Migración, nostalgia y poder: tres fenómenos que se abrazan

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POLITEIA


Por: Nehomaris Sucre

Migrar no es un viaje cualquiera. No es una ida con pronto retorno ni brinda la certeza de que a nuestra vuelta todo seguirá intacto, como si las ruedas del tiempo pudieran detenerse hasta que estemos nuevamente en casa.

Somos más de 4,8 millones de migrantes venezolanos en el mundo, una cifra escandalosa y que denota la búsqueda de soluciones individuales a la problemática política y económica que enfrenta nuestra sociedad. 

De esta forma, la migración se ha convertido en algo más que un hecho de la historia contemporánea de nuestro país. Es también uno de los elementos detonantes de la nostalgia que nos cruza y que nos remite de algún modo a una larga cadena de lamentos. Podemos entonces, medir con cifras la cantidad de migrantes, pero no cuantificar algo más abstracto como el grado de frustración o la totalidad de las privaciones a las que se someten en el extranjero.

Vivir en un país con escazas condiciones democráticas es también lidiar con la tristeza, los desaciertos y un sinfín de emociones que limitan al ciudadano en su accionar, más de lo que ya se encuentra restringido por el ejercicio autoritario de quienes manejan el poder. 


Podemos entonces, medir con cifras la cantidad de migrantes, pero no cuantificar algo más abstracto como el grado de frustración o la totalidad de las privaciones a las que se someten en el extranjero

Nehomaris Sucre

Tanto quienes se marchan buscando mejores rumbos, como quienes se quedan, son parte de la crisis, nadie escapa. La crisis nos persigue, sea cual sea el rol que tomemos. Migrar se convierte en el cambio de unos problemas por otros, al menos para la mayoría. 

Muchos de quienes consiguen la estabilidad económica en otro lugar, no dejan de experimentar los sentimientos de la melancolía y la añoranza de un nuevo comienzo para Venezuela, en el que sea posible su retorno bajo circunstancias favorables. 

Nos han arrebatado una serie de derechos fundamentales, pero sobre todo, nos han quitado algo magno: el derecho a ser felices. Entonces, ha correspondido reinventarnos, sin preguntarnos en el camino sobre la efectividad de esa reinvención. De este modo, mientras nos dispersamos en el mundo, los problemas aumentan y la alegría que existió en algún momento de nuestra historia democrática, no vuelve.

En este sentido, la destrucción de la institucionalidad es también el deterioro de los espacios individuales. Al mismo tiempo que se pierden garantías democráticas, los proyectos personales se deben adecuar a circunstancias hostiles. 

En consecuencia, no resulta suficiente la resiliencia que nos permite subsistir, sino también se hace necesaria la voluntad para recuperar las libertades cívicas y transformarnos en una mejor sociedad.


NEHOMARIS SUCRE | @Neho_escribe

Politóloga, militar retirada y cursante de la Maestría en Literatura Venezolana (UCV).