Por: Alberto Navas Blanco
Desde los tiempos griegos de Heródoto (484-425 a.c.) el gobierno “del pueblo” ha venido fracasando como modelo ideal para con el sistema político. El historiador griego calificó a la democracia como una temeraria “insolencia del populacho”, y eso que se trataba del siglo V a.c., el de mejor desempeño democrático para esa región del mundo.
Poco después, otra luminaria de la cultura griega como lo fue Aristóteles (384-322 a.c.) reflejó en su libro La Política la confirmación de las reservas de Heródoto, en un siglo IV a.c. cuando la democracia griega ya era un fracaso, desarrolló la teoría de la “soberanía” en la que señalaba que ésta reside en la leyes y no en el rey ni en el “pueblo”, y prefirió la perfectibilidad del sistema político “aristocrático” (no confundir con oligárquico), como gobierno de los mejores en virtudes y conocimientos.
Mucho más tarde, pasando al caso de la República romana fundada desde el 509 a.c., el senador y gran orador Marco Tulio Cicerón (106-43 a.c.) escribió con sabias palabras que alertaban sobre los peligros del gobierno popular inclinado a favorecer el surgimiento de la tiranía, como de hecho ocurrió en Roma con la Dictadura vitalicia de Julio Cesar (100-44 a.c.) desde su triunfo en la batalla de Farsalia en el 48 ac. Abrió así el camino al Principado del Imperio Romano, en manos de Augusto, quien enterró definitivamente la República Romana.
No es una casualidad que las mejores mentes de la Antigüedad hayan visto con reservas las capacidades humanas para lograr la democracia republicana. Al respecto las palabras de Cicerón en su obra De la República son muy contundentes:
“El imperio de la multitud no es menos tiránico que el de un hombre solo, y esa tiranía es tanto más cruel, cuanto que no hay monstruo más terrible que esa fiera que toma la forma y nombre de pueblo.”
En los tiempos modernos, y sin pasearnos por El Príncipe de Nicolás Maquiavelo, nos encontramos con juicios semejantes a los de la Antigüedad en líderes de nuestra emancipación hispanoamericana. Siendo el caso de nuestro Libertador Simón Bolívar el más claro y valioso, a nuestro entender, pues Bolívar no dudaba de la perfección de la democracia y de la federación como modelos políticos ideales, pero sí cuestionaba la capacidad de nuestros pueblos para alcanzarlas. Es en su célebre Carta de Jamaica, de 1815, donde así lo refleja con una claridad prospectiva válida hacia nuestros tiempos:
“En Caracas el espíritu de partido tomó su forma en las sociedades, asambleas y elecciones populares, y estos partidos nos tornaron a la esclavitud. Y como Venezuela ha sido la república americana que más se ha adelantado en sus instituciones políticas, también ha sido el más claro ejemplo de la ineficacia de la forma demócrata y federal para nuestros nacientes Estados.”
En el caso de la Venezuela contemporánea y la crisis de la “democracia”, ya contábamos con advertencias politológicas muy tempranas. Recordemos la obra de Gabriel Almond, Política comparada, quien desde 1966 nos señalaba la fragilidad de la capacidad extractiva de nuestro sistema político democrático, exageradamente dependiente de los ingresos petroleros, por ser una “democracia” subsidiada, bajo el riesgo de que al fallar ese financiamiento: “Su forma actual de gobierno sea derrocada y sustituida por un régimen autoritario comunista o derechista basado en un nuevo conjunto de estructuras.”
Y ello se comenzó a cumplir en Venezuela, al menos desde 1989, cuando las Fuerzas Armadas y el “pueblo” comenzaron a ocupar el espacio público y, hasta ahora, no han regresado a sus posiciones. La calle y las instituciones están secuestradas por factores anómicos y autoritarios poniendo en serio peligro el proyecto liberal-democrático que se venía construyendo desde 1958, con todos sus defectos y virtudes.
Paralelamente, en todo el contexto mundial los sistemas políticos se inclinan cada vez más hacia proyectos autoritarios populistas. América Latina es un gran ejemplo de ello, desde México hasta Perú, poniendo en serio peligro a Colombia y Brasil. Igualmente ocurre en el África Negra y en el mundo Islámico, así como desde Rusia hasta Corea de Norte y China.
Aún no se le ha puesto nombre a este avance postdemocrático del autoritarismo fosilizado en el poder a nivel mundial, pero ciertamente es un fenómeno real y creciente que, evidentemente, tiene sus significativos amagos dentro de la Unión Europea y en los propios Estados Unidos de Norteamérica.
La posibilidad de contrarrestar esta epidemia política no reposa en la ineficacia de la ONU, que no pasa de declarar su “preocupación” ante esta amenaza. Tal vez sean los propios sistemas políticos nacionales, menos contaminados por el deterioro democrático, los que puedan generar el nuevo modelo político postdemocrático, en el que se encuentre el equilibro político con alianzas de gobernabilidad, el control del medio ambiente, el control demográfico, la limitación del poder militar, el dominio de las fuerzas obscuras como el narcotráfico como poder real e invisible y con las libertades sujetas al bien común. De lo contrario, no se encontrará regresar del despeñadero por el que ya desciende buena parte de la humanidad en este siglo XXI.
ALBERTO NAVAS BLANCO |
Licenciado en historia de la Universidad Central de Venezuela, doctor en ciencias políticas y profesor titular de la UCV.
El Pitazo no se hace responsable ni suscribe las opiniones expresadas en este artículo.