Por: Karina Monsalve
Todo un país colapsado por la ineficiencia de un gobierno en todas sus políticas y por si fuera poco, ahora, por una pandemia. Son años los que llevan los ciudadanos de este país lidiando con tantas carencias, con tanto caos, tanta incertidumbre y sobreviviendo con los recursos personales y económicos que se tienen a mano para transitar estas circunstancias.
Llevar una vida en equilibrio, productiva y buscando el éxito pareciera ser una meta ambiciosa en este país. El día a día se ha convertido en la búsqueda personal de cómo sobrevivir el 2020 en el país con más carencias y conflictividad que hay actualmente en el mundo. Las conversaciones de los ciudadanos en la calle giran en torno a la queja. Es una oda a la queja en todas sus dimensiones; en lo social, en lo económico, lo político y hoy más que nunca en la emergencia sanitaria. La queja, representa la válvula de escape para el ciudadano común, coartado en su accionar por el miedo instaurado por las figuras de autoridad como el mecanismo de control social más poderoso en la actualidad.
Como consecuencia de ese escenario, todos los ciudadanos, unos más, otros menos, presentan niveles de ansiedad registrados en su actuar diario. Lo “normal” es experimentar esa ansiedad como consecuencia de la tensión emocional y el estrés crónico al que estamos expuestos desde hace mucho tiempo. Si entendemos la ansiedad como un sentimiento generalizado de preocupación, podemos verla en cualquiera de nosotros, familiares, amigos, vecinos, empresarios, obreros, todos.
La ansiedad ha sido definida como una experiencia de tensión que resulta de amenazas reales o imaginarias a la seguridad del individuo. El que se presente en grandes cantidades reduce la eficiencia del individuo para satisfacer sus necesidades, produce disturbios en sus relaciones interpersonales y produce confusión en el pensamiento.
Describiré algunos de los síntomas que genera la ansiedad en una persona. El principal síntoma afectivo es el miedo, que puede variar de intensidad, desde la simple aprehensión hasta el pánico. A nivel conductual la persona ansiosa se muestra hiperalerta, intranquila, puede tender a hablar mucho sobre sus preocupaciones, suele magnificar la situación amenazante y minimiza sus recursos para afrontarlo. A nivel fisiológico hay un aumento en la frecuencia cardiaca, palpitaciones, sentir taquicardia, la respiración puede hacerse más rápida para oxigenar mejor, pudiera haber nauseas, vómitos, cólicos.
A nivel cognitivo, ejemplo de los pensamientos típicos de una persona ansiosa son:
“Me siento nervioso todo el tiempo”.
“No estoy tranquilo, todo me asusta”.
“Siento angustia, estoy agobiado, siento miedo del futuro”.
Estas ideas amenazantes van a provocar miedo, con sus respectivas reacciones fisiológicas. Las personas ansiosas suelen sentirse fatigadas, irritables, con tensiones musculares, temblores en las manos, sudoración, entre otros.
Todas estas características individuales de la ansiedad nos llevan a preguntarnos si estamos ante una especie de tiempos de “ansiedad colectiva”, que nos permiten drenar y acompañarnos en nuestro malestar e inconformidad emocional. La forma como vivimos las emociones de forma individual, las transportamos también a los grupos sociales de pertenencia y referencia, y por supuesto se verán reflejan en nuestras conductas de interacción con una multitud. De allí que nuestras acciones y pensamientos en colectivo pudiesen llegar a aliviar las preocupaciones permanentes. No obstante, su perpetuidad, podría más bien convertirse en una situación ruidosa que termine desbordando más la tensión individual y generar una descompensación en la persona.
¿Qué podríamos hacer para calmar estos síntomas ansiosos?
KARINA MONSALVE | @karinakarinammq
Psicóloga clínica del Centro Médico Docente la Trinidad
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