Cinco días duró la travesía que llevó a Gregorio González y a su familia desde Maracaibo hasta Estados Unidos. Junto a su esposa y sus cuatro hijos, un niño de 6, unas morochas de 4 y un niño de 3 años, cruzó una de las 10 fronteras más peligrosas del mundo: la de México con EE. UU.
A Colombia entraron de manera ilegal, cruzaron por las trochas (caminos ilegales) sin sellar pasaportes, y de esa misma manera llegaron a Texas por el paso limítrofe con México.
En esos días, Gregorio —nombre ficticio usado por seguridad a petición del entrevistado— y su esposa apenas durmieron cuatro horas diarias y a sus hijos los animaron en la travesía con lo que calificaron de “un viaje de aventuras”.
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“Esto no es para todo el mundo. Ahora que ya pasé, pienso que es una locura, pero muchos nos vemos obligados. Se veía fácil cuando nos contaron cómo era el recorrido, pero es complicado”, contó el abogado de 37 años, que decidió migrar porque sus ingresos no le alcanzaban para pagar la escuela de los niños y la alimentación de su familia. “Cada vez la situación desmejora y no hay esperanza de que cambie”, —dice.
González cruzó la frontera a principios de mayo de este 2021. Hizo lo mismo que otros venezolanos que aparecen en las fotos y videos que se hicieron virales en los últimos días y en los que se ve cómo luchan contra la corriente del Río Bravo.
A diario, decenas de venezolanos lo hacen con el apoyo de coyotes que gestionan todo el viaje, un trabajo que ya no es exclusivo de mexicanos y por el que ya hay venezolanos detenidos.
Viaje “puerta a puerta”
El coyote de Gregorio fue un maracucho que vive en Estados Unidos y que le gestionó todo el viaje. Fue ese maracucho el que contactó a las personas que lo buscaron en su casa, lo llevaron a Maicao y luego a Bogotá.
Esa misma persona también le ofertó los pasajes en avión desde Bogotá hasta Monterrey, hizo acuerdos con la persona que lo recibió en el aeropuerto en el Distrito Federal, México y que diligenció la entrada al país azteca sin problemas en migración. Es quien contrató a los mexicanos que lo buscaron en Monterrey y lo dejaron en el Río Bravo o Río Grande para que finalmente entrara a EE. UU.
Ese recorrido lo hacen solos. El acompañamiento que designa el coyote fue desde Maracaibo hasta Bogotá, y luego desde Monterrey hasta el Río Bravo. “Fue como un viaje puerta a puerta. Con la persona que contactamos, todo es por teléfono, todo nos lo van diciendo por whatsApp”.
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El coyote trabaja con agencias de viajes en Maracaibo para ofrecer el paquete completo. Gregorio solo se limitó a hacer cuatro pagos: 200 dólares por persona por el traslado terrestre hasta Bogotá; 600 dólares por persona por los boletos aéreos, 750 dólares en efectivo por persona al contacto que lo esperó en el aeropuerto de la capital mexicana y 1.500 dólares por persona por el cruce en la frontera mexicana con EE. UU.
Los dos primeros desembolsos fueron a las agencias de viajes; solo el último pago se lo hicieron al coyote. En total pagó 18.300 dólares.
A González le dieron el contacto del coyote y su familia lo ayudó con los pagos para que pudiera salir del país. “Yo no lo conozco más que por teléfono”.
Como este coyote maracucho, cuyo nombre se reserva Gregorio, hay otros venezolanos que se dedican a ofrecer la travesía de llevar personas hasta EE. UU. de forma ilegal. El Pitazo conoció de otras dos personas que residen en Miami y que ofrecen el traslado.
Pero esto va más allá. Hay agencias de viajes en Maracaibo que ofrecen este “servicio” a viajeros que compran un boleto con destino a México para luego cruzar hasta Norteamérica, según pudo constatar El Pitazo con una de las empresas y con un cliente.
Solo dos morrales
Desde Maicao viajaron 24 horas en autobús hasta Bogotá; en el aeropuerto El Dorado se embarcaron en un avión que los llevó al DF y allí tomaron otro vuelo hasta Monterrey. En esa ciudad, los contactos del coyote maracucho los trasladaron hasta Ciudad Acuña, un pueblo fronterizo del estado de Coahuila que colinda con el Río Bravo.
“Cuando llegamos al aeropuerto de México pasamos por migración normal, pero al salir le debes pagar a alguien que te espera afuera y que sabe tus datos. Fueron 750 dólares por cada persona. Nosotros éramos seis. Ese pago es para que entres al país sin problemas”, contó.
Las indicaciones del viaje cambiaron en la medida en que avanzó la travesía. En Maracaibo les dijeron que podían viajar con un morral por persona. Él y su esposa optaron por llevar ropa, juguetes, medicinas y meriendas para los niños.
Cuando llegaron a Ciudad Acuña, el domingo en la tarde, los resguardaron en un motel. En la habitación de 12 metros cuadrados había 10 personas: ellos seis y otras cuatro personas más. “Luego de llegar, se nos presentan una mujer encargada de la estadía y el hombre que nos iba a pasar por el río. Nos dijeron que en la noche venían por los solteros y a las 5.00 am del lunes, por las familias con hijos. Así fue”.
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Esa noche les dieron una nueva instrucción: debían deshacerse de algunas pertenencias y llevarse solo dos morrales. No durmieron y se prepararon con vestimenta deportiva. “Nos asustaba el tema del río por los niños, aunque hasta ese momento ellos estaban tranquilos porque hicimos el esfuerzo de que ellos vieran el viaje como una aventura y así lo veían: montarse en jeep, luego en bus, luego en avión”, recordó.
“A las 5:00 am nos montaron a tres familias en una camioneta. Cuando nos bajaron, más cerca de la frontera, llegó otra camioneta con siete familias más. Ahí comenzamos a caminar y a bajar una montaña, como las de Trujillo. Imagínate el camino de arena con mucha vegetación. Fueron 15 minutos caminando hasta llegar al Río Bravo”.
Contra corriente
El Río Bravo en México, o Río Grande en EE. UU., es el último cruce que hacen los migrantes ilegales para llegar por la frontera sur del territorio estadounidense. Es el mismo río, pero del uno al otro está la diferencia de cumplir o no la meta.
“El río se divide en dos corrientes. La primera nos llegaba a las rodillas. Yo cargué a una morocha, mi esposa a la otra, el coyote a mi hijo mayor y una muchacha al bebé de tres años. Cuando vamos a pasar la segunda corriente, la más honda y fuerte, el coyote nos dice que hasta ahí nos acompaña porque esa segunda corriente ya es territorio de EE. UU.”, relató González.
En ese segundo paso, Gregorio pasó el peor susto del viaje; fueron cinco segundos que se convirtieron en una eternidad. “El agua nos llegaba a la cintura y la corriente del río es fuerte. A mi hijo mayor el agua le llegaba a los hombros y cruzó abrazado a su mamá. En un momento se resbaló y se hundió, rápidamente ella lo levantó y los demás nos ayudaron. Fue el peor susto, el peor momento. Yo cargué los dos morrales y a las morochas y una muchacha nos ayudó con el bebé”.
Mojados y con frío, Gregorio, su familia y el resto de las 30 personas que cruzaron con él se cambiaron de ropa. “Ahí nos tocó caminar. Eso era lo que nos habían dicho. Caminar hacia adelante. Fueron 50 minutos caminando hasta llegar a una carretera en la que decidimos parar porque había 14 niños, dos adultos mayores y una mujer embarazada”.
En ese punto de Texas, cuyo nombre desconoce, uno de los viajeros, que tenía celular y señal telefónica mexicana, se comunicó con el 911 para pedir ayuda; además le hicieron señas a un helicóptero que sobrevolaba por la frontera. Gregorio no sabe cuál de las dos acciones dio resultado.
“A los 10 minutos llegó una patrulla con un bus y ahí nos montaron. Lo más impresionante es que en el camino recogieron a más personas, la mayoría venezolanos que habían cruzado la frontera de la misma manera”.