ENTRE VOS Y YO
Por: Marlene Nava Oquendo
La última noche fue el domingo.
Juan había dado prestado aquel mantelito de encaje español que le trajo Jesús desde Puerto López para tapar la mesa, deslucida y rota, donde recostaron su foto, escoltada por el indispensable vaso de agua, renovado cada día; las imágenes de Jesús de la Misericordia; y flores blancas, como mensajeras de la muerte. Habían poblado las desnudas paredes de la salita de sillas y de gentes y de chismes y de llantos y de memorias y de risas. Y de un sentimiento de desarraigo que hacía de él un verso ajeno.
Era la noche de la despedida. Los credos medievales, venidos de España, la imponen. Esta noche, nueve días después de reponer las aguas y los cirios y las flores, con el desmantelamiento del altar, el espíritu se desprende en busca de la eternidad. Y no quedó más duelo que una oleada de lágrimas en los ojos del abuelo.
Luisa Mercedes inició el rezo con el rosario de los cinco misterios. Detrás de las avemarías, crecían los susurros. Que si robó un celular a la hija de un policía, que quien sabe en qué lío se metió este muchacho; que, claro, él era tremendito. Y hasta se ha metido con vecinos. Dios te salve, María….
Una versión se acrecienta en el pequeño recinto… bendita tú eres entre todas las mujeres..
Murmullos como de cigarrones esbozan retazos de una historia: una noche de fiesta, unos cuantos tragos, unos ojos de sol. Y, desde el alma, un para ti, al iniciar una de sus serenatas, lanzado a una mujer casada. Con un policía, dicen.
El día que Kenny González nació, el 28 de diciembre de 1998, su madre apenas alcanzaba los catorce años.
Y la noche que lo mataron, 18 de agosto de 2020, cuando apenas remontaba los veinte años, ella no estaba. Ella no vive allí. Se fue un día tras otros sueños. Y allí lo dejó.
Los funcionarios llegaron a casa de sus abuelos, donde se crió, lo levantaron de la cama, lo recostaron contra la pared y dispararon. Los agujeros en el muro grabaron este episodio, que corre por el vecindario. Fue de noche. Los disparos retumbaron en los miedos vecinos. Pero el cadáver solo presentaba un orificio en la frente, de la bala que le robó la vida.
La prensa, nutrida por las versiones oficiales, publicaba al día siguiente que “el Kendry, temible azote de Santa Lucía cayó abatido al enfrentarse a las autoridades”.
Marlene Nava Oquendo
Y reseñaba que “luego de reiteradas denuncias por parte de la colectividad sobre un ciudadano que mantenía azotado el sector Santa Lucía de Maracaibo, el hampón cayó abatido. Autoridades adscritas a la coordinación de investigaciones y procesamientos policiales del cuerpo de Polimaracaibo, mantuvieron labores de patrullaje en la zona, tras recibir las quejas de los ciudadanos. Sin embargo, el maleante, de nombre: Kendry Javier González Núñez, de 19 años, alias «El Kendry», se enconchó dentro de una vivienda del sector. Desde allí, disparó en contra de los uniformados al verse acorralado”…
Kenny acababa de terminar el bachillerato. La coordinadora de la institución educativa donde cursó los últimos niveles informó que en julio pasado culminó sus estudios, en la versión a distancia -como impone el virus chino- y en la modalidad de adultos. Igualmente, aclaró que en su expediente no aparece ningún representante. Que él mismo se inscribía y pagaba sus semestres.
Un cierto dejo de afecto acompaña sus palabras.
Kenny cantaba. Amaba los vallenatos, seguía a Kaled Morales y daba serenatas. Tenía entre los jóvenes un cierto carisma seductor. En su cuenta de facebook figuran muchos seguidores que lo extrañan; su credo: Siempre leal, nunca sapo. Y la imagen de sus dos bebés.
Días después, la misma semana, otro joven cae “abatido” en Cabimas por funcionarios de la Faes. Andrés Eloy Zacarías Nieves y Víctor Torres, que lo acompañaba en ese momento, fueron masacrados –dicen que de rodillas- en el interior de la televisora donde el periodista comunitario cumplía funciones. De él se conoce su juventud y su oficio. Y, además, que formaba parte de la Juventud Revolucionaria del Psuv en Cabimas.
Al día siguiente del suceso, el mismísimo fiscal general de la república pidió que se abriera una investigación y nombró al Fiscal 5 de la jurisdicción para iniciarla. Dos días más tarde, se libró la orden de detención. Y, al tercer día, habían sido capturados los nueve funcionarios de la Faes implicados en el episodio. Y se hizo justicia, como debe ser.
Marlene Nava Oquendo
Kenny González, en cambio, forma parte de los miles de jóvenes “ajusticiados” en el estado Zulia durante poco más de un año y echados al olvido. La ONU viene tomando nota de estos acontecimientos. Y, a mediados de este año, lanzó un dictamen que invoca el miedo: el Zulia es el estado con mayor violencia en el país. En efecto, sacando cuentas, los últimos 18 meses han muerto, bajo el mismo guión, más de dos personas por día. El grueso de esta mortandad se afinca en jóvenes veinteañeros. Y para este año, la cifra está por duplicarse.
El terror, no obstante, se desliza desde las mismas calles donde se imponen los regímenes extremos de la cuarentena. La presencia de funcionarios de la salud, con su bus azul y sus disfraces de astronautas, son presagio de venideras calamidades. El futuro es un aislamiento incierto en lugares lejanos y desconocidos. Los presuntos contaminados son tratados como delincuentes y los operativos evocan más bien los lamentables episodios de la recluta en los tiempos de Gómez. El virus en tiempos de Omar Prieto también ha sido una excusa para el acoso y el atropello.
Como lo ha sido el hambre invasora que también lleva en sus cachos la vida de muchos zulianos con los mercados y los caminos cerrados, la miseria amamantada por la inflación, la volatibilidad de la gasolina en un estado petrolero venido a menos y el matraqueo, el bachaqueo, el contrabando y todos los matices de corrupción, habidos y por haber, que en esta sabana se practican.
La ausencia de medicamentos, a dentelladas sobre los pacientes crónicos y hasta los desperfectos y las sorpresivas fallas del destruido sistema eléctrico han sido factores no computados que se han llevado vidas: un apagón que suspende el fluido del oxígeno; o unos bajones en medio de una intervención quirúrgica.
Así anda la muerte, sin bridas y sin estribos, en permanente peregrinaje por ciudades y caminos del Zulia.
MARLENE NAVA OQUENDO | @marlenava
Individuo Número de la Academia de la Historia del Estado Zulia, fue directora de Cultura de la región, profesora de LUZ y ha realizado un denso trabajo en pro del rescate de la cultura e historia mínima de la ciudad.
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