Por: Andrea V. González G.
Caracas. “Vi al menos 10 cadáveres, pero lo peor es la gente que se queda atrás, las mujeres que no pueden subir las lomas, que se resbalan con la lluvia y el barro. Es una ruta en la que nadie espera, nadie ayuda a nadie. En la Loma de la Muerte vi caer a una chica. La gente gritó, pero nadie hizo nada, no se puede hacer nada«, contó Ángel a la ONG Médicos Sin Fronteras (MSF), un venezolano que salió del país con 15 años y trabajó en Cali, Colombia, durante casi un lustro.
Ángel arriesgó su vida para cruzar el Tapón del Darién, una selva fronteriza entre Colombia y Panamá, en un peligroso periplo que suelen hacer los migrantes para llegar también a Estados Unidos. Es el caso del venezolano, una de las 11.000 personas provenientes de diferentes naciones sudamericanas que, una vez superada esa jungla, llegaron al país del istmo centroamericano, principalmente a Bajo Chiquito, la primera población en la ruta a otros destinos, y a las cercanas Estaciones de Recepción Migratoria (ERM) en San Vicente y Lajas Blancas.
Mediante una nota de prensa, Médicos Sin Fronteras indicó que los caminantes abandonan su país de origen debido a la crisis económica, agravada por la pandemia del COVID-19, y se arriesgan a seguir un trayecto plagado de montañas, precipicios, caídas continuas y súbitas crecidas de río.
Durante el trayecto es recurrente la presencia de personas varadas por heridas abiertas, fracturas, cansancio y debilidad extrema que se abandonan a la selva. “Ves gente sentada, herida, que tal vez lleva días ahí, esperando la muerte. Eso es lo peor, no tener nada con que ayudar”, prosiguió Ángel, de 19 años.
Algunos migrantes quedan sin esperanza; no obstante, otros buscan recobrar fuerzas con ayuda de quienes pasan o a la espera de un rescate incierto, refiere Médicos Sin Fronteras. La ONG indicó que superó durante el mes de julio las 6.000 consultas, producto de laceraciones por caídas, afectaciones cutáneas por picaduras y heridas en los pies, debido a largas caminatas en terreno húmedo.
“La selva te envuelve, es como si no quisiera dejarte ir. No sabes qué camino elegir, cuál será el bueno, eliges uno y al rato vuelves a estar donde saliste. No te suelta, no te quiere dejar ir”, narró Alejandro, otro venezolano que tardó 10 días en cruzar la selva del Darién e hizo varios amigos en el trayecto, reseñó Médicos Sin Fronteras. Ahora el hombre de 49 años espera, con ansiedad, ver llegar vivos a sus conocidos a Bajo Chiquito.
A la travesía se suma la presencia de grupos criminales que asaltan para robar pertenencias e incluso la comida dispuesta para el camino. “Seguimos siendo testigos del enorme flujo de migrantes por el Tapón del Darién, pero lo que nos indigna es seguir siendo testigos del nivel de desprotección de esta población”, expresó el coordinador de terreno de MSF en Panamá, Raúl López.
La ONG señaló que 88 mujeres han denunciado agresión sexual por parte de los grupos de asaltantes y, con frecuencia, haber sido objeto de violación. Adicional al servicio médico, Médicos Sin Fronteras señala que dispone de personal capacitado para brindar soporte psicológico a los migrantes afectados por lo ocurrido en la selva. “Pedimos a los gobiernos involucrados, de Colombia y Panamá, protección para la población migrante en una ruta que sea segura”, puntualizó López.
Médicos Sin Fronteras apunta que continúa realizando esfuerzos para ofrecer ayuda a los migrantes que cruzan el Tapón del Darién. La ONG denunció además ataques sistemáticos y agresiones sexuales, debido a la criminalización y falta de opciones que ofrecen una migración segura. Pidió a los gobiernos de ambos países ofrecer alternativas para desplegar mecanismos de protección con el fin de evitar más muertes y sufrimiento en la ruta a través del Darién.
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