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Personas sin hogar creen que el hambre las matará antes que el COVID-19

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Tiempo de pandemia | Historias frágiles (I)

La pobreza significa la privación de recursos económicos y, por tanto, el acceso a derechos vitales como salud y alimentación. Para quienes ni siquiera tienen un hogar, este escenario empeora y compromete aún más sus vidas. De acuerdo con datos de ONG, solo en las calles de Caracas habitan 5.000 personas que deben enfrentar la pandemia con miedo a morir de hambre primero

Hay dos razones por las que las personas que viven en la calle no cumplen estrictamente las medidas recomendadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) para evitar la propagación de COVID-19: en principio, la privación de recursos y vulneración de tantos derechos lo hace imposible y, luego, porque muchas no tienen mayores expectativas de vida.

Coromoto Padrón no usa guantes ni tapabocas porque no tiene dinero para comprarlos. Debe buscar comida en la basura o pedirle a quien se cruce en su camino. Desde el 16 de marzo, cuando Nicolás Maduro decretó la cuarentena, no puede usar el Metro de Caracas. Intentó entrar un par de veces y funcionarios de la Policía Nacional Bolivariana (PNB) lo impidieron y le aseguraron que las personas de la tercera edad, como ella, están en mayor riesgo frente a la pandemia.

-¿Y usted ha pensado en esos riesgos? ¿En que puede contraer el virus?

-¿Y qué voy a hacer, hija? O me mata el hambre o me mata el coronavirus. Tengo que caminar, buscar la papa. Dios sabrá qué hace conmigo y si me lleva, pues mejor, porque ya estoy cansada de vivir. Para qué pasar tanto trabajo, para qué vivir.

Cuando dice esto, Coromoto, de 67 años, se quiebra y comienza a llorar. No intenta ocultar su dolor ni se seca las lágrimas. Otras tres personas que viven en iguales condiciones a las de ella asienten con sus cabezas. Incluso, se parecen un poco: ropa sucia, zapatos desgastados, pelo canoso y, cuando la dejan ver, sonrisas a las que les falta la mitad de la dentadura.

Aunque Coromoto tiene una casa en Los Alpes, barrio de la parroquia Santa Rosalía, hay tantas deficiencias que es como si no la tuviera: no hay cocina ni nevera; la cama está tan fracturada que le resulta mejor el piso; tiene electricidad gracias a un cable que toma desde la calle y que le permite iluminar con un bombillo; las filtraciones en las paredes y el techo y el movimiento del terreno pusieron en alto riesgo la estructura, lo que significa que Coromoto puede perder la vivienda en cualquier momento.


O me mata el hambre o me mata el coronavirus. Tengo que caminar, buscar la papa. Dios sabrá qué hace conmigo y si me lleva, pues mejor, porque ya estoy cansada de vivir. Para qué pasar tanto trabajo, para qué vivir

Coromoto Padrón, habitante de la calle

Aunque no hay una definición única que caracterice a la población que habita en la calle, a principios de siglo, el Programa de Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos (ONU – Habitat), en el informe Estrategias para Combatir la Falta de Vivienda, enfatizó que el fenómeno incluye dos dimensiones: social (falta de vínculos con las estructuras sociales) y habitacional (no tener una vivienda con un nivel aceptable de habitabilidad). Autores occidentales apuntan que, en muchos casos, las personas en situación de calle tienen una casa, pero no un hogar. Así como Coromoto.

Hacer vida en la calle implica recorrer gran parte de la ciudad para poder conseguir alimentos. Frente a la imposibilidad de utilizar transporte público, a Coromoto le ha tocado caminar, por ejemplo, desde El Cementerio hasta La Florida, que son un poco más de seis kilómetros. La revista médica The Lancet Public Health en un artículo explica que “las poblaciones sin hogar pueden ser más transitorias y geográficamente móviles que las personas de la población general, lo que dificulta el seguimiento y la prevención de la transmisión y el tratamiento de quienes necesitan atención” durante la emergencia mundial.

No hay información actualizada que permita conocer la proporción del grupo que está en situación de calle. Según datos oficiales, hasta 2016 se había rehabilitado a más de 7.000 personas en todo el país a través de la Misión Negra Hipólita —creada en 2006 por Hugo Chávez—. A Coromoto nadie la ha ayudado con su hambre; no recibe bonos del sistema patria ni alimentos de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (Clap) —programas bandera de Nicolás Maduro— y la Alcaldía de Libertador no responde a sus demandas por falta de una vivienda adecuada.

En febrero de 2019, el medio digital Crónica.Uno publicó una nota en la que reseñó que, de acuerdo con el monitoreo de la ONG Regala Una Sonrisa, 5.000 personas habitan en las calles de Caracas.

Coromoto, además, padece el síndrome de superposición de asma y Epoc (enfermedad pulmonar obstructiva crónica). Con 67 años, su condición médica la ubica, de acuerdo con la OMS, en dos de los grupos con mayor vulnerabilidad de contagiarse con el nuevo coronavirus, cuyos casos positivos en Venezuela sumaban 197 hasta el miércoles 15 de abril.

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“Aquí se van a morir los viejitos primero, pero de hambre. El Gobierno dice que lo peligroso es el coronavirus, pero, ¿dónde dejas el hambre? Nadie le dice Maduro lo que hay que decirle: nos estamos muriendo de hambre”, se queja.


EL PROGRAMA DE NACIONES UNIDAS PARA LOS ASENTAMIENTOS HUMANOS APUNTA QUE VIVIR EN SITUACIÓN DE CALLE INCLUYE DOS DIMENSIONES: SOCIAL Y HABITACIONAL


La cuarentena imposible

Carlos Enrique Camargo tiene 67 años y vive en las calles desde 1988, cuando abandonó la casa familiar por problemas que prefiere no detallar. Hace su vida en el Cementerio General del Sur. Durante el día trabaja limpiando lápidas, cortando la maleza y quitando escombros de tumbas profanadas a cambio de dinero en efectivo o alimentos, y en las noches duerme en los espacios del camposanto.

Los voceros del oficialismo insisten: quédate en casa; pero la cuarentena es una medida que Carlos Enrique no puede cumplir. María Gabriela Ponce, socióloga e investigadora del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la Universidad Católica Andrés Bello, explica: “El aislamiento es imposible para la población que se encuentra en situación de pobreza, porque la pobreza es la privación, no solamente de ingresos; también es privación de acceso a la salud, a los servicios, a la educación. Esos factores influyen y generan comportamientos y recursos diferenciales para enfrentar una pandemia”. De acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), 67,5 millones de personas viven en pobreza en Latinoamérica.

Pero Ponce enfatiza: “Si se trata de personas en situación de calle, es mucho más complicado, porque la medida, hasta que no se encuentre la vacuna, es el aislamiento y estas personas viven en la calle y su atención es incluso mucho más complicada que la de las personas en situación de pobreza. (…) La gente en situación de calle ni siquiera tiene un lugar donde guarecerse”.

Como no tiene lugar donde cocinar, se alimenta con pan, algún tipo de mortadela y frutas como cambures y mangos. Si alguien le regala productos no perecederos, él los vende para comprar algo que no necesite cocción. Pero no siempre tiene suerte. “He vivido hasta de la basura, busco ahí para agarrar arroz viejo o pan duro. Siempre he subsistido como puedo”, cuenta.

“Lo que está en juego es la vida, no solamente por el COVID-19, sino por un contexto totalmente adverso en el que la gente lo único que busca es sobrevivir”, apunta Ponce. Como Carlos, que pasa sus días cerca de la muerte.

También hay esperanza en las calles

Carlos Enrique y Coromoto generalmente comen una vez al día. Desde la segunda semana de cuarentena, esa única vez es casi siempre gracias al esfuerzo de un grupo de personas de la comunidad que prepara y reparte arepas. Angello Rangel, habitante de Santa Rosalía, decidió organizar a un par de amigos para ayudar a quienes están en mayor situación de hambre y vulnerabilidad.


El aislamiento es imposible para la población que se encuentra en situación de pobreza, porque la pobreza es la privación no solamente de ingresos, también es privación de acceso a la salud, a los servicios, a la educación. (…) La gente en situación de calle ni siquiera tiene un lugar en el que guarecerse

María Gabriela Ponce, socióloga

Entiende que no puede asumir las competencias del Estado ni cambiar las condiciones de vida de tantas personas, pero prefiere saberse empático que indiferente. “No se trata de ser más bueno o menos bueno, sino de actuar porque Venezuela tiene una realidad”. Angello explica que no es un programa que tiene un horario fijo y un período definido; lo hará mientras pueda.

Diariamente se reparten cerca de 50 arepas que, según Angello, es una comida que se prepara en poco tiempo y requiere menos recursos. Todo lo que han hecho él y su equipo ha sido gracias a las donaciones de comerciantes y habitantes de la zona. “La solidaridad se desborda. El que quiera ayudar es bienvenido con lo que pueda”, dice.

Con 28 años, asume responsabilidades como ciudadano y como parte de una comunidad en la que, cuenta, abundan las carencias. “No hay dignidad. Es una realidad que va más allá de un virus. La vida se ha desvalorizado. No somos mejores que nadie, sencillamente entendemos que tenemos algo que hacer. Esto no cambia la realidad, pero sí ayuda a solventarla”, expresa. Angello insiste en que muchas de las personas que atiende y que ve a diario no tienen opción. Pasan hambre y la mayoría, como Coromoto, preferirían morir que seguir viviendo en esas condiciones.

María Jesús Vallejo
Publicado por
María Jesús Vallejo

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