Por Carlos Hermoso*
En Venezuela es una contundente realidad eso de la dolarización, proceso que se inicia con el deterioro del bolívar como signo monetario. De décadas, pues. 1983 marca el inicio de este proceso. En cualquier caso, al perder condiciones propias del dinero, el bolívar fue dejando espacio al dólar.
Todo signo monetario, o forma dineraria, debe cumplir con condiciones a riesgo de perder su papel en la esfera de la producción y de la circulación. Debe servir para reflejar justamente la expresión del valor en dinero, cuyas oscilaciones lo determinan la fuerza de la oferta y la demanda. Debe ser encarnación del valor de cambio.
En el resultado del proceso inflacionario de larga data en Venezuela esto no ha sido posible. Son más de seis décadas de inflación. Claro, la inflación ha estado acompañada por su determinación fundamental, el debilitamiento del aparato productivo. Con la política liberal, con la apertura al comercio internacional, además de afianzarse la especialización en la producción petrolera y minera, se crean cada vez mejores condiciones para sustituir la producción nativa por el producto importado, más competitivo en calidad y precios, más cuando se importa con dólares más baratos.
Además, sobre todo en los últimos años, el incremento de precios ha contado con otras determinaciones. La especulación es una de ellas. Empujada por la inflación y ahora la hiperinflación, se calculan las cosas a un futuro inmediato. Esto es, se produce una presión de demanda extrema, una tendencia a la alienación respecto del dinero oficial. También se produce especulación como resultado de la escasez.
Para protegerse, quienes poseen mayor poder adquisitivo demandan dólares. Con base en el dólar, cuyo poder adquisitivo tiende a ser más estable, logran preservar sus activos en dinero. Sumemos que el precio del dólar ha estado muchas veces protegido. Con dos precios de la divisa en el mercado, la economía especulativa se va a afianzar. Hacerse de dólares protegidos para obtener superganancias se va a convertir en una palanca para la acumulación de capitales y la corrupción. Parece que el chinito de Recadi ha sido el emblema y burla en el “combate” a la corrupción. Único penado por actos lesivos a las leyes en esta materia, nadie sabe quién es ni qué hizo, salvo ser el único penado por corrupción. La diferencia es que durante el chavismo ni chinito hay.
Violentar la ley del valor supone contar con una fuerza propulsora tan poderosa como la que resulta para romper con la fuerza de la ley de la gravedad. La ley del valor determina el precio en el que debe expresarse el tiempo de trabajo en la producción de las mercancías. Varían los precios con base en la oferta y la demanda. Pero violentarla con base en precios protegidos requiere de fuerzas poderosas en el terreno de la ética, la moral, las leyes. Con todo, siempre la tendencia a vender con base en el valor se va imponiendo.
Es lo que ha sucedido con la compra en el exterior con dólares preferenciales, esto es, comprados a precios arbitrarios establecidos por la entidad emisora o alguna entidad gubernamental creada para tales efectos como Recadi o Caduco en su oportunidad. De allí se va imponiendo, gradualmente o no, el precio real, tanto de las mercancías adquiridas a precios de dólar protegido como del dólar usado para esas transacciones. Esa es la ética sistémica. Es la ética de las relaciones sociales imperantes. Fuente de corrupción, de estafa.
De otro lado, el signo monetario vigente debe servir para atesorar y, por ende, transmutarse en capital. La inflación, la hiperinflación, de igual manera impide que haya mayor posibilidad para capitalización con base en el soberano bolívar. Pero sí con base en el dólar. Si se quiere capitalizar hay que hacerse de dólares.
Así, desde 1983 la tendencia ha sido hacia la dolarización. Ya deteriorado el bolívar en su máxima expresión con la actual hiperinflación, era de suponerse la dolarización en la escala alcanzada. Y es que algún signo monetario aparece como equivalente universal para el atesoramiento, la producción y la circulación. En su defecto, aparece el trueque, lo que hace más engorroso el intercambio y abarca poco espacio en la economía, pero algo de eso observamos en la venezolana.
La dolarización como proceso
Al perder el bolívar tales condiciones, antes dichas, pierde lo que resulta fundamental en todo signo monetario en el capitalismo, en toda forma dineraria, su condición de fetiche. Cierto, el más grande fetiche es aquella riqueza que permite hacerse de todas las demás. El dinero debe contar con esa facultad. Si pierde en buena medida su condición de medio para el intercambio por su sucesiva desvalorización; si pierde su capacidad para atesorar, va difuminándose esa condición que permite hacerse de todas las riquezas habidas de manera proporcional. Mientras más dinero, más cosas y servicios puedo adquirir. Si un signo monetario deja de ser eso, es lógico suponer que habrá de buscarse otro. Ese papel lo viene cumpliendo el dólar. Es el más grande fetiche universal, por encima de todos los demás signos monetarios. En declive, en dura lucha con el yuan, pero todavía goza de la preferencia universal. Vivimos tiempos en los cuales la guerra de divisas podemos semejarla a una guerra de dioses. Una guerra de fetiches. El dólar tiene la primacía. Sigue siendo el de antonomasia. Es el mayor cosificador de las relaciones humanas y el más humanizante de las relaciones entre las mercancías. El gran fetiche. Pero otros signos, principalmente el yuan, ya se inscriben en la perspectiva por destronarlo y ocupar su papel.
Mientras, el bolívar ahora luce como un soberano desvalido. Quien lo tiene busca salir de él rápidamente. No llega a ser considerado un leproso, pero sí un enfermo. Esa es la base fundamental de la dolarización y ha ido avanzando. Ya las cosas se miden con base en el dólar. Y es que circula de manera profusa, proceso que luce indetenible.
Para frenarlo no basta con una política monetaria. Más que eso, necesario es implantar una política para el crecimiento y el desarrollo con sentido nacional.
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*Economista y Doctor en ciencias sociales. Profesor asociado de la Universidad Central de Venezuela. Dirigente político
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