Es indudable que en Venezuela hay una grave crisis de representación política que afecta al oficialismo, y a los que se identifican como voceros opositores. Negar eso sería como tratar de tapar el sol con un dedo. Los más recientes acontecimientos y denuncias reciprocas entre personajes reconocidos de la oposición política, así lo confirman. No voy a entrar en esos detalles, porque en el fondo son derivaciones de realidades más importantes, o la equiparación de la lucha política con una forma rápida de enriquecimiento personal, lo cual, necesariamente, pasa por la corrupción de la cosa pública.
Nada de esto, desde luego, es nuevo. Pero sí lo es la extensión y profundidad del fenómeno. Que acaso no ocurrió por accidente, sino como una campaña deliberada para socavar las bases de la legitimidad de buena parte de la dirigencia opositora, que en la práctica ha terminado por no diferenciarse mucho de la llamada dirigencia oficialista. En ese sentido, ya podríamos afirmar que la hegemonía despótica y depredadora que impera en Venezuela, no es sólo de color rojo. No. Es multicolor, porque consiguió asimilar a muchos de los que la denuncian de la boca para afuera, pero ayudan a sostenerla, con cierto disimulo, de los bolsillos para adentro. La mano de los patronos cubanos es, en este sentido, inocultable.
El poder establecido, o enquistado, en nuestro país, es una suerte de complejo político-militar-financiero, que se proclama «revolucionario» y «bolivariano», pero que opera con los patrones típicos de la mafia. Pero es un poder habilidoso, porque aunque parezca excluyente, no lo es en relación a sectores «contrarios» que se han beneficiado del saqueo del patrimonio nacional. Reconocer estas situaciones es sumamente ingrato, ya que no sólo tienen que ver con la descripción del presente, sino con las posibilidades efectivas de un cambio para bien.
Pero todo ello no significa que la posibilidad de un cambio positivo sea una quimera. Una ilusión sin fundamento alguno. En Venezuela hay reservas humanas de gran valía, dentro y fuera de nuestras fronteras. En el mundo oficial, debe haber reservas personales que valgan la pena. El que no las conozca como conjunto, no implica que no existan. Nada de esto lo digo como un saludo a la bandera, o para escribir unas líneas que ofrezcan alguna perspectiva afirmativa. Es que así lo considero. Puede que en estos momentos no se vea la famosa «luz al final del túnel». Pero esa luz, por definición, deberá aparecer.
No comparto la noción de que todos somos dos caras de la misma moneda. No es así. Tiene mucho de así. Sin duda. Pero hay también una patria emprendedora, que no ha olvidado por completo los valores de la cultura democrática, y que se siente indignada por la catástrofe en que estamos sumidos. Tiene conciencia al respecto, y eso no se debe menospreciar. La «moneda» del poder es la hegemonía despótica, depredadora y corrupta. ¿Todo el mundo, de una u otra manera, forma parte de esa moneda, sea cara o sello? No y mil veces no. Venezuela no sólo merece otro destino, uno humano y digno para su población, sino que lo tendrá.
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