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Puertas adentro. Maltrato intrafamiliar

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Llevamos siete semanas de confinamiento, de resguardo ante el miedo latente de que la COVID-19 toque las puertas de nuestros hogares. Muchas familias se han fortalecido durante este tiempo, los vínculos y lazos afectivos se han estrechado en la cantidad de horas que han compartido. Sin embargo, no todos los entornos familiares suelen tener ese grado de madurez para ser armónicos y funcionales en tiempo de crisis. 

En la actualidad la Red por los Derechos Humanos de niños, niñas y adolescentes de Venezuela ha confirmado el aumento en las llamadas de ayuda debido a la violencia que se ha establecido e instaurado en muchos hogares venezolanos. Muchas familias están desbordadas por la misma convivencia. 

La familia es el primer entorno de socialización de los seres humanos. Allí se adquieren las creencias y valores que van a decidir la forma en el que el individuo interpretará y responderá ante las circunstancias externas. Pero también la familia representa un espacio en el que se generan intensos conflictos. 

Existen muchos causales de estrés familiar: el desempleo, la carencia económica, el divorcio, el hacinamiento, la pérdida de salud o pérdida de algún familiar cercano, entre muchos otros. Existen también determinados acontecimientos tanto vitales como cotidianos que suceden en el interior de una familia que acarrean un endurecimiento de sus condiciones de vida y constituyen un factor de riesgo para el desarrollo saludable de la relación entre sus miembros. 

La cuarentena prolongada ha exacerbado los distintos conflictos individuales así como los conflictos preexistentes en las dinámicas familiares. La violencia protagonizada por los adultos encargados de cuidar y proteger a sus miembros se cronifica porque ese adulto maltratador está en el mismo encierro. El hogar se convierte en el espacio donde se legitima la violencia. 

Un entorno familiar empobrecido, es decir, pobre en afectos y cuidados básicos entre sus miembros, desencadena el irrespeto, el maltrato hacia los niños, el abuso físico y psicológico. Todo acto violento, desde los gritos, el castigo físico, el hostigamiento, la intimidación o acoso tienen efectos devastadores. El individuo afectado se vuelve más agresivo, se retrae, evita el contacto social, se lesiona severamente su autoestima, porque con frecuencia cree que es el responsable del comportamiento violento del agresor. 

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El maltrato físico y humillante constante como dinámica familiar puede desarrollar fobias, trastornos de pánico, depresión, pesadillas, trastornos del sueño y hasta ideación suicida en los afectados. Si los códigos de socialización en la familia son inadecuados, es decir, prevalecen los castigos, las descalificaciones o una comunicación escasa e intrusiva, sus miembros igualmente desarrollarán conductas agresivas. 

Un entorno familiar que proporciona afecto, seguridad, apoyo mutuo y recursos para cubrir las necesidades básicas, sustentará comportamientos competentes y preparará a a sus miembros para enfrentar las situaciones adversas. 

Debemos resolver los conflictos a través del proceso de negociación y acuerdo colectivo. La comunicación clara constituye un punto indispensable para definir los límites de la convivencia. La disciplina, mantener las rutinas en casa, el autocontrol y el afecto son mecanismos que nos permitirán sobrellevar el confinamiento familiar. 

Hoy en día el maltrato intrafamiliar ya no es un asunto privado, es un problema de derechos humanos. Es necesario que las víctimas, los familiares o testigos denuncien el maltrato vivido. Buscar ayuda de especialistas se convierte en el objetivo. 

Karina Monsalve es psicólogo clínico del Centro Médico Docente de la Trinidad.  IG: @psic.ka.monsalve. TW: @karinakarinammq

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