ENTRE VOS Y YO
Por: Marlene Nava Oquendo
Ahora los empezamos a ver por todo el país. Pero en Maracaibo brotaron hace años, como si de la tierra crecieran, en camadas cada vez más nutridas. Hoy son peregrinos en nuestra rutina. Van en procesión de casa en casa ofreciendo sus productos, desde lampazos hasta frutos secos; especialidades, como duraznos importados; y menjunjes para las tareas de aseo.
Se mueven sobre la base de un cronograma preestablecido: los lunes, Santa Lucía; los martes, Veritas; los jueves, sector Don Bosco; lo sábados, la zona norte. Algunos alcanzan hasta la Costa Oriental del Lago. Caminan kilómetros bajo el sol maracucho a temperaturas sobre los 35 grados. Y esta romería tiene un solo fin: llevar alimentos al hogar, como esperanzas de un amanecer más claro. Su presentación es una sola voz: “¡Te lo cambio!” Y desde la ventana, la reja o la puerta, levantan, triunfales, sus manos sudadas con un racimo de cambures o un sobrecito de polvos matahormigas.
La historia reseña que el trueque, conocido entre nosotros como cambalache, surgió durante la llamada revolución neolítica, hace unos 10.000 años, que trastocó hasta los cimientos de la Edad de Piedra y desdibujó los mapas conceptuales del hombre primitivo.
La humanidad entonces era un conglomerado penitente de un solo rito: el infinito peregrinaje en la recolección de hierbas y frutos y la ardua persecución de la presa para su alimentación. Y el trashumante hombre de las cavernas se descubrió un día hastiado de su oficio de noria. Y se asentó cerca de una correntía de agua, bajo la sombra de un árbol milenario para constatar que la tierra devolvía sus cuidados y los animales bajo su guía prestaban suculentos beneficios.
Marlene Nava
Ya ocupante de territorios fijos, generó caseríos y poblados y feudos y urbes. Y reinados. Y los excedentes de su producción fueron ofrecidos al vecino más cercano en un proceso de intercambios de unos productos por otros.
El Diccionario de la Real Academia Española define el trueque como la acción de dar una cosa y recibir otra a cambio sin que en esta operación intervenga el dinero. Y se considera como la forma más primitiva de comercio.
En Venezuela se manejó el trueque en los tiempos de la conquista y la colonización porque los grupos indígenas de toda América lo practicaban desde la era precolombina ante la inexistencia de un medio eficiente de intercambio. Actualmente se sigue usando en algunos pueblos. Por ejemplo, en el poblado mexicano Zacualpan de Amilpas, un importante punto de encuentro comercial y cultural a través de su tianguis dominical.
Entre nosotros lo sacó a relucir Hugo Chávez Frías en su programa Aló Presidente del domingo 16 de marzo de 2007, durante el cual propuso la creación de monedas comunitarias y el relanzamiento del trueque como medio de intercambio. Esta idea la manejó al menos desde junio de 2006. En esa fecha señaló —a modo de ejemplo— que un agricultor de Barlovento podría intercambiar plátanos por cachamas con un pescador del estado Bolívar sin recurrir al dinero para la transacción.
Inmediatamente su propuesta levantó ronchas. José Guerra, en un artículo titulado Chávez y el trueque, publicado en la revista Analítica, se hizo voz de un sentimiento generalizado cuando planteó: “Implantar un sistema de monedas comunitarias para facilitar el trueque equivale a regresar a una especie de economía cavernícola. El trueque es un sistema de intercambio absolutamente inviable y costoso para la sociedad”.
El trueque suele reaparecer en momentos críticos de la economía, cuando el dinero pierde su valor o su demanda, como ocurrió tras la caída de los imperios o incluso en épocas modernas de hiperinflación o violenta devaluación de la moneda. De manera que en la actualidad es un recurso al que se apela como método alterno o de emergencia. Por ejemplo, en la crisis argentina de 2001, ante la caída aparatosa del valor de su moneda, muchas comunidades acudieron al trueque como una forma de saltarse el dinero, dado que se había convertido más en una perturbación que en una ayuda: su valor caía cada minuto.
Un ejemplo mucho más notorio es el del caso del pueblo alemán, cuando vivió la hiperinflación al cuadrado después de la Primera Guerra Mundial. El Gobierno decidió no aumentar los impuestos para financiar el conflicto. Pero cuando crecieron sus deudas, se dedicó a imprimir billetes. Y como ordena la ley de la oferta y la demanda, la demasía de billetes llevó su poder adquisitivo a números negativos.
Marlene Nava
Se cuentan muchas anécdotas que demuestran la inmensidad de la devaluación sufrida. Para mediados de 1921, el tipo de cambio entre el marco alemán y el dólar estadounidense era de 60 marcos por cada dólar. Un año después, en cambio, se necesitaban más de 8.000 marcos para conseguir un dólar estadounidense.
A modo ilustrativo está la historia de una familia que, ante la situación del país, vendió su casa para refugiarse en América. Pero, ya en Hamburgo, cae en cuenta de que el dinero de la venta no alcanzaba para los billetes del viaje. Y lo que es peor, no alcanzaba para regresar a su pueblo.
En Maracaibo existe un sistema financiero local que determina los precios. Desde el mercado de Las Pulgas se establecen las tasas de cambio. De manera que el costo de los productos, regidos por estas tasas, son totalmente arbitrarios. Un paquete de harina de maíz, que actualmente cuesta poco más de 2 millones de bolívares, lo estiman en 900. Porque los productos, que deben ser adquiridos por un efectivo cada vez más escaso, se devalúan a paso de vencedores.
Estos eran los mismos inconvenientes del pasado. Y para solventarlos, ciertos bienes, amplia y constantemente demandados, comenzaron a hacer las veces de moneda. En la antigua América aborigen, el cacao hizo las veces de moneda de intercambio entre las distintas culturas, pues todas lo requerían y valoraban por igual. Del mismo modo ocurrió en Maracaibo a comienzos del siglo XX: el plátano actuó como moneda para las transacciones comerciales a orillas del malecón.
Mientras, en otras regiones prefirieron los metales: el cobre, la plata y el oro. De esta última tendencia, eventualmente, nació el dinero, lo que puso fin a la necesidad histórica del trueque. Esto no lo saben los maracuchos asoleados que intercambian productos desde los balaustres de las ventanas. Pero hoy se discuten planteamientos propios de movimientos sociales y económicos organizados en torno a la idea de resucitar el trueque para el beneficio de las comunidades pequeñas.
Además, en la red existen plataformas que facilitan el contacto gratuito entre quienes desean intercambiar sus productos o servicios. La evolución de este tipo de páginas ha derivado en algo conocido como el trueque activo, es decir, no simplemente se limita a anunciar un artículo, sino que se posibilita la interacción con otros usuarios de la misma red. En definitiva, es la creación de comunidades de usuarios que deseen intercambiar cosas.
Mientras tanto, en las ardidas calles maracuchas dejan huella estos peregrinos que, sin saberlo, practican un antiquísimo método de intercambio comercial. Y que despiertan la ciudad a una sola voz: “¡Te lo cambio!”
MARLENE NAVA OQUENDO | @marlenava
Individuo Número de la Academia de la Historia del Estado Zulia, fue directora de Cultura de la región, profesora de LUZ y ha realizado un denso trabajo en pro del rescate de la cultura e historia mínima de la ciudad.
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