Opinión

Educar para la amistad (o educar los sentimientos y las emociones)

Compartir
1360955

¿Cuántas veces no escuchó estas expresiones en su infancia?: “¡No llores! ¡Los niños no lloran!” o “Si te pegan en el colegio, devuelve el golpe”? No quisiera preguntar si usted, padre o madre, no se las ha dicho a sus hijos, sobre todo a los pequeños. Y si es educador o educadora es posible que ante el llanto de algún niño o ante la queja de algún alumno porque “fulanito me está molestando”, probablemente usted no haya pensado en lo terrible que es el acoso escolar y le ha dicho a algún estudiante: “No le haga caso, es una tontería”. Tontería para usted, que es adulto, pero para un niño o niña de corta edad, una burla, un chalequeo, puede ser fatal y herirlos.

Todo esto viene a cuento porque estamos en el mes “del amor y la amistad”, y si bien sabemos el contenido comercial en estas celebraciones, también la fecha nos ofrece una buena oportunidad para saber sobre la necesidad de la educación emocional, tanto en el hogar como en la escuela. Las emociones y los sentimientos se educan. Para tener amistades sanas también hay que educar, para relacionarse fraternalmente, pues. Se enseña y se aprende.

Quiero insistir en que la educación emocional es una tarea, una responsabilidad tanto del hogar como de la escuela, y debe haber coherencia entre ambas instituciones, pues cuando hay mensajes contrarios eso genera, sobre todo en los más pequeños, confusión en cuanto al mensaje que deben seguir. Y recordar que, de 0 a 7 años, se aprende por imitación; entonces hay que cuidar lo que se dice y, principalmente, lo que se hace. El ejemplo educa. Si quiere hijos o alumnos amables, sea usted amable, la amabilidad se contagia. Ahora, si usted grita, tendrá hijos y/o alumnos gritones.

Lo primero es aprender que las emociones y los sentimientos hay que saberlos reconocer, ponerle su nombre. Algunos suelen disfrazarse, como la rabia, el miedo… Recuerdo, cuando hace años trabajé como voluntaria con una fundación que ayudaba a niños y adolescentes “huelepega”, de la calle, pues, que una vez, cuando uno de ellos ya estaba bastante recuperado —hasta un curso de mecánica había hecho en Fe y Alegría—, le conseguimos un trabajo en un taller. Le encantaba la mecánica.

Todo iba bien en la entrevista de trabajo hasta que el empleador le preguntó algunas cosas de su infancia. A él, que había sido niño abandonado, le dio miedo, se puso bravo, y se fue. Luego lo arreglamos, pero la psicóloga que nos asesoraba nos recomendó que les preguntáramos a los niños qué les deba miedo. Eso se volvió un consejo muy importante, porque ciertamente el miedo lo disfrazaban de rabia. Los adultos también disfrazamos sentimientos y emociones, y a veces terminamos “pagándolas” con quien no tiene ninguna responsabilidad. Entonces, preguntar a los hijos y a los alumnos qué están sintiendo, ayuda.

Es importante, para tener relaciones sanas, que los niños —hijos o alumnos— tengan buena autoestima. Que puedan conocer sus dones y potencialidades, que tengan oportunidad de ver muchas ventanas para que se desarrollen, que se quieran a sí mismos, que puedan decir “yo soy bueno para esto” o “yo soy capaz de hacer esto”. En las relaciones amistosas y en las de noviazgo, si las personas tienen baja autoestima se dejarán violentar o irrespetar más fácilmente. Contribuye a elevar la autoestima felicitarlos por las buenas cosas que hacen: reconocer lo bien que puso la mesa, o en relación con los dibujos que han hecho, ponerlos en la cartelera del salón o en la nevera de la casa, si se trata de hijos.

La gente de Psicología positiva suele decir que más eficaces son los estímulos positivos que los negativos, como destacar la sonrisa del otro o lo bien que le ha quedado el corte de pelo. No hay que perder oportunidad para decirle algo bueno al otro. Vale también para los adultos, pero es muy importante para los niños, niñas y adolescentes que están construyéndose y que son muy sensibles ante lo que les puedan decir sus padres o sus maestros.

Enseñar el respeto mutuo: todos merecemos respeto. Nadie tiene derecho a irrespetar al otro. Esto tiene que ser norma número 1 de convivencia tanto en el hogar como en la escuela; por lo tanto, hay que rechazar explícitamente cualquier irrespeto. Y recuerden, nada de “es una tontería”. Parte de ese respeto es la importancia de no utilizar sobrenombres. Cada quien tiene su nombre y este tiene un valor. Incluso, hay que desechar esos que parecen que son de cariño, como “gordita”. Esa “gordita” tiene su nombre. La escuela tiene que reforzar este elemento.

A lo anterior súmele la habilidad de saber expresar una diferencia o hacer un reclamo. Respetar al otro, convivir pacíficamente, no significa que se debe aguantar o aceptar que el otro me ofenda o tener que decir a todo que sí. Por otra parte, saber quejarse de manera adecuada es una habilidad que se puede enseñar y es muy útil. Siempre es pertinente esperar a estar calmados —lo cual también se aprende— y expresar que no te gustó nada de lo que el otro hizo o dijo. Que algo te moleste, te dé rabia, es normal; lo que no es adecuado es reaccionar violentamente, ni verbal ni físicamente ni con amenazas. Hay que saber administrar la rabia. La rabia mal administrada puede llevar a la muerte.

Entrada Relacionada

Entre los adolescentes es importante tratar en clase la amistad, la educación sexualy el noviazgo, entre otros. Eso será tema de otra columna, pero apunto que es tarea de la escuela en esa etapa durante la cual los sentimientos y las hormonas se pueden salir de control. Más en un país en donde el embarazo temprano tiene altas tasas. También la violencia sexual se ha incrementado y hay que enseñar a los niños, niñas y adolescentes a prevenirla.

Termino con una cita de un libo que recomiendo: Educar las emociones y los sentimientos, de M. Segura Morales y M. Arcas (2010, Madrid, Narcea Ediciones). Nos describen los autores qué es un amigo. “Un amigo es: alguien con quien nos sentimos a gusto; alguien con quien nos gusta hablar, alguien con quien nos gusta compartir nuestras cosas; alguien que se preocupa por nosotros; alguien que nos hace sentir que valemos; alguien que nos ayuda cuando necesitamos, con quien siempre contamos; alguien que da la cara por nosotros; alguien a quien podemos contar nuestros secretos; alguien en quien podemos confiar de verdad; alguien que no nos miente; alguien que nos respeta y nunca quiere hacernos daño; alguien que nunca presiona para que hagamos lo que no queremos; alguien que nos dice la verdad cuando hacemos algo mal”(pp. 88, 89). Esto da para más de una clase.

Vale la pena que eduquemos para la amistad. No solo vale la pena, sino que educar las emociones desde niños en el hogar y en la escuela, nos ayudará a reducir la violencia intrafamiliar y escolar. Es una responsabilidad que no podemos delegar, aunque a los medios de comunicación y a las autoridades hay que exigirles que hagan lo suyo.

LUISA PERNALETE | @luisaconpaz

Educadora en zonas populares por más de 40 años. Utiliza el sentido del humor como herramienta pedagógica.

El Pitazo no se hace responsable por este artículo ni suscribe necesariamente las opiniones expresadas en él.


Luisa Pernalete
Publicado por
Luisa Pernalete

Entradas recientes

Prueba

25 marzo, 2024 2:13 pm

prueba numero 3

18 enero, 2024 11:24 am

dsdsdsd

17 enero, 2024 1:48 pm

Esta web usa cookies.