LA VOZ DEL INFOCIUDADANO
Por: Yannina Carrillo
Cinco días de hospitalización en una clínica privada en la ciudad de Caracas para atender a un paciente con COVID-19, ha sido, por decir lo menos, una de las peores experiencias que hemos enfrentado como familia. El alta médica llegó, gracias a Dios, y uno no sabe cómo no sentirse vejado frente a tantas irregularidades.
El silencio del médico tratante con la familia fue total. La única vez que me atendió el teléfono fue para quejarse porque mi insistencia de tres llamadas seguidas lo angustiaron (¿incomodaron?), porque pensó que era una emergencia y para él yo solo quería saber por la salud de un paciente que ya estaba siendo atendido. “No entiendes que si veo tres llamadas pienso que es una emergencia. Tengo puesto el traje, no puedo atender el teléfono”, me gritó desde el otro lado de la línea, casi 24 horas después del ingreso de mi madre a la emergencia de la clínica.
Uno puede ponerse en el lugar de un médico que, casi un año después, padece la angustia y los desmanes de esta pandemia. Pero me pregunto: ¿Cómo es posible que a estas alturas no exista un protocolo de comunicación para la familia de un paciente que ingresa por esta enfermedad?
El jueves a la 1:30 pm ingresamos por emergencia, ya mi mamá tenía problemas para respirar y el nivel de oxígeno comenzaba a disminuir en el oxímetro. Por recomendación de su médico de cabecera, había que ingresarla por emergencia inmediatamente, y así fue.
El silencio del médico tratante con la familia fue total. La única vez que me atendió el teléfono fue para quejarse porque mi insistencia de tres llamadas seguidas lo angustiaron (¿incomodaron?), porque pensó que era una emergencia y para él yo solo quería saber por la salud de un paciente que ya estaba siendo atendido
Yannina Carrillo
A las 8:00 pm todavía nadie me decía cómo estaba. Ya tenían resultados de una tomografía de tórax que revelaba que la enfermedad comprometía sus pulmones. Y de no ser por un berrinche con lágrimas y pataleta incluida, y porque un alma caritativa con uniforme de enfermera se apiadó de mí, creo que todavía estaría esperando, cinco días después, que me dieran información. “Tu mami se queda, la van a dejar hospitalizada, ya el médico la evaluó, pero se tuvo que ir a hacer una diligencia y después viene a hablar contigo”, me dijo. Pero cinco días después, sigo esperando verle la cara o escucharle la voz al médico.
Todo lo que sé hasta hoy fue gracias a que a esa hora salí a mi casa a buscar un bolso para que al menos mi mamá tuviera sus cosas para estar más cómoda esa noche. Y a Dios gracias, porque le dejé el celular y un cargador.
Así pasaron los días; esa misma noche (jueves a las 11:00 pm) la pasaron a una habitación. No quiero detenerme en los detalles sobre el aislamiento, pues creo que quien lee estas líneas puede imaginarse que así debe ser.
Tal como mi mamá dice, no hay ni una queja del personal de enfermería, la cuidaron, atendieron y acompañaron en todo momento. Incluso, la persona encargada de su habitación le dijo que desde la parada de autobuses frente a la entrada principal podíamos vernos: ella en la ventana y nosotros en la calle.
El viernes a las 11:30 am después de esperar al médico que nunca apareció para conversar con nosotros, recibí una llamada telefónica que respondía a aquellas tres llamadas inoportunas que se me ocurrió hacer unas horas antes. Remdesivir, anticoagulante, dexametasona y oxígeno: ese es el tratamiento. Y un día a la vez, cada individuo es diferente y no hay forma de dar otra información… eso es lo único que sé de boca del médico tratante.
Sábado y domingo, misma incertidumbre y nada de información. ¡Bendita sea esa ventana y que su habitación daba a la calle principal!
Todo lo que sabemos sobre la salud de mi mamá es gracias a ella, que nos fue dando avances de lo poco que le decían: tratamiento a las 8:00 pm todos los días. Oxímetro entre 98 y 99 con el oxígeno puesto. Tos. Cansancio. Como le comenté a varias personas que me preguntaban por ella: pequeños avances, que se convirtieron en grandes bendiciones.
Lunes, 4:00 pm. “Acaba de venir el doctor, que la tomografía está mejor, su evolución normal. Que me van a poner el Remdesivir y me puedo ir en la noche. Que todavía no te vengas porque el tratamiento tarda como una hora”, así dice el mensaje de mi mamá.
“¿Me puedo ir en la noche?” ¿Cómo interpretar que un paciente sea dado de alta en la noche? Igual, si eso tarda una hora a las 6:00 pm estaré allí. Confío en que si eso dijo el médico es porque nos podemos ir a casa a continuar con su recuperación (por cierto, cero recomendaciones, cuidados o información en ese momento ni para mi mamá ni para la familia).
Un inciso en este relato, mi mamá tiene una enfermedad intestinal inflamatoria grave desde hace unos años, unos cuidados y un tratamiento especial y estricto. Su médico tratante y de entera confianza, de la propia clínica en la que estaba recluida, jamás fue atendido por el médico infectólogo. No le respondió una sola llamada, y mucho menos le devolvió alguna de las que seguramente vio en su celular o recibió como mensaje en su consultorio. ¡Qué descortés, por decir lo menos!
Lunes, 7:15 pm. “Esperen en la rampa al lado de la emergencia dentro del sótano, eso me dijo la enfermera”, leo en el chat de WhatsApp escrito por mi mamá. Como unas locas nos fuimos para allá (mi hermana y yo fuimos juntas a buscarla). En medio de la noche caraqueña, unas calles desoladas y oscuras, nos estacionamos para esperar que otro vehículo saliera de la emergencia (después nos enteramos que, como nosotras, otras personas venían por su familiar con COVID-19. Y así vimos al menos tres carros más en espera).
8:02 pm. “Bajaron primero a otro paciente y después vienen por mí. Ya me dieron las indicaciones”, otro mensaje de WhatsApp.
8:17 pm. Un enfermero acompañó a mi mamá hasta la salida de la emergencia, gentilmente metió su bolso en la maleta del carro y la ayudó a sentarse en el asiento trasero. Salimos hinchadas de felicidad de verla, de que esté con nosotras, de que está bien y en franca recuperación. Esa es la historia feliz.
El domingo, la clínica nos hizo firmar una hoja informativa con un monto en dólares, en el que ellos anuncian un presupuesto estimado por quince días para que los familiares se preparen. Mi mamá tiene seguro privado, esa no es la historia. La verdadera historia en este relato es cuán indefensos y vejados nos encontramos hoy, a casi un año de la pandemia, y cómo esta clínica privada en medio de la noche da de alta a pacientes de COVID-19 como si de algo ilegal se tratara.
Mañana mismo tengo que ocuparme de ubicar un médico infectólogo que nos oriente como familia en esta nueva realidad que nos toca enfrentar.
Una sugerencia final
Señores de la Clínica Ávila / Doctor Mario Comegna
Existen diferentes vías de comunicación que puedo compartir para que esta historia no se repita. En la sala de espera de planta baja hay un escritorio con una computadora. Allí podrían poner un video que explique a los familiares de pacientes con COVID-19 cuál es el protocolo de la clínica en cuanto a la atención e información sobre el estado de salud del enfermo (¡Ah! También tienen un televisor allí, podrían usarlo con el mismo fin).
Otra propuesta: cuando hacen llenar las 5 hojas con datos que después uno tiene que repetir verbalmente frente a la persona de admisión, podrían incluir una hoja adicional con información para los familiares de pacientes con coronavirus.
Ustedes cobran en dólares, no voy a entrar en discusión si es poco o mucho, es lo que ustedes consideran. Ahora consideren también brindar una atención adecuada y una información oportuna a quienes nos vemos en la necesidad de acudir a un centro de salud privado con la esperanza de ser respetados y atendidos dignamente.
Doctor, quiero que sepa que me pongo en su lugar, respeto y reconozco el trabajo que está realizando por sus pacientes y su salud. Entiendo perfectamente el estrés al que debe estar sometido en medio de lo que estamos viviendo. No se olvide que usted es quien tiene el conocimiento y el saber científico. Yo solo soy la hija de una paciente con COVID-19 que quiso obtener de primera mano (o sea de usted) información sobre su salud. En nombre de mi familia, gracias por atenderla. Pero no olvide que hay que ser empáticos.
YANNINA CARRILLO | @yanninacarrillo
Comunicadora social.