Por: Joaquín Ortega
Ver al mundo con humor implica creer en que la desgracia es pasajera. Uno se ríe para hacer más llevadera la vida, para superar el dolor, para vencer alguna vez al mal, para enfrentar los imposibles, para perderle el miedo a la muerte, para recuperar la cordura. Se puede ser de los que tienen todo y no disfrutan nada, pero llevar los días con buen ánimo invierte esa situación. La risa nos hace regocijarnos hasta teniendo los zapatos rotos.
Las obras humorísticas: libros, cuentos, telenovelas, historias y anécdotas que te dan risa te dan aire y te hacen sentirte fuerte. Por eso todo lo que suene a chiste te libera de la auto conmiseración, huele a producto subversivo y combate a la realidad más funesta con el absurdo. El humor democratiza. Nos pone a todos a la misma altura, porque nos revela humanos y falibles; de allí que la caída del otro nos dé risa. No tanto por burla de mala saña (que las hay), sino porque en el fondo sabemos que ese golpe en el trasero que se da el otro (cuando se rompe la silla) es tan suyo como nuestro. Aprender a reír de (y con los demás) nos hace actores y espectadores del mismo teatro vital. Hacer el ridículo nos rebaja el ego, pero inversamente se lleva la barra cada vez más arriba: buscamos lo perfectible desde lo concreto.
Joaquín Ortega
El humor por temática o estilo puede ir hacia lo obsceno, lo vulgar y hasta lo blasfemo. Aceptamos ciertos absolutos: Dios, religión, edades, minorías como algo sacrosanto; pero no hay nada sagrado para el humor. El humor es laico y nos hace iguales ante su ley. La ironía, la sátira, la caricatura verbal son parte de la civilización: la que se ríe para no pegarse, la que juega para no matarse, la que juzga en tribunales para no lincharse. El humor produce risas, sonrisas, reflexiones… abre los ojos. Eso no le gusta al poder. El poder teme al humor porque hace que veamos las contradicciones de quienes gobiernan por fuerza, coerción, coacción o argumento. En la medida que las sociedades maduran los argumentos deben ser cada vez más elaborados para el orden y la obediencia, para la colaboración y el marchar juntos. Ser adolescentes políticos tiene sus riesgos y al mandamás de turno no le gustan ni los respondones ni los que se ríen a sus espaldas.
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Venezuela tiene una tradición republicana en donde el humor se utiliza como válvula de escape a la presión, pero también como arma adicional en la retórica partidista. Allí el doble filo de palabra o la imagen como instrumento de comunicación, su importancia, es una forma de criticar a la sociedad, a los que gobiernan y a los que nos entretienen. El humor vigila lo público. Sí existen trabajos peligrosos en los tiempos que corren, el de ser gracioso, por decir lo menos aparece de segundo en la lista (el primero es del informar, sin duda alguna). Y volviendo al humor pensemos en su producto básico: el chiste, el cual tiene éxito por la audiencia que lo escucha, no por quien lo dice. Esa vieja monserga shakesperiana está más vigente que nunca. Hoy con la amplificación de las redes sociales puede llegar a los oídos no preparados una broma que se convierta en morisqueta. Por eso es responsabilidad del emisor escoger a sus audiencias, pero también debe prepararlas, educarlas, abrirles el mundo a distintas formas de entender lo humano.
Debemos preguntarnos todos los días si el humor es conveniente o provechoso en estos tiempos donde la intolerancia política y religiosa vuelve por sus fueros, tiempos donde la rapiña y las malas conductas están por encima del bien común y la gerencia transparente. A lo mejor, solamente debemos hacernos los locos… ni hablar ni dibujar… solamente… hacer ejercicio y ponernos fitness… y volvernos un jarrón en una esquina; porque como decía el insigne jodedor Cyrano de Bergerac: “se es más bello mientras se es más inútil”.
JOAQUÍN ORTEGA | @ortegabrother
Politólogo, profesor universitario, humorista, escrito, guionista
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