“En mi casa no hay agua, maestra”, y la maestra pensó: “en mi casa tampoco”. “Tuvimos que cocinar con leña”, dijo otro pequeño, y el maestro pensó: “yo también”. “ Papá dice que no le alcanza el sueldo” y todos los maestros pensaron: “a nosotros tampoco”. Y podríamos seguir detallando elementos de la emergencia humanitaria compleja que afecta por igual a familias y educadores.
Pero así como hablamos de afectación colectiva, podemos también hablar de ayudas y comprensión entre ambos actores. Las familias respiran si pueden enviar a sus hijos a la escuela y los educadores que aún pueden perseverar acogen a sus “ahijados” con responsabilidad. Conozco un montón de esos que caminan a sus trabajos hasta dos horas por no contar con transporte público.
Así que hoy nos tenemos que estar del mismo lado de la cancha y estrechar lazos de cooperación entre familia y escuela. Lo ideal sería que el Estado cumpliera con sus obligaciones, pero sabemos que no es el caso venezolano. Ni las familias, ni la escuela son administradores de los recursos públicos, no les toca garantizar servicios de electricidad y agua potable, por ejemplo. Entonces las exigencias deben hacerse en conjunto y la búsqueda de soluciones o, al menos, acciones para mitigar las secuelas de esta emergencia, también pueden – y deben – hacerse en conjunto, como equipo.
¿Es posible hacer algo más? Es posible mucho más para que el derecho a la educación sea real y no un número en la Constitución. De paso, nunca está de más recordar que estamos hablando de derechos que están ahí, consagrados en la Carta Magna y en la Lopnna.
“Las madres promotoras de paz están supliendo emergencias en las escuelas ante renuncias de maestros que ya no pueden subsistir con los salarios actuales. Ellas viven cerca del colegio, no pagan pasaje. Les estamos dando un entrenamiento y como tienen herramientas para el buen trato y conocen bien la escuela son de gran ayuda”, comenta una coordinadora de Fe y Alegría de Caracas.
Se sabe que no es la solución ideal, pero es mejor que devolver a los niños a sus casas. Además, el equipo directivo está pendiente de acompañar a estas “asistentes de emergencia”.
En Guayana, el equipo regional de Fe y Alegría está recuperando un programa que tuvimos a principios de este siglo: madres colaboradoras. Se trataba de mamás de niños de preescolar y de primer grado que se les formaba para ayudar a las maestras con demasiados alumnos en tiempos que no se contaba con auxiliares: tomaban lectura, reforzaban lo trabajado por las maestras, enseñaban canciones y daban una mano a los que requerían más atención. Recuerdo que una de esas “madres colaboradoras” me contó con orgullo que los niños le decían “maestra” y ella sonreía satisfecha.
Todos están pensando cómo amortizar las secuelas de este drama complejo: escuchar, animarse y comprender situaciones. “Vamos a buscar una psicóloga que nos de una jornada a madres y educadores; esto es muy fuerte”, me comentó una coordinadora zonal. Y ya se pusieron en contacto con Psicólogos sin Fronteras ¡Piensan en unos y otros!
En la capital suele haber más alternativas, por eso en el Centro de Formación e Investigación Padre Joaquín de Fe y Alegría estamos pensando hacer unos videos con ayudas a este personal voluntario que está apoyando a las escuelas: madres y estudiantes universitarios.
La solidaridad, reforzar el tejido social, cambiar la mano acusadora por la mano extendida, se impone en estos tiempos. Enfocar nuestro objetivo: los niños, niñas y adolescentes necesitan mantenerse en la escuela. Los hijos de unos se vuelven los “ahijados” de los otros y entre varios es más fácil encontrar salidas temporales, sin dejar de establecer responsabilidades, pero también por ese objetivo común, familias y escuela tenemos que estar del mismo lado de la cancha.
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