Opinión

Las emociones de los adolescentes en cuarentena

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Por: Karina Monsalve

La adolescencia es reconocida como una época de remolinos y cambios. Es la etapa del desarrollo donde hay mayores crisis y mayores desafíos. Ha sido considerada en el tiempo como una etapa de tormenta y estrés en la que a parte de los cambios biológicos y cognitivos, la principal característica es el desarrollo de la identidad. 

Los adolescentes han sido los más olvidados en estos tiempos. En esta época de confinamiento, el encierro en sí, aumenta la tensión interior del adolescente y se suma a la falta de contacto social presencial, tan necesario para construir esa identidad y encontrar el alivio a la tensión. Hoy, el mundo del adolescente está amenazado y alterado, se le ha arrebatado su exterioridad, que es por naturaleza donde se desarrolla su mundo. 

Imaginémosles entonces, lejos de sus amigos, sin contacto presencial con sus novias o novios, preocupados por su futuro académico o deportivo y encerrados con sus padres. Es un panorama difícil y representa un desafío lidiar con ello.

En el transcurso de estos seis meses de confinamiento he podido observar cómo han fluctuado las emociones de ellos. Relatos de mis pacientes, el verbatum de sus padres, de los amigos adolescentes de mis hijos me han llevado hacer una breve interpretación y análisis de esta observación.


Los adolescentes han sido los más olvidados en estos tiempos. En esta época de confinamiento, el encierro en sí, aumenta la tensión interior del adolescente y se suma a la falta de contacto social presencial, tan necesario para construir esa identidad y encontrar el alivio a la tensión

Karina Monsalve

Entre los meses de marzo y abril hubo una primera fase de emociones, inclinadas hacia lo positivo. Después de un breve estado de estupor, recibieron la normativa del “Quédate en Casa” de manera afable, amigable. Como unas “vacaciones imprevistas” que recibían de buena gana. Con muchas expectativas iniciaron un ajuste de todas sus actividades diarias de manera virtual. Se mostraban alegres, con júbilo, disfrutando del tiempo libre, de los momentos de descanso y de estar en casa. De hacer actividades que antes no se hacían por falta de tiempo. Empezó una alteración de hábitos, rutinas, horarios.

Con el transcurrir de los días entre mayo y junio estas emociones iniciales fueron cambiando, se presentaba una segunda fase, caracterizada por una sensación de duelo, de tristeza por la pérdida del contacto físico con sus pares, por la pérdida de sus actividades extra académicas de manera presencial. Se empezó a sentir la tensión intrafamiliar, la angustia de los padres y la incomodidad emocional se hizo más visible. Así mismo, hubo un aumento en las exigencias académicas y deportivas de manera virtual que habían dejado de ser llamativas y motivacionales. 

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Se inicia entonces una transformación de esas emociones de tristeza a rabia, a aburrimiento y a frustración por no poder cambiar esa realidad. En los jóvenes con menos apoyo familiar se instaura el sentimiento de soledad.

La tercera fase, entre los meses de julio y agosto se instaura un desorden y alteración de los horarios de sueño-vigilia y con él las alteraciones en las comidas. Llegaron las vacaciones y con ella una absoluta adhesión a la conectividad virtual, los videojuegos y celulares, el mundo virtual se convirtió en el mundo real para nuestros jóvenes. Los padres han tenido que ser más permisivos con ellos porque es el único medio para seguir manteniendo el vínculo social con sus iguales. 

En esta fase, se observa un mayor grado y apatía para realizar actividades diferentes a este interés tecnológico, empiezan en algunos casos a aparecer elementos depresivos y ansiosos que debemos prestarles atención inmediata, tales como la instauración de la alteración del sueño, del apetito, el aislamiento, la fatiga,  la falta de motivación, la tristeza, la irritabilidad, el abuso de alcohol u otras sustancias, entre otros.

En septiembre los jóvenes iniciarán un nuevo año escolar de manera virtual y con él la expectativa de volverse a encontrar con sus iguales, mientras tanto los padres tenemos el desafío de ayudarlos a rescatar la motivación perdida y el entusiasmo en sus actividades para lograr cumplir los objetivos planteados.  

¿Cómo podemos acompañar las emociones fluctuantes de nuestros adolescentes en estos tiempos?

  • Lo principal para los padres es Involucrarse, estar cerca de sus hijos, de sus intereses, sentimientos y pensamientos. Involucrarse no es invadirlos e irrespetarles sus espacios. Involucrarse es estar atento a sus necesidades, compartir con ellos, conocerles cómo piensan y qué están sintiendo.
  • Ofrecer otras alternativas de actividades de interés y acompañarlos a realizarla.
  • Mantener y respetar el contacto social con sus pares de manera virtual.
  • Buscar espacios al aire libre para realizar las actividades físicas de mantenimiento.
  • Intentar buscar momentos de desconexión tecnológica y propiciar los momentos para reforzar los vínculos afectivos nucleares.
  • Buscar acuerdos. Treguas y negociación para que se restablezcan las rutinas y responsabilidades adquiridas.
  • Establecer límites cuando sea necesario.
  • Escucharles sin juzgar.

KARINA MONSALVE | @karinakarinammq

Psicóloga clínica del Centro Médico Docente La Trinidad.

Karina Monsalve
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Karina Monsalve

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