LOS PITAZOS DEL DIRECTOR
“Cada generación pierde una ciudad… que hereda la generación siguiente.
De modo que nos pasamos la vida elaborando el duelo por el mundo que hemos perdido…”.
Jorge Carrión y Sagar.
Barcelona: Los Vagabundos de la Chatarra
Por: César Batiz
Escribo desde la nostalgia, con los sentimientos presentes y con la frialdad del dato a un costado. Como todo texto narrativo, este fue ante imágenes y sonidos fragmentados en el cerebro que se alimenta de lo visto, lo recordado y lo sentido.
Cuando comencé a pensar este artículo, estaba leyendo el cómic Barcelona: Los Vagabunos de la Chatarra, del periodista Jorge Carrión y el caricaturista Sagar. Una amiga me lo regaló para que sirviera de inspiración para un reportaje que elaboramos en la Alianza Rebelde Investiga (TalCual, Runrunes y El Pitazo). Pero los regalos generan reacciones que no esperamos o, en este caso, provocan evocaciones no planificadas.
Venía en el autobús que me trajo de Caracas a visitar a mi padre, cuando me encontré con una frase: “Cada generación pierde una ciudad”. Entonces, pensé en Tía Juana, aunque no sea una ciudad.
Formo parte de esos tiajuaneros que vio perder el color de las paredes de las casas, las calles asfaltadas y sin huecos, el pito (la sirena) que anunciaba las horas de cambios de guardia en la industria petrolera, las escuelas de pizarras llenas de letras y números, con competencias deportivas y actos culturales que nos animaban el año escolar. El comisariato, los clubes, las canchas y estadios llenos de marchantes y trotadores, las pulcras clínicas con sus pisos de granito brillantes y fríos; y el verde de las gramas de los patios y de los campos de juego, milagrosamente perennes bajo un sol calcinante, gracias a un servicio constante de agua. En esta tierra me enamoré, me despeché y refrendé el amor definitivo con la tiajuanera que me acompaña.
En más de 20 años de chavismo, casi todo se convirtió en chatarra, en un país chatarreado para la sobrevivencia, en el cual el tiajuanero más reconocido es el líder de una banda de extorsionadores, capturado, fugado de la cárcel y hoy entre los más buscados por las fuerzas policiales del Zulia: Adriancito. Profesionales exitosos en diferentes áreas, criados en estas tierras, son figuras anónimas para sus coterráneos.
Correr con los recuerdos
Como en otros lugares donde he vivido o visitado, me relaciono con el espacio desde el asfalto. Corro y me pierdo en las calles y vuelvo al rumbo. Veo todo mientras trasiego oxígeno. Es como una relación con el cuerpo de otro. El roce íntimo del reconocimiento a lo que es tuyo sin serlo. De cerca y mientras te fatigas, los sentidos dilatan el obturador de la memoria para captar los detalles antes desapercibidos.
Así me pasó con Tía Juana una vez más, un año y tres meses después de la última vez. En dos jornadas de entrenamiento de running, recorrí 25 kilómetros, para recordar esas calles y esos terrenos donde tantas veces corrí.
La mañana del 6 de marzo, el trote me llevó a pasar por sitios donde antes entrené, como El Buchón, una pista de 1.600 metros, donde di dos vueltas; y el JL Ford, el estadio construido por la Creole en 1952, en el cual comencé a practicar atletismo cuando tenía solo 9 años.
Desde el asfalto y la arena vi la destrucción de mi país, la ruina de la industria petrolera y el desvanecimiento de los recuerdos felices de la infancia y la adolescencia. Gracias al running me encontré con los espacios que jamás olvidaré y que siempre honraré.
Del hato de Juana Villasmil no queda nada. Sobre sus tierras, expropiadas por el presidente Juan Vicente Gómez durante la segunda década del siglo 20, la Shell y la Creole construyeron casas de zinc a dos aguas, para albergar a los obreros, empleados e ingenieros que laboraban en la explotación del maná del suelo que fue marcador de la cesta petrolera venezolana, el Tía Juana, ligero y querido por las refinerías estadounidenses y holandesas.
Hasta 1995, Tía Juana fue parte del municipio Cabimas. Al año siguiente ya era municipio Simón Bolívar, con Franklin Duno como primer alcalde, luego asesinado en abril de 2004, cuando cumplía su tercer mandato. En sus más de 250 kilómetros cuadrados convivían más de 50.000 personas. Nunca hubo centros comerciales, cine o una biblioteca central, tampoco hoteles. Pero funcionaban empresas contratistas petroleras que pagaban impuestos. Además, Pdvsa invertía en el mantenimiento de los campos petroleros, aunque menos que antes.
Aquel diciembre de 2002, todo cambió. Gerentes, empleados y obreros petroleros sobrestimaron su poder y subestimaron el de Hugo Chávez, quien logró mantenerse en la presidencia y darse el gusto de botar de la industria a cerca de 20.000 personas. Al menos unos 2.000 de ellos vivían o trabajaban en Tía Juana. Algunos se quedaron ocupando las casas de Pdvsa pese a ser despedidos. Ninguno cobró las prestaciones que les tocaban, sin importar que algunos acumulaban más de 20 años de servicio.
Después de los despidos, llegó una nueva generación de trabajadores petroleros, pero también los escándalos de venta de puestos de trabajo con lo cual se beneficiaron funcionarios de la Nueva Pdvsa. Hubo prosperidad para algunos. Tristezas para otros. Pero desde la directiva de la estatal petrolera, con Rafael Ramírez al frente, privó un sentimiento de venganza que afectó a los campos petroleros y a sus habitantes.
Cuando parecía que el alza del precio del petróleo alcanzaría incluso para favorecer a quienes fueron despedidos por Chávez, llegó la nacionalización de las empresas contratistas y con ella la ruina de la Costa Oriental del Lago. Sin contribuyentes que pagaran impuestos, menguaron los recursos de las alcaldías y con ello la posibilidad de un mejor futuro para la zona petrolera.
La corrupción y la ineficiencia hicieron el resto. Caída de la producción. En 2013, en toda la Costa Oriental del Lago, se extrajeron más de 796.000 barriles diarios de petróleo. En estos momentos no llega a 27.000.
Con eso vino el descenso de los ingresos petroleros, salarios bajos para los trabajadores de la industria, deudas de Pdvsa con los proveedores, jubilados y pensionados en mengua, sin dinero ni un buen servicio médico, instalaciones de Pdvsa vandalizadas y pozos cerrados. La ruina.
Casas vacías
Viajé de Tía Juana al centro del país el 5 de marzo de 2013, el día que murió Hugo Chávez. Ya este territorio estaba cruzado por el deterioro. Pero entonces no existía ni una señal que permitiera pronosticar, ocho años después, una de las peores pérdidas de esta zona: la migración de su gente joven.
Creo que en Tía Juana no existe actualmente una familia con el álbum completo de sus integrantes en Venezuela. Quedan personas mayores que no se han podido o querido ir o niños dejados por sus padres. El joven que no ha logrado migrar, seguro lo está pensando porque la versión redundante es que aquí se acabaron las oportunidades. Los espacios despoblados se llenan con los recuerdos de un pasado que difícilmente volverá.
Sin embargo, toca no abandonar la esperanza de tiempo mejores, quizás nunca más iguales, pero desde donde estemos, los tiajuaneros tenemos que voltear la mirada a este espacio para honrar nuestras historias y recuerdos personales y colectivos, para evitar que en Tía Juana solo queden casas muertas y superar el profundo duelo por lo perdido.
Errata: Ciertamente en Tía Juana funcionaron un cine y un hotel. El primero en la 21, cerca del estadio JL Ford. Para poder ver una película sentado, debías llevar tu silla. Cuando me mudé a la avenida 5, a menos de 500 metros del antiguo cine, a finales de la década del setenta, ya no funcionaba. El hotel era el Tacarigua, en plena avenida Intercomunal. La estructura está, pero no lo recuerdo abierto.
Nota del director: Este artículo fue escrito pensando en los tiajuaneros. Si naciste o creciste en Tía Juana deja tu comentario. Quisiera organizar una red que demuestre la valía de la gente originaria de este espacio, legado de la Tía Juana Villasmil.
CÉSAR BATIZ | @CBatiz
Periodista egresado de la Universidad del Zulia, especializado en Periodismo de Investigación. Director de El Pitazo.