ayuda a adictos y tiene su sede en Coche.
Adriana no tuvo una infancia sencilla. Su adicción a las drogas, según el pastor José Luis Celis, comenzó desde que llegó a la adolescencia. Su madre fue asesinada por su hermano mayor, quien luego de matarla la metió en una bolsa y la lanzó al río Guaire. Ella tenía 10 años.
Al quedar huérfana de madre, la niña se quedó a cargo de su padre. El hombre, meses después de perder a su esposa, la violó en varias oportunidades, también intentó hacer lo mismo con otras niñas de los Flores de Catia, donde residían para el momento.
Vecinos lo denunciaron y fue encarcelado en el Retén de Catia. Solo pasó un par de meses privado de su libertad, unos presos lo mataron en una riña.
La víctima quedó huérfana. Dormía de casa en casa y solo logró terminar la educación primaria, pues cayó en las drogas. La adicción hizo que quedara en situación de calle. Cuando cumplió 21 años decidió internarse en el centro de rehabilitación en Coche. Allí duró siete meses, pero al tiempo volvió a consumir.
A los 24 años tuvo a su primer hijo, después de él dio a luz en cuatro oportunidades. A ninguno lo crió: dos de ellos los tiene su abuela paterna, uno la materna y los otros dos el pastor encargado del centro de rehabilitación.
Personas que conocían a Adriana dicen que robaba para vivir y consumir. Actualmente residía en la Cota 905. Tenía con su pareja, al menos, seis meses.
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