Caracas.- Jesús Alfredo Duque Esculpi es un joven como cualquier otro. Se viste “pavito”, se cuida la barba, tiene el cabello cortito. Es graduado en Recursos Humanos y trabaja como coordinador de Bienestar Social para el Hospital de Clínicas Caracas. Con sus 30 años, Alfredo apuesta por su futuro, aunque sea con un solo ojo.
En el día 64 de protestas en Venezuela, Alfredo decidió salir a protestar en la calle 11 de El Valle, justo frente al edificio donde ha residido toda su vida. No estaba convencido de abandonar la seguridad de su perímetro en el lobby del complejo. Venía de ver un partido de fútbol pero sus vecinos de toda la vida, esos con los que creció, estaban ansiosos de salir a levantar su voz en contra de la administración de Nicolás Maduro.
«Era primera vez que manifestaba. No soy el típico joven cabeza caliente, pero no es porque no quiera, es que yo trabajo en una clínica ocho horas diarias, mientras se están desarrollando las manifestaciones…Yo tampoco fue que fui a lanzar piedras, fue primera vez y pasó».
Solo conociendo a Alfredo en persona la gente se puede percatar de lo que le ocurrió. Su estilo enérgico para hablar hace pensar que por la vida de este treintañero nada ha pasado. Habla con seguridad, gesticula con fluidez, responde a todo lo que se le pregunta sin medias tintas. Alfredo luce inmune al daño externo que padece.
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«Realmente no se sabe qué me dispararon. Cuando me sacaron la córnea y el ojo había restos de algún material, pero eso se está analizando en una biopsia que nos dirá de qué se trataba. En el piso se encontraron muchas peloticas de goma, entonces no se sabe si fue eso, o fueron metras. Uno no sabe lo que pasó».
La hora menguada para Alfredo festuvo entre las 10:00 pm y las 11:00 pm del 3 de junio, cuando corrió al lugar equivocado, tras escuchar el grito de “¡Ahí vienen la policía!». En lugar de meterse en su edificio corrió hacia la calle contigua y desde allí, otra barricada de la PNB le disparó directo al ojo derecho.
«Eso fue automático. Cuando me dieron el ojo se apagó, no es que vi borroso, no es que se puso en negro, apenas me entró. ¡Boom apagado!».
De la calle 10, donde ocurrió el hecho al edificio Ramcas 1, donde vive el joven hay menos de 50 metros. En ese trayecto a Alfredo lo carcomía el remordimiento. «¡Perdí el ojo, perdí el ojo!, ¿Qué hago yo aquí?, ¿Para qué yo salí?, ¿Por qué no me quedé en mi casa?», fueron parte de sus cuestionamientos personales.
Esa fue la primera, de dos oportunidades, en las que Alfredo se lamentó por la situación. De resto, a su familia, a sus amigos y hasta a su médico tratante les ha extrañado tanta entereza. Justo antes de ser dado de alta, un psicólogo fue a visitarlo a su habitación. El hombre llegó hasta la puerta, vio cómo interactuaba y de una vez dijo: «Alfredo no necesita atención psicológica, él está más bien que todos nosotros». No descartó que pueda atenderlo cuando le pongan la prótesis final, por aquel impacto que pueda tener al verse un ojo por el que no verá.
«Soy el hijo mayor, prefiero estar de buen humor para que mi mamá no esté preocupada. Yo tengo una autoestima muy alta y siempre he sido muy positivo, siempre he estado activo y pilas. Cuando la gente me iba a ver parecía que fueran a ver a un muerto. Yo les hablaba y se impresionaban de que yo estaba tan activo y echando chistes».
La mejor forma que Alfredo encontraba para romper el hielo era decir que se pondría un ojo color azul o verde para variar de estilo. “Tú veías a la gente y te provocaba llorar, pero yo me las vacilaba».
Su segundo momento de llanto fue el día del suceso cuando en el Hospital Clínico Universitario le refirieron a una clínica privada para que se hiciera todos los exámenes, porque allí había un oftalmólogo de emergencia para operarlo, pero no tenían insumos para exámenes ni anestesiólogo. Lo que más le afectó a Alfredo fue la forma en la que los doctores dieron su ojo derecho por perdido.
«Yo me sentí mal, pero tenía esperanzas que en Clínicas Caracas me dieran otro diagnóstico. No fue así, pero al menos me lo ratificaron de una manera menos cruda, para que no me afectara tanto y no me afectó. De hecho yo le tengo que preguntar a la doctora si voy a llorar por este ojo chico, porque no estoy claro».
La vida de Alfredo cambió de perspectiva. Su diatriba ahora es reconstruir en su cerebro nuevos espacios de profundidad, para evitar que le pasen cosas como las que ya le han ocurrido, como poner crema dental al lado y no encima de las cerdas del cepillo, colocar el vaso en el aire y no en la mesa, sentir que está pisando un hoyo sin fin cuando baja escaleras.
«Es duro chamo porque tienes 30 años con dos ojos y de repente ya solo tienes uno. Claro, no sé cómo será cuando salga a trabajar, estar todo el día en la calle, por ahora sigo de reposo».
Duque también debe dejar de hacer dos de sus actividades favoritas. No puede ir a la playa y tampoco puede hacer ejercicios. Ahora deberá pasar por alto las invitaciones de sus amigos con casas en la playa y de sus amigos fitness.
A simple vista no hay trauma en Alfredo, sin embargo confiesa tajantemente que no tiene ánimos de marchar nuevamente. Tras el accidente su ojo perdido reacciona a las explosiones y le da un tic nervioso con cada detonación.
«En estos días hubo un trancazo, lanzaron lacrimógenas y fuegos artificiales y el ojo se me comenzó a cerrar solo. No sé si es algo mental. No te tengo la respuesta científica. ¡Me queda un solo ojo chamo, no puedo arriesgarme a perder otro!
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