Vanessa Plaza tiene 35 años y entre los recuerdos de su adolescencia están los encuentros vespertinos con sus compañeros de clase en la biblioteca Julián Padrón, de Maturín. Era un espacio visitado diariamente por cientos de estudiantes que se paseaban entre la lectura y las risas.
«Era nuestro lugar favorito por ser tranquilo y seguro. Después de terminar de investigar te podías quedar en sus áreas verdes disfrutando con tus amigos hasta que tus padres te iban a buscar», recuerda Plaza, quien hoy es docente. Al hablar de la condición actual de este espacio, en su rostro se dibuja una expresión de tristeza.
En su memoria no hay espacio para guardar imágenes de un lugar en ruinas donde desde hace dos años habitan cuatro familias: nueve adultos y nueve niños. Entre esas 18 personas hay un epiléptico.
La hemeroteca, las salas con aire acondicionado, grandes mesones y sillas dieron paso a las paredes agrietadas, los pisos levantados, los techos rotos, las cocinas, los baños y los cuartos improvisados, que están rodeados de basura y maleza. Se trata de un lugar que se aleja de ser el punto de encuentro de los maturineses desde su creación, en el 1954.
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