Jairo Guillén resguarda una montaña de objetos inservibles, electrodomésticos que ya no funcionan y piezas antiguas sin franca recuperación. Esto, para los ojos de muchos, es nada. Quizás un espacio de absoluta basura metálica.
Un pensamiento muy contrario al de Jairo, quien amanece y admira con cierta esperanza todo el panorama descrito y que a diario le rodea.
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Trabajar en una recuperadora de metales fue el oficio al que dedicó casi 30 años de sus 55 vividos. Cuenta que su ingenio y creatividad le sirvieron de mucho y, en una oportunidad, hasta logró ensamblar con la chatarra que comerciaba su propio automóvil, una camioneta tipo pick up. A Jairo le gusta crear, innovar, reciclar cualquier cosa. Para él, una pieza desmejorada tiene un valor o por lo menos alguna función.
A diario puede caminar entre algunos desechos que una vez le hicieron sentir productivo. No siempre puede hacerlo, la mayoría de sus herramientas de trabajo están sumergidas en aguas contaminadas por las inundaciones del Lago de Valencia.
Jairo es el único sobreviviente de una comunidad ya desaparecida. Sus últimos vecinos abandonaron la zona hace cinco años con la idea de ser indemnizados. Aunque no todos corrieron con esa suerte.
Su nombre era La Vega II y estaba ubicada al sur de Maracay, muy cerca de la afectada y cotizada urbanización La Punta, recordada hoy día por sus amplias transversales, hermosas quintas, chaguaramos y gramas cuidadas que ilustraban sus calles. Sin embargo, La Vega II pertenecía a otro estrato social.
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