A medida que las restricciones de coronavirus continúan disminuyendo en el mundo, uno de los desafíos clave que enfrentaremos es cómo lidiar con la necesidad de trasladarnos usando el transporte público. Y en la medida que comencemos a regresar a trabajar en las próximas semanas y meses, muchos nos subiremos a los autobuses. Pero ¿por qué preocuparnos por esto? El espacio interno de los autobuses y las paradas a lo largo de la vialidad son el entorno perfecto para que prospere una enfermedad de propagación de gotas como el COVID-19. Montones de personas nos reunimos en estas áreas, aumentando el riesgo de contacto directo con alguien infectado.
Sabemos que el SARS-CoV-2, el virus que causa COVID-19, tiene más probabilidades de propagarse en espacios cerrados que en exteriores. También sabemos que el contacto prolongado con alguien infectado con el virus aumenta el riesgo de transmisión, en comparación con un encuentro pasajero. Por lo tanto, el desplazamiento en el transporte público tiene el potencial de presentar un riesgo significativo de transmisión del virus, especialmente si está sentado al lado de una persona infectada en un largo viaje.
Supongamos ahora el caso de 50 pasajeros amontonados en un solo autobús, donde se aumenta enormemente el potencial de propagación del virus a través del aerosol formado al toser o estornudar. En China, el 20 de enero, un hombre infectado con COVID-19 transmitió el virus a otras nueve personas en un autobús. Lo que aumentó el temor de que la infección mortal pueda “saltar” entre las personas en lugares confinados, mucho más fácil de lo que inicialmente se pensaba. El estudio determinó posteriormente que dos de las víctimas, del mismo autobús, que se encontraban a 4,5 metros del portador fueron diagnosticadas más tarde. Esta distancia es tres veces más de lo que se considera una “distancia segura” para estar cerca de un paciente con COVID-19. En nuestro país se ha implementado distancias de uno a dos metros entre las personas para limitar los brotes.
Durante estos meses, cuando los datos confiables aún son escasos, los investigadores han recurrido a modelos matemáticos que pueden predecir la movilidad de las personas que podrían estar infectadas y la probabilidad de que porten la enfermedad. Estos métodos computacionales utilizan ecuaciones estadísticas que calculan la probabilidad de que las personas transmitan la enfermedad y se han utilizado ampliamente en diversos campos, como en biología, para estudiar dinámica de la población y simular la interacción entre los individuos.
En una investigación sobre el uso del subterráneo en Londres, publicado el 4 de diciembre de 2018 en Environmental Health, se demostró que existe un vínculo entre la gripe y el viajar en espacios cerrados. A partir del modelado matemático se observaron tasas más altas de contraer influenza en aquellas zonas donde sus habitantes usaban transporte público y tenían más contactos con otras personas. Aunque estos resultados fueron preliminares, abrió la investigación a estudios empíricos que combinaran aerobiología y modelado con pasajeros, para idear estrategias de control que permitan minimizar el número de infecciones.
Todo esto viene a raíz de mi experiencia la semana pasada. Regresando a la casa pasé por Baruta y vi un autobús que iba repleto de personas, entonces me pregunté: ¿Cómo va a ser la dinámica del transporte público a medida que relajemos las restricciones y cómo podemos trasladarnos de manera segura? Me plantee la idea de determinar la probabilidad de transmisión de enfermedades respiratorias agudas en el transporte público. Para estimar la propagación de la enfermedad transmitida por el aire en el autobús, utilicé un modelo matemático para simular la transmisión de una enfermedad infecciosa respiratoria en un sistema de transporte masivo. El modelo realizado exploró los efectos de factores como la densidad del “gentío”, el nivel de protección de las personas contra la infección y el número inicial de personas infectadas. Determiné estos efectos bajo la presencia o ausencia de distanciamiento social e interacción entre los pasajeros. Además, las personas ocupaban los asientos vacantes primero y los que quedaban sin asientos, estarían de pie. Su ubicación en el vehículo determinó el porcentaje de exposición. Finalmente, establecí que una persona a menos de 2 metros de un individuo con coronavirus tendría un 50% de posibilidades de estar expuesto, mientras que una persona a menos de 1 metro, tendrá un 100% de posibilidades de estar contagiado. Los expuestos pueden o no infectarse dependiendo de su protección. La protección (lavado de manos, uso de gel o desinfectantes, uso de tapaboca) influye en la posibilidad de que una persona se contagie. Si un individuo expuesto no está protegido, la persona se enferma. Las personas enfermas son infecciosas para otras personas y pueden transmitir el virus.
La aplicación del distanciamiento social en la simulación, demostró ser una medida efectiva para disminuir el número de individuos recién infectados. Lo mismo ocurrió con la limitación de la interacción entre individuos. Las simulaciones con distanciamiento social o distanciamiento físico de 1 metro y sin interacción entre los pasajeros mostraron la menor cantidad de infecciones. Cuando se aplican estas prácticas, un autobús debería tener como máximo 24 pasajeros (la capacidad es normalmente de 63) para minimizar las infecciones. Además, se debería hacer marcas en los asientos y pisos de los autobuses indicando dónde pueden ubicarse las personas. Adicionalmente, el tiempo de permanencia en el autobús no debería ser mayor de 30 minutos. Por otro lado, los conductores de transporte público necesitan protección. Se requieren algunas medidas como abordar pasajeros desde las puertas traseras y desinfectar la unidad. También podría sugerir se evite el hacinamiento en las paradas de autobús.
A final de cuentas, la responsabilidad principal de mantener suprimida la transmisión del virus a medida que relajamos las restricciones recae sobre nosotros como individuos, quienes debemos comportarnos de manera sensata y responsable al emplear el transporte público.
Paulino Betancourt es investigador y profesor de la Universidad Central de Venezuela. @p_betanco