Caracas. El ruido se transforma en sonido, creyones trazan de un lado a otro, gritos, risas … explosiones de alegría entre jóvenes que juegan con pelotas, vasos, ligas y violines de cartón creados a mano. “Eso es un escándalo. Mi clase es un desastre, ahí todo el mundo está rayando, pintando… ¡pero están jugando!”, afirma Samuel Marchán (@samva4), venezolano y maestro de música residenciado en Nueva York, Estados Unidos.
Samuel es violista de profesión y profesor en The Juilliard School,uno de los conservatorios musicales más reconocidos del mundo. Hace 10 años creó la primera Orquesta de Papel en la ciudad, un proyecto inspirado en el programa nacional de orquestas venezolano. “Sale originalmente de una necesidad (…) Cómo inicias a un grupo de niños que no tienen ninguna experiencia musical, incluyendo a sus papás”, explica Marchán.
Sam, como le llaman sus alumnos, es especialista en el método Suzuki, un sistema pedagógico enfocado en el desarrollo musical a temprana edad. Por mucho tiempo se dedicó a estudiar distintos sistemas educativos para crear una formación basada en la recreación como enseñanza. “No existe un método absoluto”, asegura el merideño.
De acuerdo con el maestro, iniciarse en la música a los tres o cuatro años de edad ayuda a fortalecer y desarrollar la manera en que escucha, observa y siente un niño.
El programa de Marchán promueve las reglas de convivencia comunitaria al ser una práctica en grupo. Una de las actividades principales es la creación de violines de cartón, que los niños construyen y pintan junto a sus padres. “El instrumento no suena (…) Ayuda al niño entender que el sonido sale de ti y tú creas tu propio sonido”, explica el venezolano. Para Samuel, el aprendizaje debe ser menos traumático y los juegos le permiten enseñar a un niño sin que este se de cuenta. “Esa es mi meta”, comenta.
Samuel nació en Mérida y se crió en el seno de una familia de músicos. Su hermano, Francisco Marchán, estableció el primer núcleo del Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela en la región andina. “Yo tenía como 10 u 11 años. Empecé un poquito viejo”, cuenta riendo. En principio, no pensó dedicarse a la música, sino graduarse de bachiller e ingresar al ejército. “Ninguno en mi casa aprobaba que yo me fuera a la academia militar (…) Ahí es donde tú conoces los poderes de la oración de tu mamá, porque no entré”.
Marchán rememora aquel instante como un momento de confusión, propio del no saber qué hacer durante la juventud. “Todos pasamos por ahí (…) No tenía un rumbo fijo y yo creo que fue una oportunidad muy bonita”, asegura el músico. Horas antes de practicar la ceremonia de graduación de bachiller, en el auditorio del Liceo Libertador ensayaba la Orquesta Filarmónica en Mérida. Embelesado por el sonido de una viola, Samuel entró a la sala de conciertos y preguntó por el muchacho de barba que tocaba como solista.
“Es el mejor violista que Venezuela ha tenido en su tiempo (…) Es algo que para mí ha sido muy impactante”, comenta el venezolano. Joen Vásquez arribaba de estudiar en Juilliard y con él traía una agenda llena de conciertos por Venezuela. Marchán, quien tocaba el mismo instrumento, se acercó en busca de lecciones. El músico accedió y, en un giro súbito, el merideño partió a Caracas para seguir el camino que hoy trazó hace más de treinta años. “Eso cambió mi vida”, asegura.
Una melodía afrocaribeña acompaña su trayecto al trabajo. En su bicicleta, pedalea al ritmo de Monsalve y Los Forajidos rodeado del bullicio neoyorkino que lo acogió hace 32 años. “Lo que yo traje de Venezuela fue con lo que pude sobrevivir aquí, en Nueva York”, afirma Marchán. Es profesor de orquestas juveniles e infantiles tanto en New York como en New Jersey, además de enseñar en Juilliard, donde tiempo atrás audicionó de imprevisto.
Samuel visitaba a un familiar cuando contactó a miss Margaret Pardee, violinista y profesora en Juilliard de su antiguo maestro, Joen Vásquez. “Una mujer muy bella y muy generosa, ayudó a muchos latinos y venezolanos”, describe el merideño.
Su objetivo era recibir lecciones durante las tres semanas de estancia en el lugar. “Me dijo: tú puedes audicionar para Juilliard, tú tienes talento (…) Imagínate, eso me cambió la vida”. Marchán resalta que el legado de miss Pardee perdura en la enseñanza que él imparte a sus alumnos. “Yo creo y apuesto por el talento y el deseo de un niño, más de lo que él cree en sí mismo”.
“No fue fácil (…) Primeramente, yo ya tenía 23 años y estudiaba con niños que tenían 17”, cuenta el venezolano. Marchán obtuvo una beca en el conservatorio de música que solo cubría gastos académicos. “Mi concentración menor fue como pintor de brocha gorda, arreglar ventanas, puertas, arreglar papel de pared, limpiar… Ese era mi trabajo para poder comer”.
Vivió en salas desalojadas por la compañía de danza, tenía las llaves de cada rincón y organizaba partidos de fútbol con amigos de todas las nacionalidades. “El apoyo de Juilliard a sus estudiantes es increíble y en especial a mi (…) fue muy duro, pero fui muy feliz”.
Cerca de Julliard se encuentra la Biblioteca Pública de Nueva York para las Artes Escénicas, considerada una de las más extensas del mundo. “Yo me volví loco, yo pasaba tardes… cuando salía en verano (…) anotando, descubriendo…”, narra el profesor. Al graduarse se estableció la meta de educar sobre compositores fuera del rango clásico europeo y desde aquel momento, llevar la música y la enseñanza a distintos niveles tanto fuera como dentro de Juilliard y Nueva York.
“Yo soy de los más viejos de la ciudad (…) Así como yo, hay muchísimos que soñamos y deseamos de alguna manera regresar”, asegura el maestro. Mientras pedalea en su bicicleta escuchando canciones de llan Chester, Cecilia Torres, Lilia Vera y Alfredo Sadel, anhela formar nuevos programas para el desarrollo de niños y jóvenes en Venezuela.
“Siempre estoy tocando música venezolana (…) Venezuela está en mi mente, está en mi corazón, está en mis venas… yo vivo Venezuela en mí”, subraya el violista merideño.
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