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viernes, 19 abril, 2024
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La cultura, un activo con un rol estelar en la reconstrucción de Venezuela

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Por Albe Pérez

Venezuela fue durante buena parte del siglo XIX el mayor productor y exportador de cacao del mundo; una vez que se comienza a producir y exportar café, Venezuela ocupa el segundo lugar, detrás de Brasil. Aparece el petróleo en el siglo XX y nuestro país se convierte entonces en uno de los principales productores y exportadores del mundo, permaneciendo siempre entre los primeros puestos.

Todo este es sabido. No es ninguna novedad. Pero el desarrollo de estos rubros no se debe solo a la privilegiada ubicación geográfica y a las bondadosas condiciones climáticas del país. El desarrollo de cada uno de ellos está sujeto a una serie de procesos, el uso lógico, la planificación y la sistematización de la industria.

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Vienen tiempos de cambio, tiendo a pensar que inevitablemente vienen tiempos de cambio. Y los venezolanos tenemos entonces grandes retos y mucha responsabilidad en ese nuevo proyecto de país que toca volver a pensar, diseñar, convocar y echar a andar. Un nuevo formato de país que debe ser estructurado no solo por quienes estamos aquí ahora, sino también por aquellos que desde otras fronteras recogen hoy muchas referencias e información valiosa que serán indispensables considerar en adelante.

Bien, en esa dirección va la invitación que dejo en estas líneas. Ya transitadas las rutas del cacao, del café y del petróleo, y teniendo por seguro que todas tres son industrias muy potentes que aún tienen tanto campo por explorar, nos toca ahora pensar cuáles serán los rubros sobre los cuales pondremos el foco para la reconstrucción de Venezuela.

En este sentido, y porque además soy testigo, como muchos, del potencial que representa, estoy convencida que la industria cultural y la creatividad tendrán un rol estelar en ese proceso de reconstitución del tejido social y la reconstrucción de nuestro país.

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Esto lo sostengo por varias razones. Una de ellas, porque para nosotros, en Venezuela, resulta casi natural reaccionar de forma creativa ante la adversidad, y vemos cómo en casa se preparan menús adaptados a lo que va quedando en la despensa o a lo que logramos conseguir. Cómo el ingeniero que quedó desempleado cuando la planta donde trabajaba cerró, logra montar una pequeña empresa que diseña, produce y gestiona páginas web de otras. Cómo la diseñadora gráfica que quiere percibir más ingresos, aparte de su trabajo regular crea una marca de accesorios de moda hechos con material reciclado. Cómo el joven recién graduado, para costear sus estudios, rescata el recetario de tortas de su abuela, lo renueva y ofrece desde una cuenta en Instagram, manejada por otro amigo del liceo, el servicio de repostería en alguna ciudad del interior del país. Y así tantos otros que hemos conocido y conoceremos. Cada venezolano, dentro y fuera del país, tiene una historia que contar a propósito de la creatividad.

Todos estos asuntos asociados a la creatividad, la dinámica, el impacto y la infraestructura que derivan del desarrollo de cada uno de ellos, conforman la Industria Cultural de un país, y al tiempo, se reúnen en torno al concepto de “Economía Naranja”. Este no es un concepto nuevo, por el contrario, hace honor a los principios básicos de la economía del libre mercado, y en pocas palabras se resume en “el conjunto de actividades que de manera concatenada permiten que las ideas se conviertan en bienes y servicios culturales, cuyo valor fundamental es determinado por la propiedad intelectual” (John Hawkins).

En tiempos pasados, hemos tenido en Venezuela muchas referencias directas sobre el impacto de la Industria Cultural en la sociedad, allí los museos y las artes plásticas, la industria editorial y literaria, el cine, la gastronomía, la moda, la televisión, el diseño gráfico, la artesanía, el teatro, la danza, la música y tantos otros que podemos registrar. Hoy en día, países como España, Argentina, Colombia, valoran lo que ella representa y encuentran en la Industria Cultural aportes entre 5 y 10% al PIB de cada uno de ellos.

Pero hagamos un ejercicio más gráfico sobre el impacto de la Economía Naranja en la cotidianidad económica y social de un país. Pensemos en un festival de escala urbana, como el Festival de la Lectura Chacao, que durante nueve años consecutivos se realizó en la Plaza Francia de Altamira, en Caracas. Durante los días de exposición de este festival, evidentemente se beneficiaban las editoriales y libreros que exhibían allí sus títulos y novedades, claro, también los lectores asiduos que aprovechaban de buscar sus palabras por leer. Pero allí también se generaba una dinámica muy particular en torno al encuentro con autores, músicos, artistas. Espacios para la gastronomía, para los niños, para el esparcimiento, para la contemplación de la ciudad.

Y más allá de esto, se veían directamente beneficiados los hoteles de la zona, los restaurantes, luncherías y locales comerciales, los estacionamientos privados, las estaciones de metro y metrobús, los heladeros, los cajeros automáticos, el kiosko cercano, en fin, todos aquellos que veían incrementados sus ingresos por la cantidad de gente que durante esos días frecuentaban la plaza y sus alrededores; todos aquellos actores que dinamizan la economía de un país y que en menor o mayor escala aportan desde sus espacios a eso que debe ser propio de los ciudadanos: una ciudad normal. Una ciudad que es mucho más que el mero accidente que resulta entre el tránsito del hogar al trabajo, y se transforma en el espacio donde suceden eventos que reconcilian, reúnen y dignifican la vida de todos por igual. Una ciudad habitada a plenitud desde la creatividad.

Tomemos un caso en particular: el emprendimiento en la industria musical en Venezuela. Otto Ballaben, es gestor cultural e impulsa el programa Semillas Naranja, dirigido especialmente a la industria musical. Según su testimonio, en el año 2018 se lograron registrar alrededor de 400 proyectos de emprendimiento específicamente enfocados en la música, en todo lo que ella abarca, luthiers, técnicos, asesores de imagen, intérpretes, hasta llegar a la especificidad de una terapista dedicada a corregir la higiene postural del músico evitando futuras lesiones. Proyectos que están andando, a pesar de la adversidad.

Pensemos pues en la cultura, en la creatividad, finalmente, en la Industria Cultural como uno de los activos más poderosos para la reconstrucción de Venezuela. Tenemos allí una industria que no se ha detenido a pesar de la crisis, por el contrario, se ha mantenido activa y ha sido una de las vías que muchos hemos conseguido para resistir momentos complejos e inciertos, para salir al paso y mantenernos de pie.

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