Por: Gloria Cuenca
Insisto: la revolución no tiene ética, tampoco los revolucionarios. Es simple entenderlo y molesta tener que explicarlo una y otra vez: no hay ética en la revolución, si acaso existiera una moral revolucionaria, a la que ellos llaman ética de la revolución. ¿Dónde está? ¿Cuáles son sus normas? (Perdónese la repetición, pedagógicamente es necesario.) He explicado en diversos momentos y circunstancias cómo es posible que los marxistas acepten y actúen de acuerdo a un disparate tan grande, como este de la ausencia de ética en los procesos revolucionarios.
Mientras, el mundo civilizado ha dado origen a una serie de normas que en la más cruenta guerra se deben cumplir, por ejemplo, con relación y especialmente las dedicadas a los prisioneros, conductas que usualmente se deben tener en cuenta cuando se rinden o son derrotados. La tortura y sus diferentes formas han sido execradas del mundo civilizado, pero los comunistas y sus secuaces siguen haciendo horrores: incomunican a las personas, las encierran en especies de tumbas, las golpean, las torturan psicológica y físicamente. Siento repugnancia al escribir sobre esto, lo hago para llegar a donde quiero: tengo que describir la situación, aun cuando sea someramente. El hecho concreto, contradictorios lectores, es que llegando a la tercera década del siglo XXI un importante sector del planeta demuestra su grado de incivilización e incultura, con un comportamiento autoritario, totalitario, bárbaro pues. Mientras otra parte del planeta crece, se humaniza y busca una evolución y un pensamiento sano.
Gloria Cuenca
En la antigua Grecia -llena de genios y sabios- existió un dicho: “Todo se resuelve en la persona humana”. He reflexionado al respecto. Una gran filósofa del siglo XX, Hannah Arend, escribió y cambió esa frase -¿o la completó tal vez?- refiriéndose a la “condición humana”, no ya a la persona, sino a su condición. Llegó ella a esa conclusión cuando como corresponsal del periódico The New York Times cubrió parte de los juicios que se siguieron al atrapar al fugitivo Adolf Eichmann, después de haberse escapado de los juicios de Nuremberg, posteriormente a la Segunda Guerra Mundial. Fue condenado a muerte en Tel Avi, Israel en 1960, en un juicio largo. Esos monstruos que llevaron al holocausto a millones de seres inocentes, a la hora de ser juzgados, se comportaban como mansas ovejas y eran humildes. Pedían por sus derechos humanos (¿?). Arend comprobó que Eichmann quería a su perro y se preocupaba por sus hijos. Sin embargo mandó a la cámara de gas a múltiples niños y a sus padres, sin inmutarse. Es la “condición humana” de lo que ella habló. ¿Cambiarla? Solo si el humano lo quiere y lo asume.
Hace 2021 años Jesús de Nazareth murió en la cruz por nosotros. Nos pidió, una y otra vez, que cambiáramos nuestra manera de actuar. Recuérdese: dictó normas, dio ejemplos para que nos comportemos cristianamente, es decir, adecuadamente. Los Mandamientos de la Ley de Dios, anteriores a su venida, ya son reglas para el recto vivir. A través de los excelentes reportajes -eso son los pasajes de la Biblia- podemos entender cuál es la orientación que nos debe guiar y qué debemos hacer. Dios, Todopoderoso dio el libre albedrío. No tuvo prepotencia, menos osó -pudiendo hacerlo- obligarnos a cambiar la manera de actuar de los humanos. Dio indicaciones, sugirió conductas, nos orientó para que todos fuéramos mejores. Tiene una legión de seguidores que durante la vida creemos en sus palabras, en sus enseñanzas, en su Doctrina. Otros no lo oyeron, ni entonces, ni ahora; sin embargo quedó claro, que quien podía sacarnos del planeta o cambiar nuestra esencia no lo hizo: nuestro Dios. Dio, eso sí, “libre albedrío”. ¡Qué bondad, qué espíritu democrático, qué respeto por el humano! Mientras estos obsesionados por el poder pretenden cambiar al humano, y que construyendo al “hombre nuevo”, de quien no se sabe dónde está, ni cuándo aparecerá. Lo que construyen son seres malévolos, sin ningún tipo de compasión. ¡Ah la condición humana! ¡Qué prepotencia! ¡Qué absurdo!
GLORIA CUENCA | @editorialgloria
Escritora, periodista y profesora titular jubilada de la Universidad Central de Venezuela.
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