Se va Erdogan, el presidente turco, luego de acordar con Maduro inversiones por más de 4.500 millones de euros y nos asegura que Turquía cubrirá la mayoría de las necesidades de Venezuela.
Nuestras necesidades más urgentes son, nada más y nada menos, que comida y medicinas. Aunque también quisiéramos otras cositas, como seguridad, un cambio de Gobierno, instituciones realmente independientes, una democracia auténtica, pues. Pero como no estamos redactando la carta para el Niño Dios sino para Erdogan, pues nos imaginamos que el presidente de Turquía se está refiriendo a lo más elemental para poder vivir: alimentos y medicamentos.
¿Y a cambio de qué tanta disposición de Erdogan? Pues Maduro le ha ofrecido explotar nuestro oro, nuestro coltán, nuestros diamantes, nuestro aluminio. La vida vale oro. Nunca quedó mejor esta frase.
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Y entonces se traslada en la historia a lo que se sabe de los primeros viajes de Colón y al tan cuestionado descubrimiento de América, que no lo fue sino solo para los españoles, que desconocían que existíamos, y nos acordamos de que aquellos colonizadores cambiaban espejos por pepitas de oro, maravillas del Viejo Mundo por nuestros metales preciosos, por nuestras ingenuas y deslumbradas mujeres indígenas, por nuestras riquezas.
Lo que pasa es que lo de ayer no fue, evidentemente, un intercambio entre vivos y pendejos, entre el zorro viejo y el inexperto. Lo que genera suspicacias es que lo de ayer fue un acuerdo entre gobiernos y uno no sabe hasta qué punto nos beneficiará a todos o solo a unos cuantos que no tienen nada de pendejos.
Y al final una máxima: el que tiene hambre siempre estará en desventaja. Entonces, ¿hasta qué punto no corremos el riesgo de estar entregando la patria?
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En Venezuela damos oro a cambio de comida. Y mientras tanto, ¿quién baila la danza del vientre cuando deberíamos celebérrimamente a estas alturas estar bailando tambores de soberanía, ondeando faldas coloridas de independencia y autonomía?
¿Usted sabe mover el ombligo? Pues quién sabe si habrá que ir aprendiendo. Mientras tanto, joropo sí te sabemos bailar por aquí, y no lo decimos en tono festivo, sino con el ceño fruncido, preocupados, disgustados, con el bolsillo roto y hasta pidiendo prestado porque aquello del cuento de los precios acordados es un invento.
400 % de aumento con el reajuste de la carne, con lo que pasó de costar 90 a 420 soberanos. ¡Embuste! Si en la calle, cuando la consigues, debes pagar hasta 1.500 y sentarte. Sentarte para agarrar fuerzas porque mañana costará más.
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Y entonces uno se pregunta, ¿por qué a los turcos oro y para nuestros ganaderos, por ejemplo, ni siquiera la valoración real de lo que cuesta criar, alimentar y cuidar el ganado?
La intervención de 21 mataderos públicos por 180 días prorrogables, ¿para qué? ¿Para seguir con el cuento de que aquí en Venezuela el Gobierno vela por la soberanía alimentaria? ¿Para garantizar, dice el Gobierno, el precio de la carne acordado y combatir el contrabando de extracción? ¿Por qué obligar a los ganaderos a producir a pérdida, y a los turcos, chinos y rusos darles todo lo que pidan y más? ¿Cuánto tendremos que pagarles y durante cuánto tiempo será?
¿Con el tiempo esto con los turcos seguirá siendo un convenio, una sociedad o terminaremos nosotros los venezolanos citando aquel refrán que dice: «Y el turco atrás».
