Durante 2014, Eduardo y Sandra, dos hermanos, profesionales de la administración y la contaduría pública, duraron cinco meses armando el negocio. La ilusión como emprendedores exitosos les duró poco: apenas tres años. Sus esperanzas comenzaron a desvanecerse en 2018, ante la escasez de dinero en efectivo que afectó al país, y terminaron de extinguirse con el apagón general del 7 de marzo de 2019. Su próspera iniciativa comercial, una franquicia de Helados Cali que llegó a colocar 10.000 litros mensuales en el mercado de Guanare, tuvo que regalar las mezclas derretidas a criadores de cerdo, pues no contaron con electricidad los tres días siguientes y tampoco tuvieron posibilidad de mantener los productos refrigerados con energía eléctrica alterna.
Hasta hoy, a un año de esa tragedia, las puertas de Distribuidora Disto —el nombre que le dieron a su empresa— continúan cerradas y sin el bullicio de clientes de las barriadas populares que hacían filas para llevarse en cavas de anime el famoso Polet White o la Tinita Sensación. Disto cubría la demanda de helados y cremas saborizadas de los siete municipios del cono sur de Portuguesa y generaba empleos indirectos en, al menos, 100 comunidades de esta capital.
La suerte de Eduardo y Sandra fue la misma que corrieron cientos de emprendedores o pequeñas y medianas industrias en Venezuela entre el 7 y el 12 de marzo pasado, cuando las fallas eléctricas dejaron daños y pérdidas económicas por el orden de $ 1.098.000, lo que representó, según la firma consultora Ecoanalítica, 1,3 puntos del Producto Interno Bruto (PIB) o el equivalente a que el país dejara de importar bienes y servicios por el lapso de un mes.
Eduardo
El emprendimiento de Eduardo y Sandra se redujo a mantener un alquiler por $300 mensuales para resguardar el mobiliario y equipos de la franquicia que, para 2014, significó un aporte familiar de $ 40.000. La distribuidora, tipo banco por su modalidad de despacho por taquilla y servicio al cliente por cartera, contó con 10 congeladores de 20 pies en piso, dos de los cuales quedaron inoperativos con el apagón, y un cuarto frío. Eduardo asegura que no han podido, siquiera, reinventarse porque las formalidades administrativas para el nuevo registro de firma comercial son costosas. “Perdimos todo nuestro capital y, aunque sea difícil, no descanso pensando en otra idea para reflotarnos”, argumenta.
En Guanare, los trámites de registros y notarías son calculados en dólares, aparte de que los tributos municipales van en aumento: la Unidad Tributaria Municipal (UTM) pasó desde febrero de Bs. 8.000 a Bs. 150.000. El Colegio de Contadores Públicos indica que el pago mínimo mensual de cualquier emprendimiento quedaría, de acuerdo con las nuevas tasas impositivas, en Bs. 8.000.000.
La situación de Venezuela —con muchas regulaciones, altos impuestos y políticas que tienden a favorecer al sector público sobre el privado— limitan el resurgimiento de un ecosistema nacional de emprendimientos que abarque a las ya menguadas pequeñas y medianas empresas, sostiene Alfredo Yiya Fernández, del gremio de comerciantes del sur de Portuguesa.
Adelaida Blanco
Pese a que los gremios locales y nacionales de las Pymes no publican registros de pérdidas y cierres durante el apagón nacional, en las calles de Venezuela se siguen contando historias como la de Eduardo y Sandra, quienes sin fe en promesas oficiales para la reactivación de emprendimientos se niegan a dejar su talento a la deriva.
Entre estas se destaca la de Adelaida Blanco, una recia mujer apureña de 37 años, nativa de Achaguas, quien desde Perú llora su bar restaurante La Estrella, arruinado por el mega apagón, que en su icónico municipio adorador de El Nazareno se prolongó por 11 días, según confiesa.
Adelaida Blanco cuenta que, luego del apagón de marzo de 2019, la calle José Ángel Montenegro, donde brillaba La Estrella desde hacía 50 años, un reconocido bar restaurante, ya no es la misma, como tampoco lo son su vida ni la de su familia. “Durante esos días perdimos todo. No pudimos vender absolutamente nada. El calor era inclemente, por lo que nos vimos en la obligación de llevar a mi papá, de 96 años, a la casa de campo de mi hermana, a 20 minutos del pueblo; y al regresar el hampa había visitado nuestro local. Los antisociales se robaron las licuadoras, el equipo de sonido, el punto de venta, un televisor y casi todos los licores”, dijo.
Adelaida no se entregó a la desesperanza. Una vez restituido el servicio de energía eléctrica tomó sus ahorros y adquirió nuevamente la materia prima para seguir preparando comida en el bar restaurante de su familia. Pero al mes, en abril, un nuevo apagón le quemó el motor del enfriador de su negocio. Hasta hoy, no ha podido reponer el compresor de dicho equipo. Este tiene un costo estimado de 200 dólares.
“Ha sido muy difícil levantarnos después de este apagón”’, relata al recordar que La Estrella fue una herencia con la que se han mantenido cuatro familias. “Nunca hemos dejado de trabajar en ella porque es algo más que una venta de comida y licores: es un símbolo de amor y resistencia.”
Ahora, en La Estrella solo se venden empanadas y arepas sorteando las dificultades que ocasiona la escasez de efectivo. Adelaida abandonó el ramo de los licores por la falta de un nuevo punto de venta para transacciones electrónicas. Se instaló en Chorrillos, Perú, donde trabaja como mesera en un restaurante como el de su familia, con la ilusión de volver a Achaguas. “Estoy reuniendo para comprar un punto de venta, equipar la licorería y devolver el bullicio a la calle Montenegro, ese que generó por medio siglo el bar restaurante La Estrella”.
Adelaida Blanco
Las mismas penas y sinsabores de Adelaida Blanco las experimenta ahora, aunque distante geográficamente, Luis Andrés Delgado, quien vio desaparecer su estación de licores en La Concordia, la parroquia más importante de San Cristóbal, en el estado Táchira. El apagón hizo que se le quemaran de un solo chispazo las tres neveras industriales y el cuarto frío del establecimiento, su única fuente de sustento familiar y la de sus dos empleados por ocho años.
Luis Andrés vivió el colapso eléctrico por fases. Protegiéndose de cortes de electricidad sistemáticos ocurridos desde 2018, había logrado adquirir una planta generadora alterna que le cubría apagones de hasta 48 horas. Pero la vida le cambió cuando se enfrentó al apagón general de marzo en 2019.
A las tres neveras del negocio se les dañó el motor. Una sola pudo reparar. En esta invirtió 800.000 pesos colombianos. La otra quedó fuera de servicio porque el costo de reparación se elevó a 1.500.000 pesos colombianos. El cuarto frío aún espera por una inversión estimada de 2.000.0000 de la misma moneda. Todo este gasto, calculado a la tasa de cambio colombiana del momento, equivaldría a $1.400 , que a la fecha representan BsS 104.322.304,5 , según la tasa oficial del Banco Central de Venezuela. En el estado Táchira, como en el resto de las zonas fronterizas venezolanas con Colombia, los agentes económicos privilegian el peso colombiano como moneda de curso corriente. El bolívar, al que la Constitución reconoce como la moneda nacional, juega un papel cada vez menor. » Perdió todas las funciones de una moneda y ya no sirve ni como reserva de valor, ni como medio de intercambio, ni como unidad de cuenta «, revela Luis Vicente León, de la consultora Datanálisis, en un reportaje de la BBC News publicado el 21 de febrero pasado.
El gobierno venezolano financió durante años su elevado déficit público mediante la emisión de moneda, lo que contribuyó a la hiperinflación que ha castigado el poder adquisitivo de los venezolanos y restó crédito tanto al bolívar como al Estado que lo emite, justifica el experto.
Reinventarse no le ha resultado fácil a Luis Andres. Para arreglar los motores de las neveras pequeñas tendría que trabajar horas extra al mes, dado que con la venta de 10 cajas de licor a la semana le quedan libres solo 200 mil pesos colombianos, que no son suficientes para una reparación. Ha hecho malabarismo. Tuvo que cambiar sus horarios de atención, abrir menos horas y menos días, pues la planta eléctrica sólo le trabaja seis horas continuas. Le disminuyó la cantidad de clientes porque las fallas de internet inhabilitaron el punto de venta por pago electrónico y las transferencias bancarias. En Táchira son pocos los bolívares físicos en circulación.
Luis Andrés cuenta que durante el lapso del apagón, que como en casi todas las jurisdicciones del país en Táchira se prolongó por siete días, le tocó comprar muchas bolsas de hielo seco para poder mantener congeladas las bebidas que tenía dentro de la única nevera que funcionaba. “No recuerdo cuántas bolsas compré. En aquel entonces cada bolsa costaba entre Bs 30.000 y Bs 40.000. Ahora las venden en 2.000 pesos colombianos”, recuerda.
De repetirse un apagón similar al de marzo 2019, a la familia Delgado no le quedan fuerzas para enfrentarlo. Luis Andrés calcula que para adquirir una planta eléctrica que trabaje al menos 12 horas continuas tendrían que hacer una inversión de $ 3.000, y eso significa descapitalizarse. “Yo no quiero que mi negocio se apague porque, mal que bien, aquí se hace bulla, se regala alegría”, comenta.
El bullicio que quiere Adelaida para la calle Montenegro es el mismo que quieren Eduardo y Sandra para la calle 10 de Guanare y Luis Andrés para La Concordia. Ellos quieren que se mueva la economía local, que se les dé la oportunidad de trabajar en sus Pymes, como lo hacían en 2012 cerca de 9.000.000 de venezolanos.
Eduardo
Antes de que Nicolás Maduro llegara al poder, en 2013, las últimas cifras publicadas reflejaban que en Venezuela había cerca de un 1.300.000 Pymes, de las cuales había 56.000 activas en comercio y servicios y 12 mil en manufacturas. El Instituto de Estudios Superiores de Administración (IESA) explicó en un informe publicado ese mismo año que “éstas daban empleo a 9.000.000 de venezolanos, el 73% de los puestos de empleos del país para esa fecha. La gran mayoría de ellas está enfocada en el sector comercial, son proyectos de emprendimiento de poca inversión, de carácter unipersonal o familiar, se orientan a resolver necesidades económicas”.
Eduardo, Sandra, Adelaida y Luis Andrés apostaron a buena parte de su patrimonio familiar y a su propio futuro. No contaron con respaldo financiero de la banca para emprender, pero tampoco el Estado les resarció los daños que él mismo les causó.
Los afectados lamentaron que no hubo pronunciamiento del Gobierno a favor de los emprendedores. Aseguraron que tampoco se aplicaron medidas para compensar las pérdidas de materiales y equipos por el apagón, aunque sí promesas para los ciudadanos.
A un mes del apagón, el mandatario Nicolás Maduro anunció que otorgaría facilidades a los ciudadanos registrados en el Sistema Patria para reponer los equipos dañados a través del programa social Mi casa Bien Equipada. “Pura mentira”, dijo Aixa López, presidenta del Comité de Afectados por Apagones, al cuestionar que la plataforma web de los programas sociales del gobierno no permite acceder a quienes no tengan el carné de la patria.
La organización presidida por López registró 44.938 electrodomésticos dañados como resultado de los cuatro apagones nacionales ocurridos desde marzo del 2019. López explicó a la prensa el 16 de agosto de ese año que entre el primer y segundo apagón se contabilizaron 25.617 averías y entre el tercero y cuarto 19.321. Advirtió que no hubo respaldo para la reposición de los artefactos dañados.
“A nadie le cumplieron, y aquí estamos nosotros esperando una nueva oportunidad, tratando de construir un nuevo comienzo”, apunta Eduardo. Mientras, Adelaida trabaja duro en Chorrillos para comprar su punto de venta y Luis Andrés se las ingenia para adquirir una planta eléctrica que lo cubra de apagones más prolongados.
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