Por Karina Monsalve
¿Se puede hablar de esperanza en medio del panorama adverso en el que vivimos?
Para quienes estamos acostumbrados a estudiar modelos de ciencia, hablar de esperanza puede parecer un poco extraño, ya que para la investigación científica, la objetividad es lo primero. Sin embargo, los acontecimientos vividos en cada historia personal, las crisis emocionales y las creencias de cada individuo ante los momentos de adversidad no están despojados de la subjetividad emocional que cada uno le imprime a su experiencia.
La Real Academia Española define a la esperanza como el “estado de ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos”, es decir, la confianza de que se realice algo que se desea. La concepción griega de la esperanza era la espera en el cumplimiento de los sueños, las ilusiones o los deseos. Así para Platón la esperanza era igual a la ilusión y para Aristóteles “es el sueño de un hombre despierto”.
La concepción de la esperanza en el sentido bíblico apunta a esperar al glorioso regreso de Cristo. Para los católicos la esperanza es la columna vertebral de su fe. Es solo, gracias a la esperanza que la realidad adquiere sentido, da la certeza de que algún día viviremos en la eterna felicidad. Ahora bien, en la actualidad, la esperanza humana, está basada en confiar en las propias expectativas, lo que significa confiar en uno mismo. De allí que el concepto se nos hace más real y más palpable.
Científicamente, la esperanza estaría asociada a la psicología positiva, que se basa en el estudio de las fortalezas y virtudes humanas, al potencial humano, sus motivaciones y capacidades. Ver al hombre desde lo sano para potenciarlo y desarrollar sus capacidades para hacer frente a las dificultades.
Estas fortalezas son los rasgos o características psicológicas propias de cada persona que suelen ser positivas, por ejemplo, el optimismo, las relaciones interpersonales, la fe, el trabajo ético, la esperanza, la honestidad, la perseverancia entre otras. De esta manera, en muchas ocasiones las fortalezas internas actúan como barreras contra la enfermedad.
Si nos centramos entonces en que la esperanza es una fortaleza interna, que nos impulsa a pensar en positivo sobre el futuro, la percepción de nuestra situación adversa podrá cambiar a una óptica más alentadora. Las emociones positivas centradas en el futuro como el optimismo, la confianza, la fe y especialmente la esperanza, le proporcionará al individuo, mayor probabilidad de ver los eventos y circunstancias de la vida menos catastróficos, así promoverá acciones para su bienestar.
El optimismo por su parte, proporciona también mayor bienestar, implica un sentido de control personal, así como la habilidad para encontrar sentido a las experiencias de la vida y se asocia a una mejor salud mental. Las personas optimistas suelen presentar mejores habilidades para la resolución de problemas.
En circunstancias tan adversas como las que estamos viviendo los pensamientos negativos inundan nuestra mente a diario, lo que condiciona nuestro estado de ánimo. La desesperanza nos inmoviliza, nos hace sucumbir al fatalismo, al pesimismo. En cambio, cuando las personas experimentan sentimientos positivos, por pequeños que sean, modifican sus formas de pensamiento y acción, en función de optimizar su situación actual.
Nuestro país se sigue devaluando desde todo punto de vista y con él, las esperanzas de su gente, pero los venezolanos debemos tener el firme propósito de no decaer en el esfuerzo máximo de encontrar el sentido en la adversidad y aferrarnos a las cosas positivas que tenemos.
Como ciudadanos de un país en caos necesitamos tener una gran esperanza que se atreva a enfrentarse al atribulado mundo que vivimos. En este sentido les dejo algunas recomendaciones para lograr mantener el sentido de la esperanza y no desfallecer.
Karina Monsalve es psicólogo clínico del Centro Médico Docente de la Trinidad. IG: @psic.ka.monsalve. TW: @karinakarinammq
Esta web usa cookies.