ESPECIAL | El viaje más desesperante en la vida de Karina

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Es un desastre. Nada más despertar, el mundo se le viene encima. Ya sabe cómo es. Pasará el día pensando que es una pesadilla, que un día va a despertar y Jean Luis estará ahí. Pero ahora es justamente el momento en que todo vuelve a empezar y no puede quedarse en la cama un siglo, oyendo los ruidos de la casa y sintiendo cómo se enfrían las lágrimas en su lento viaje por las sienes. Ya la niña ha empezado a gemir. Si nadie viene a su lado apelará a un vigoroso berrido que Karina prefiere evitar. Es una de las grandes marcas del duelo: el abatido quiere silencio. Si por él fuera, viviría debajo del agua, donde no llegan voces ni ruido alguno y donde las lágrimas son invisibles, como el aire.
Por algo hay que empezar. Antes incluso de sacar a su hijita de la cuna, Karina se reserva unos minutos para recogerse el cabello y ordenarlo bajo un casco elástico, hecho con restos de medias panty. Es algo. Le da la sensación de que todavía puede controlar algo, poner algo en su lugar, ahorrarse una calamidad.
Camino a la cuna arrastra los pies. Le ha quedado esa maña. Es como si no tuviera la fuerza para levantarlos. No a esa hora, que es cuando le sobrevienen en ráfagas los horribles instantes que le confirman que no fue una pesadilla. O, en todo caso, que no despertará de ella.

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Milagros Socorro

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