Por: Marcos Hernández López
La estabilidad democrática, según los historiadores, se terminó de romper a finales de la década de los ochenta y la última década del siglo XX, cuando las elites tradicionales venezolanas se desenlazaron de la realidad de la sociedad, la cual se encontraba en una grave crisis económica, con desempleo galopante y limitación para el acceso a las medicinas. Era evidente el descontento y las dificultades de la población durante ese período. Esta realidad que no guarda distancia con la actual situación bajo la cuestionada y cada vez más parecida a una dictadura como la de Nicolás Maduro. Hoy la inflación que sufre el país es la más alta del mundo y representa el mejor indicador macroeconómico de su gestión, lo que dejó al bolívar venezolano completamente destruido e imposibilita vivir dignamente a un pueblo que lucha su sobrevivencia.
Ahora bien, para muchos versados en la temática el populismo podría resumirse en pocas palabras como: “decirle al pueblo lo que el pueblo quiere escuchar, independientemente de la realidad objetiva”. En este sentido, Maduro demuestra ser todo un buen populista, apoyado en el CNE. De lo contrario no hubiese ganado ninguna elección en los eventos de elecciones regionales 2017, elección presidencial 2018 y elecciones parlamentarias 2020.
En la Venezuela del siglo XXI, 80% desea un cambio de gobierno, teniendo como gran desafío tomar una nueva postura ante la miseria del populismo como estrategia pragmática de captar votos o respaldos. Tal es el caso del carnet de la patria y los diversos bonos, instrumentos de control social. Lo grave, el concepto de populismo es tan complejo que el gobierno lo transforma en una especie de nacionalismo cuyo rasgo distintivo es la equiparación del país y el pueblo, pareciendo este último al universo social integrado por la gente. El nacionalismo inducido por el gobierno revolucionario agota sus esfuerzos en dar la sensación de unión con el pueblo, teniendo como los protagonistas a los excluidos o invisibles, es decir, en nombre de este colectivo es que Maduro se erige como el defensor de los intereses nacionales frente a la supuesta inminente invasión del imperio norteamericano.
Marcos Hernández López
En correspondencia con la intencionalidad intrínseca con la que se mueve el gobierno, se revela la verdad verdadera que la revolución bolivariana está flotando en varios escenarios para llegar hasta el 2024, activa además la estrategia de la psicología de la amenaza política y del miedo para evitar contarse en cualquier evento electoral incluso a su medida, las amenazas casi a diario que hacen los voceros de la revolución hacia la oposición, se expresan especialmente en el discurso político de la autoridad, afianzados en los medios de comunicación social, y se concretan mediante los selectivos procedimientos represivos, los que generan experiencias traumáticas en la mayoría de la población que percibe la amenaza como algo que puede transformar el miedo en terror o pánico, germinando en nuestro caso la desmotivación en la mayoría de los venezolanos que buscan rescatar el voto.
Es indiscutible la amenaza política que se establece a través del poder. Foucault dice que “todo poder es un modo de acción de unos sobre otros. Se ejerce el poder cuando unos individuos son capaces de gobernar y dirigir conductas. Conducir conductas implica gobernar, y gobernar constituye la forma más acabada del poder”. El poder como gobierno no resiste en el tiempo la idea de un sometimiento absoluto en la conducta de la gente; en contradicción, el poder revolucionario se enfrenta a sus propios límites o decadencia, por ejemplo: la posibilidad que brote contundencia la rebeldía del todo social, convocando el rescate del voto como sustancia significativa de toda democracia.
MARCOS HERNÁNDEZ LÓPEZ | @Hercon44
Sociólogo, docente universitario | PhD Gestión de Procesos | CEO Consultora Estudios de Opinión.
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